La enseñanza privada se extiende en China

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Para acceder a la universidad pública en China hay que superar pruebas muy difíciles, y además solo hay sitio para el 10% de los estudiantes de bachillerato. Hasta hace poco, los estudiantes que no superaban el examen de ingreso terminaban ahí sus estudios, pero muchos acuden ahora a las instituciones privadas que se han extendido por todo el país.

Las primeras escuelas y universidades que se crearon con el permiso del partido comunista contaban con instalaciones modernas, capital extranjero y eran muy caras. De ahí que muchos de sus alumnos fueran hijos de la elite comunista, jefes de empresas, de compañías privadas, de comercios o de empleados de firmas extranjeras (ver servicio 100/94). Esos centros se dirigían a un sector de población reducido: por eso no había más de 17 universidades, 54 escuelas secundarias y 655 escuelas de enseñanza primaria (ver servicio 105/93). Pero el gobierno chino se ha percatado de que es necesario contar con más trabajadores cualificados para enfrentarse a la modernización de la economía. En la actualidad, solo el 2% de la población tiene título universitario.

Por eso el primer ministro, Zhu Rongji, invitó el año pasado a los colegios privados a asistir a una conferencia nacional sobre educación, y anunció que el gobierno planea construir universidades para cientos de miles de estudiantes; aumentar el gasto educativo por alumno (según la UNESCO, se encuentra en el puesto 145 de 153 países estudiados) y regular la enseñanza privada, a la que se dedican ahora más de 60.000 centros privados.

En no pocos casos, las instalaciones de las nuevas escuelas privadas dejan mucho que desear: son edificios alquilados a las autoridades locales o fábricas abandonadas, adaptadas para el nuevo uso. Aunque el gobierno ha prometido nuevas leyes, las reformas llegan lentamente -si llegan- hasta las poblaciones más alejadas, gobernadas por la burocracia local. Por eso todavía sigue siendo un problema conseguir una licencia (la mayoría opta por el término genérico de «negocio privado») o ganar dinero con una práctica monopolizada por el Estado y que tenía como objetivo prioritario inculcar a los más jóvenes los principios socialistas y revolucionarios.

Pero la revolución se vive ahora dentro de esas instituciones. Los profesores cobran un buen salario, las escuelas se anuncian en televisión y alumnos que nunca habían visto un ordenador reciben clases de informática y nuevas tecnologías. A pesar de las lagunas legales, los más de 60.000 centros privados actuales imparten cursos en todos los segmentos educativos, desde la infancia hasta la universidad.

Los jóvenes que no acceden a la universidad pública saben que la enseñanza privada es la última oportunidad de capacitación profesional. Los alumnos de la privada han seguido una trayectoria muy similar: tienen conocimiento de la escuela por un amigo o por un anuncio; la visitan y, si pueden, venden vacas, cerdos o lo que tengan para conseguir los 180 dólares (en 1999, la renta per cápita era de 770 dólares) que cuesta la matrícula anual. La motivación de estos jóvenes es enorme: «Tienes que pagar para estudiar aquí, pero valoras mucho más la educación por esa misma razón», afirma uno de los estudiantes (The Wall Street Journal, 10-V-2000).

Jóvenes muy motivados

Las nuevas escuelas funcionan en paralelo con el sistema público. Pero en algunos casos la gestión privada es más eficaz, lo que está obligando a las escuelas estatales a introducir reformas. En Zunyi, una localidad al norte del país, el éxito de una escuela profesional ha forzado a cuatro escuelas estatales a unirse para competir con ella. Además, escuelas como la Qiannan Computer Vocational Technical High School (Guizhou) distribuyen libros que contienen los últimos avances informáticos -en lugar de los textos anticuados del Ministerio de Trabajo- u ofrecen a cada alumno estar «no menos de dos horas al día» frente al ordenador, cuando las escuelas estatales continúan con el sistema preferido en China: repetir las lecciones una y otra vez.

No obstante, la situación de hecho que viven estas instituciones les lleva a enfrentarse con otras dificultades, como suscribir créditos bancarios o conseguir el dinero para poder pagar los alquileres que fijan de manera arbitraria las autoridades locales, afirma Bi Jiangang, director de la Qiannan.

Quienes dirigen estas instituciones piensan que la enseñanza estatal seguirá atrayendo a las mejores inteligencias del país. En cambio, esperan que las escuelas privadas sigan proliferando para atender la necesidad creciente de buenos profesionales en China.

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