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Juan Pablo II teme una nueva fractura Este-Oeste

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Las repercusiones de la guerra en Kosovo
Roma. La guerra en Kosovo estalló pocas semanas antes de la visita de Juan Pablo II a Rumania, la primera que realizará a un país de mayoría ortodoxa. Aparte de la tragedia humana que supone, el nuevo conflicto balcánico corre el riesgo de acentuar las malas relaciones entre católicos y ortodoxos que han caracterizado el periodo que siguió a la caída del muro de Berlín.

Si hasta 1989 fueron los gobiernos comunistas de los respectivos países los que impidieron los viajes del Papa, la sorpresa llegó después, cuando quien puso el veto fue precisamente la jerarquía de las «Iglesias hermanas». La guerra en Bosnia, y los conflictos precedentes que tuvieron por escenario los Balcanes, supusieron un neto empeoramiento en las relaciones. El propio patriarca ortodoxo serbio Pavle llegó a culpar al Vaticano del desmembramiento de Yugoslavia.

A eso se unieron las protestas del patriarcado de Moscú por el nombramiento de algunos obispos católicos en su territorio, y las disputas que católicos de rito oriental y ortodoxo mantuvieron -y, en parte, todavía mantienen- a propósito de la propiedad de los templos que en algunos países fueron confiscados a los católicos durante los regímenes comunistas.

Intento de tregua

Es evidente que el Papa ve estos problemas como nuevos obstáculos para la unión de los cristianos. Si cuando habla de ecumenismo suele señalar que además de las diferencias doctrinales y del insuficiente conocimiento recíproco, lo que más pesa son las incomprensiones y prejuicios del pasado, parece evidente que estos nuevos conflictos están añadiendo otras dificultades.

Esta perspectiva de relaciones turbulentas ayuda a entender mejor el significado del viaje que monseñor Jean-Louis Tauran, secretario vaticano para las relaciones con los Estados, realizó a Belgrado el pasado 1 de abril. El objetivo de la visita no fue sólo llevar un mensaje personal del Papa al presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, sino promover una iniciativa de paz conjunta con los ortodoxos serbios. Se trataba de pedir una tregua de doce días, con motivo de la Pascua católica y ortodoxa. La esperanza era que ese alto en las hostilidades pudiera ser la ocasión para reanudar el diálogo entre las partes.

Al margen de los escasos resultados obtenidos, la misión de paz tuvo el importante efecto de romper el hielo entre la Santa Sede y el patriarcado ortodoxo serbio. Es la primera vez que la Iglesia católica, la ortodoxa serbia y la ortodoxa rusa (que se unió a la iniciativa) llevan a cabo una acción al unísono, usando casi las mismas palabras.

De todas formas, por lo que se refiere a la vertiente diplomática, hay que subrayar que, según declaró el arzobispo Tauran, la visita «no tenía la finalidad de proponer una solución, sino la de expresar ante las autoridades la profunda preocupación del Papa por la dramática situación que está causando enormes sufrimientos».

Fue esa misma preocupación del Papa la que le llevó a enviar a Albania, meta de miles de exiliados de Kosovo, a monseñor Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum», el organismo que coordina la actividad caritativa y asistencial de la Santa Sede. «Yo no había pensado ir», confesó Mons. Cordes, pero el Santo Padre «me ha dicho: ve allí a decirles que el Papa está con ellos, y a ver cómo podemos ayudarles».

El Vaticano y la guerra

Naturalmente, la inquietud ecuménica no ha sido el único criterio de acción de la Santa Sede ante la nueva tragedia balcánica. Lo que se ha buscado, sobre todo, ha sido la paz.

El Vaticano veía necesario una intervención con el fin de parar la represión del ejército yugoslavo contra los albaneses en Kosovo. Pero sostiene que había que hacerlo dentro de un marco de acuerdo político, no con la OTAN. Los grandes ausentes de esta tragedia, según ha denunciado en varias ocasiones L’Osservatore Romano, han sido la ONU y la Europa política.

Que la situación es compleja se demuestra también por la paradoja de que en estos días se haya acusado a la Santa Sede de cosas contradictorias. Algunos le reprochan no haber apoyado la acción de la OTAN contra la limpieza étnica del ejército yugoslavo en Kosovo; y otros, de no haberse opuesto a la acción de la OTAN contra la Federación Yugoslava. También se ha dicho que el Vaticano ha mantenido una actitud distinta ahora, cuando ha criticado los bombardeos de la OTAN («una derrota de la humanidad», dijo el portavoz vaticano), que cuando la guerra de Bosnia, ocasión en la que el Papa habló de la necesidad de «desarmar al agresor».

Igor Man, comentarista del diario La Stampa y antiguo enviado especial en zonas de guerra, precisa a este respecto que «la guerra en Bosnia permitía distinguir con claridad entre agresores y víctimas, mientras que aquí hay una zona gris que hace todavía más angustioso este apocalipsis balcánico».

En todo caso, según precisó en otro contexto el nuncio en Belgrado, monseñor Santos Abril, «la injerencia humanitaria no equivale a intervención armada. Antes de llegar a un acto de fuerza es preciso desplegar todas las presiones políticas y diplomáticas». En su opinión, y aunque reconoce que es difícil dar juicio neto, en este caso «todavía había márgenes de maniobra política antes de llegar a los bombardeos».

Occidente como enemigo

Es sabido que en los Balcanes identidad nacional y religión se confunden, y que allí -lo mismo que en buena parte del mundo ortodoxo- la separación entre Iglesia y Estado no sigue los criterios occidentales. De esa mezcla no se ha podido liberar el octogenario patriarca Pavle, del que todos dicen que es un hombre piadoso, un asceta. Durante la guerra de Bosnia, el patriarca se había convertido casi en el «alter ego» de Milosevic.

Después de la paz de Dayton las relaciones entre ambos fueron menos estrechas y la jerarquía ortodoxa empezó a criticar al líder yugoslavo de modo cada vez más abierto, considerándolo un manipulador de los auténticos valores nacionales y un estalinista anticlerical. Fue una evolución lenta, paralela a la que estaba experimentando la misma opinión pública, pero que ahora la «criminal agresión de la OTAN» corre el riesgo de hacer vana.

En su mensaje para la Pascua ortodoxa que se celebró el día 11, Pavle escribe: «Todas nuestras propuestas de solución pacífica del problema de Kosovo basadas en el respeto de todos han sido rechazadas. La OTAN sólo ha dado una explicación cínica de la necesidad de bombardear para evitar una catástrofe humanitaria».

Frente común de los ortodoxos

Para Antonio Ferrari, del Corriere della Sera, las bombas occidentales están produciendo además otro «milagro»: la aparente pacificación entre las jerarquías de las diversas comunidades ortodoxas, entre las que suelen abundar los litigios (no en vano llevan más de treinta años trabajando en la preparación de un concilio, y no acaban de ponerse de acuerdo). Hacía años que el mundo ortodoxo no mostraba tanta homogeneidad como ahora en la defensa de los «hermanos de Belgrado».

En Grecia, la prensa de todas las tendencias condena los bombardeos que sufren «los hermanos ortodoxos serbios». El primado ortodoxo, Mons. Christodoulos, que desde su elección el pasado mayo se ha distinguido por sus discursos nacionalistas, ha expresado su «total solidaridad con el heroico pueblo serbio».

La escritora y experta en cultura rusa Irina Alberti advierte que ese renovado nacionalismo religioso tiene un fuerte ingrediente de «unidos ante el enemigo común», según la teoría de que Occidente quiere destruir Oriente como realidad étnica y religiosa. Una tesis explotada, por ejemplo, en el modo en que el conflicto es presentado en los países eslavos, especialmente en Rusia.

El patriarca de Moscú, Alexis II, calificó de «sacrílega» la operación militar de la OTAN contra «nuestros hermanos ortodoxos» e hizo un llamamiento para el envío de ayuda humanitaria. El convoy de camiones con ayuda humanitaria salió de Moscú el 6 de abril, tras una ceremonia en el patio del monasterio de Danilovski, en presencia del alcalde de Moscú, Yuri Lujkov, y de Alexis II, que bendijo cada camión. «Esta ayuda -precisó el patriarca- no tiene en cuenta la nacionalidad, está destinada a los refugiados, albaneses pero también serbios, víctimas de los combates». La Iglesia ortodoxa, al igual que el gobierno ruso, mantiene la tesis de que el éxodo de los albaneses de Kosovo está provocado por la «agresión» de la OTAN.

Ninguna de las Iglesias ortodoxas envió representantes al sínodo especial para Europa que el Papa convocó en 1991, apenas caídos los regímenes comunistas. Era una ocasión en la que se esperaba que, después de decenios, hubieran podido hablar juntos los «dos pulmones» del Viejo Continente. Tan sólo el Patriarcado de Constantinopla envió un emisario, que además tuvo una intervención muy crítica hacia la Iglesia católica, sellada por el espontáneo abrazo del Papa.

En otoño se celebrará un nuevo sínodo europeo, el último de los promovidos con ocasión del Jubileo. La respuesta de las Iglesias ortodoxas a la invitación que les formulará el Papa será un buen test para comprobar el estado de las relaciones.

Diego Contreras

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