La añoranza del amor

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«La llama doble», de Octavio Paz
Octavio Paz no necesita presentación. Premio Cervantes después de otros muchos, coronados por el Nobel. En estos días se está publicando su Obra completa. Pero lo último es la colección de ensayos La llama doble. Amor y erotismo (1). En este libro, Paz hace una valiosa contribución al esclarecimiento del sentido del amor y deplora la degradación que éste muchas veces sufre en los tiempos actuales. Pero no acaba de llegar al fondo del asunto.

Este libro no es uno más de la numerosa producción. Paz dice que ha estado escribiendo ese libro desde la adolescencia. Y sea verdad completa o en parte, se trata de una obra muy elaborada, nada circunstancial.

Son nueve ensayos que hablan del amor en la literatura y en la vida, con un recorrido histórico -de Platón, los clásicos, el «amor cortés»… a los tiempos de hoy- para mostrar los hitos decisivos en la formación de nuestra idea del amor.

En síntesis, el libro se podría haber llamado «El amor en la literatura y en la vida: ayer y hoy». Pero al parecer queda más llamativo como reclamo editorial dar entrada al erotismo.

En síntesis también, Paz consigue delinear las características del amor «eterno», pero no quiere salirse del tiempo. Añora, en una época como ésta, que considera de promiscuidad sexual, la fidelidad, pero no quiere comprometerse demasiado. Intuye que la religión tiene mucho que decir, pero no desea conceder mucho a la religión, a no ser colocando en un solo talego a cristianismo, budismo, islamismo, etcétera.

Paz sigue siendo el mismo de siempre: a punto de grandes cosas, pero siempre en la cuerda floja. Quizá sea por eso por lo que parece necesitar puntualizaciones casi a cada momento del estilo de: «apenas si necesito repetir que no pretendo ni deseo una vuelta a las antiguas concepciones». Pero, a la vez, ante la difundida versión casi sólo física del amor, reivindica el alma, para que haya persona, porque si no hay persona no hay amor.

Sexo, eros, amor

Porque como dice él bien, un libro sobre el amor es algo inusual. Hoy se escribe mucho, hasta la saturación, sobre el sexo, pero casi nada sobre el amor.

Para Paz una cosa es el sexo, orientado hacia la reproducción, y otra el erotismo, que se cierra a esa finalidad, haciendo del placer un fin en sí mismo. Pero esto es una visión muy limitada del «eros», que impide entender a fondo el amor, cuando es un amor de «eros». Ya se sabe que en todo esto las palabras han sido tan desvirtuadas que habría que inventar otras nuevas.

Donde hay en realidad unidad -sexo, eros, amor-, Paz introduce distinciones más literarias que conceptuales. Más claro sería decir que sexo es la realidad fisiológica; eros, la combinatoria de un determinado tipo de actividad, a través de lo sexual; y amor es ese clásico querer el bien para alguien, que se da en el amor erótico como en otros en los que el eros no interviene. Así, amor, eros y sexo son, cuando se trata del amor erótico, realidades conectadas desde dentro. Separarlas lleva a esa promiscuidad sexual que, con razón, Paz deplora en otros de estos ensayos.

Elementos constitutivos

Lo mejor de este libro es quizá el intento de dar con los elementos constitutivos del amor. Paz dice que esos elementos han resistido al paso del tiempo, que son constantes. Pero, por miedo quizá de ser absoluto, añade que son los elementos de «nuestra imagen del amor». Con un poco más de audacia se podría concluir que algunos de esos elementos son de la esencia del amor, en cualquier tiempo.

El primero es la exclusividad, qué duda cabe. Queremos con amor y eros únicamente a una persona, y eso exige reciprocidad, por tanto libertad. Algo que empieza por el deseo de po-sesión se convierte en un deseo más fuerte de entrega.

¿Y por qué se ama a una persona más que a otra, a una entre todas las demás? Misterio, afirma. Es una de las facetas del mismo misterio de la persona humana. Lo que ya no dice es que, como cada persona es única, insustituible, sólo puede llenarse con la entrega de otra persona, igualmente única, igualmente insustituible.

Si el amor implica exclusividad, implica también fidelidad. Una infidelidad ocasional puede ser por debilidad. Un deseo de infidelidad, o un acuerdo sobre la mutua infidelidad, dice muy bien Paz, no es ya amor sino «complicidad erótica».

Un segundo elemento es la paradójica unión de fatalidad y de libertad. «El amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción». Muchos poemas de amor se han construido sobre esa paradoja. Cualquier enamorado o enamorada se ha podido preguntar por qué, entre tantos hombres y mujeres, precisamente ésa o ése.

Y un tercer elemento, la unión indisoluble de dos contrarios, cuerpo y alma. En realidad, cuerpo y alma no son contrarios, sino elementos indispensables, y mutuamente exigibles para que haya hombre. Pero, frente a las consideraciones puramente materiales del amor, lo de Paz es un adelanto. Paz, que sabe el valor literario de los contrastes, afirma, lo que no es del todo cierto, que «nuestra tradición, desde Platón, ha exaltado el alma y despreciado al cuerpo». Ahora se asiste, dice, a una inversión radical: el desprecio del alma y la exaltación del cuerpo. Un grave error, porque «la noción de alma constituye a la persona y, sin persona, el amor regresa al mero erotismo».

Alma inmortal

Continúa Paz: «Hay una conexión íntima y causal, necesaria, entre las nociones de alma, persona, derechos humanos y amor. Sin la creencia en un alma inmortal inseparable de un cuerpo mortal, no habría podido nacer el amor único ni su consecuencia: la transformación del objeto deseado en sujeto deseante. En suma, el amor exige como condición previa la noción de persona y ésta la de un alma encarnada en un cuerpo».

Es una pena que Paz no acabe nunca de perfilar los temas, por la misma razón de siempre: adoptar, por así decir, una metafísica «historicista», no realista. O por adoptar el punto de vista de la simple percepción y no el de esa combinación, misteriosa, densa y rica, de nuestra percepción de la realidad más la realidad misma. Algo que un filósofo racionalista/idealista creería por principio imposible y que, sin embargo, ahí está.

Cuando Paz critica la concepción platónica del desprecio del cuerpo y la supuesta aceptación de esa actitud por el cristianismo, añade: «En uno y otro caso hay oposición entre alma y cuerpo, aunque el cristianismo la haya atenuado con el dogma de la resurrección de la carne y la doctrina de los cuerpos gloriosos».

No se trata de una «atenuación», sino de algo completamente distinto: no hay doctrina alguna, salvo el cristianismo, que se atreva a esta exaltación eterna del cuerpo, en perfecta consecuencia con la verdad central de Dios que toma un cuerpo, que se hace hombre. Ni el budismo, que predica la extinción, ni el judaísmo o el islamismo, que dejan todo esto en una nebulosa, se atreven a tanto. Paz pudiera haber hecho de esa realidad un elemento fundamental para su doctrina del amor.

Naturalmente, el autor mexicano es disculpable, porque no es corriente, ni siquiera entre los cristianos más inteligentes, valerse de las verdades de la fe para plantear hasta sus últimas profundidades una teoría sobre el amor.

Novedad

Bases para una doctrina de este tipo son los elementos en los que Octavio Paz resume su visión; los tres rasgos distintivos de: «la exclusividad, que es amor a una sola persona; atracción, que es fatalidad libremente asumida; la persona, que es alma y cuerpo». Claro está que la persona no es un rasgo, sino lo central: porque el hombre es persona -es decir, individualidad inteligente y libre-, puede amar, es decir comprender que la libertad puede emplearse en la entrega a otra individualidad inteligente y libre.

Cada persona es única, irrepetible y, en cierto modo, inefable -nadie, salvo Dios, puede dar con la clave de la combinación que integra esa persona en concreto-. Por eso se comprende que cuando llega el amor se entienda que ha de ser único, lo que no excluye sentimientos de amistad y benevolencia hacia mucha más gente.

Volvamos al principio. Paz no tiene razón al jugar con sexo, erotismo y amor, por más que no entienda nunca el erotismo como pornografía. Como ya se vio, en medio está la biología del sexo, y eso es lo que puede ser el lenguaje o del erotismo (sexo sin amor) o del amor (sexo sin erotismo, es decir, con ternura).

En uno de los últimos capítulos Paz escribe: «Nuestro tiempo es simplista, sumario y brutal. Después de haber caído en la idolatría de los sistemas ideológicos, nuestro siglo ha terminado en la adoración de las Cosas. ¿Qué lugar tiene el amor en un mundo como el nuestro?» Tampoco la cosa es tan trágica.

Es curioso -o quizá no: quizá sea consecuente- que quien no se atreve a plantear una metafísica realista y se queda en un historicismo coyuntural, pueda luego generalizar y dar una opinión global sobre el estado de los tiempos.

En realidad, hoy, como antes, en lo del amor están abiertas todas las posibilidades. Y junto a conocidos episodios de degradación, se siguen dando ejemplos claros de una entrega que envuelve siempre amistad, amor y eros.

Rafael Gómez PérezRafael Gómez Pérez es Profesor de Antropología en la Universidad Complutense (Madrid) y jefe de opinión del diario Expansión.El amor en nuestra época

Enamorarse, atracción aceptada. «Aunque la idea de que el amor es un lazo mágico que literalmente cautiva la voluntad y el albedrío de los enamorados es muy antigua, es una idea todavía viva: el amor es un hechizo y la atracción que une a los amantes es un encantamiento. Lo extraordinario es que esta creencia coexiste con la opuesta: el amor nace de una decisión libre, es la aceptación voluntaria de una fatalidad» (p. 127).

El alma y el amor. «Ahora asistimos a una reversión radicalmente opuesta al platonismo: nuestra época niega al alma y reduce el espíritu humano a un reflejo de las funciones corporales. Así ha minado en su centro mismo a la noción de persona, doble herencia del cristianismo y la filosofía griega. La noción de alma constituye a la persona y, sin persona, el amor regresa al mero erotismo» (p. 128).

Pornografía. «Es extraño que en una época en que se habla tanto de derechos humanos, se permita el alquiler y la venta, como señuelos comerciales, de imágenes del cuerpo de hombres y mujeres para su exhibición, sin excluir a las partes más íntimas. Lo escandaloso no es que se trate de una práctica universal y admitida por todos sino que nadie se escandalice: nuestros resortes morales se han entumecido» (p. 158).

SIDA. «El contagio está ligado a la conducta, de modo que en la propagación del mal interviene la responsabilidad de cada individuo. Olvidar esto sería hipócrita y nefasto» (p. 162). «En verdad, fuera de la moral religiosa, que no es aceptable para muchos, el amor es el mejor remedio en contra del SIDA, es decir, en contra de la promiscuidad. No es un remedio físico, no es una vacuna: es un paradigma, un ideal de vida fundado en la libertad y en la entrega. Un día se encontrará la vacuna contra el SIDA pero, si no surge una nueva ética erótica, continuará nuestra indefensión frente a la naturaleza y sus inmensos poderes de destrucción. Creíamos que éramos los dueños de la tierra y los señores de la naturaleza; ahora estamos inermes ante ella. Para recobrar la fortaleza espiritual debemos antes recobrar la humildad» (pp. 162-163).

ACEPRENSA_________________________

(1) Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, Barcelona (1993), 220 págs. 1.400 ptas.

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