La cuestión de la homosexualidad divide a la Comunión Anglicana

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El Dr. George Carey, arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia de Inglaterra, ha advertido de la amenaza de cisma que se cierne sobre la Comunión Anglicana por la cuestión gay. Carey considera una «posibilidad real» que la Iglesia acabe dividida en «dos -o, más probablemente, en muchas más- ramas distintas». Hasta ahora, el primado no se había pronunciado con tanta claridad sobre este tema, sino que había preferido actuar discretamente para acercar posturas. Carey hizo estas declaraciones el 16 de septiembre ante el Consejo Consultivo Anglicano, reunido en Hong Kong. Sus palabras han sido consideradas especialmente relevantes por haber sido dichas en un discurso con sabor de despedida. Carey se retirará el mes próximo, por voluntad propia. El gobierno británico ha designado para sucederle al Dr. Rowan Williams, más laxo en el tema de la homosexualidad y en otros puntos de la doctrina.

La postura sobre la homosexualidad divide desde hace algunos años a los anglicanos, sobre todo en Norteamérica. En 1998, la Conferencia de Lambeth (reunión decenal de los representantes del anglicanismo en todo el mundo) decidió contra la ordenación de sacerdotes homosexuales y los «matrimonios» gay. Sin embargo, varios obispos norteamericanos han aprobado o proyectan aprobar lo uno y lo otro. A quienes han tomado esta vía, Carey les acusó de precipitar la división de la Iglesia con tales medidas unilaterales. Criticó expresamente a Michael Ingham, obispo de New Westminster (Canadá), que ha aprobado recientemente un rito para la celebración de matrimonios entre homosexuales. Carey también lamentó el caso del sacerdote David Moyer, de Pensilvania (Estados Unidos), contrario a la ordenación de mujeres, a quien por este motivo su obispo, Charles Bennison, ha separado del ministerio. Bennison acusa a Moyer de sostener una doctrina «herética». Sin embargo, el Sínodo anglicano que en 1992 admitió la ordenación de mujeres dejó libertad a obispos, sacerdotes y laicos para poder aplicar o no la decisión. Quienes no están de acuerdo con el sacerdocio femenino pueden organizar sus propias parroquias, y los obispos deben facilitarlo.

En Estados Unidos, los episcopalianos -como allí se llaman los anglicanos- están próximos al cisma, como Carey lamentó también en su discurso. El primado se refería al grupo Anglican Mission, formado hace tres años para acoger a los creyentes contrarios a las derivas doctrinales de muchos obispos. El año pasado, Anglican Mission logró que dos prelados extranjeros consagrasen, sin autorización de la jerarquía episcopaliana, cuatro obispos para la atención pastoral de las comunidades del grupo (ver servicio 99/01).

En un editorial, el diario londinense The Daily Telegraph (18-IX-2002), ve en estas disputas un ejemplo claro de la efectividad de los lobbies gay, como las asociaciones de cristianos homosexuales, muy favorecidas por algunos obispos. Sin embargo, añade el periódico, la posición mayoritaria en contra de los matrimonios homosexuales, además de estar de acuerdo con las otras religiones monoteístas, deriva de los postulados principales de la doctrina cristiana sobre la sexualidad. En cambio, el editorial no ve objeción a la ordenación de ministros gay, y propone que los obispos no pregunten a los candidatos sobre la cuestión.

Las declaraciones de Carey han provocado reacciones inmediatas. Algunos obispos «liberales», entre ellos el expresamente citado Ingham, le han acusado de hacer más profundas las diferencias y de tomar partido por los «ortodoxos», en contra de una parte de la Iglesia. En cambio, el próximo sucesor de Carey, el arzobispo Williams, muy próximo a los liberales, dijo que trabajará por conseguir la unidad de los anglicanos, dejando a un lado sus opiniones personales.

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