La cooperación filosófica al suicidio

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Carl Elliott, profesor de ética médica en la Universidad McGill (Canadá) muestra, con un comentario irónico publicado en British Medical Journal (26-X-96, reproducido en Position Papers, Febrero, 1997), que es muy fácil hablar en favor de la eutanasia si uno no tiene que ponerla en práctica.

(…) Incluso muchos médicos partidarios de que se legalice la eutanasia dicen que no querrían practicarla. En esto, como en otras cosas, los filósofos piensan de otra manera. Aunque, casi con seguridad, no son unánimes -algunos moralistas expresan serias reservas contra la eutanasia-, los profesores de filosofía se han destacado entre los que se declaran a favor de cambios éticos y legales en las actuales políticas sobre la eutanasia.

(…) Los filósofos están en sintonía, más que los médicos, con la opinión pública, que en muchos países parece favorable a la idea de cooperación médica al suicidio. Si gran parte de la sociedad y de los filósofos es partidaria de la eutanasia y la cooperación al suicidio, pero los médicos no, la solución es clara: que los filósofos hagan el trabajo. (…)

Son conocidas las razones que dan los médicos para oponerse a la eutanasia: es contraria a los juramentos profesionales y los códigos éticos, por lo que violaría las normas morales vigentes durante la larga historia de la profesión médica; perjudicaría la relación entre médicos y pacientes, pues sembraría en éstos dudas sobre la sinceridad del compromiso de sus médicos con la defensa de la vida y la salud; y supondría empezar a bajar por la pendiente resbaladiza que conduciría a formas de eutanasia moralmente rechazables, como la eutanasia involuntaria de minusválidos.

En cambio, todos esos problemas se evitarían si fueran los filósofos quienes practicasen la eutanasia y la cooperación al suicidio. Los filósofos no tienen códigos ni juramentos deontológicos, y no les afectan las tradiciones que mueven a muchos médicos a negarse a practicar la eutanasia. Tampoco existe, normalmente, una relación entre filósofo y paciente que saldría perjudicada si se aplicase la eutanasia. Y lo más importante: los filósofos distinguen formas aceptables e inaceptables de eutanasia -distinciones que parecen invisibles para los médicos-, que, según creen, impedirían el deslizamiento por la pendiente resbaladiza. Además, tienen la ventaja adicional de no ver la distinción que hacen los médicos entre retirar los tratamientos que prolongan la vida artificialmente y administrar una inyección letal, distinción que retrae a los médicos de aprobar lo segundo.

Quizá algunos filósofos piensen que la formación que han recibido no les ha dotado de los conocimientos necesarios para practicar la eutanasia. Sería una preocupación legítima, ciertamente. Pero muchos médicos piensan lo mismo. Tradicionalmente, la eutanasia no ha sido materia destacada en los planes de estudios de las facultades de medicina. De hecho, prescindiendo de las técnicas que asegurarían una muerte rápida y sin dolor, no está del todo claro qué conocimientos habría que tener para practicar la eutanasia. Cualesquiera que sean, parece razonable pensar que si los médicos son capaces de aprenderlos, los filósofos, también. (…)

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