Juan Pablo II quiere movilizar a toda la Iglesia en la preparación del Jubileo del año 2000

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La Carta Apostólica sobre la entrada en el tercer milenio
Roma.- Juan Pablo II está persuadido de que el año 2000 reserva una «particular gracia del Señor para la Iglesia y para la humanidad entera», y con esta convicción quiere movilizar a todos los cristianos para preparar el bimilenario del nacimiento de Cristo. El significado de este «Gran Jubileo» y un primer programa de iniciativas están contenidos en la carta apostólica Tertio millennio adveniente («Mientras se aproxima el tercer milenio»), firmada por el Papa el 10 de noviembre.

Desde el comienzo de su pontificado en 1978, Juan Pablo II se ha considerado llamado a introducir a la Iglesia en el tercer milenio. A seis años vista, la hondura de planteamientos de esta carta pone de relieve que se trata de un texto profundamente meditado, que no es sólo fruto del interés del Papa por servirse de los aniversarios para relanzar la evangelización. Y sus ambiciosas iniciativas para los próximos años desmienten por sí solas la idea de que el pontificado haya entrado en su fase crepuscular.

Dios entra en la historia del hombre

Naturalmente, esta atención al jubileo no tiene nada que ver con una visión «milenarista» del año 2000. Al margen de la exactitud de la cronología del nacimiento de Cristo, el Papa subraya que se trata de una fecha de gran trascendencia para los cristianos, pues recuerda el misterio de la Encarnación de Cristo, el momento en que Dios «se ha introducido en la historia del hombre».

Juan Pablo II reflexiona sobre este hecho central, y extiende sus consideraciones al sentido del tiempo y al significado de los jubileos como momentos de gracia y reconciliación.

El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo, dato especial que lo hace diferente de otras religiones. «Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo».

El Papa explica que la dimensión temporal tiene una importancia fundamental para el cristianismo. Dentro del tiempo «se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la ‘plenitud de los tiempos’ de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos». Con la Encarnación, «la eternidad ha entrado en el tiempo».

Sentido de los jubileos

El término «jubileo» expresa alegría, «no sólo alegría interior, sino un júbilo que se manifiesta exteriormente, ya que la venida de Dios es también un suceso exterior».

En el Antiguo Testamento los jubileos eran tiempos dedicados de un modo particular a Dios: «un año de gracia» que se celebraba cada siete (año sabático) y cada cincuenta años (año jubilar), con una serie de prescripciones, entre las que figuraban liberar a los esclavos, dejar en reposo las tierras, perdonar las deudas. Se trataba de una imagen ideal de la liberación que habría de realizar el Mesías.

«El jubileo, para la Iglesia -explica Juan Pablo II-, es verdaderamente este ‘año de gracia’, año de perdón de los pecados y de las penas de los pecados, año de reconciliación entre los adversarios, año de múltiples conversiones y de penitencia sacramental y extrasacramental. La tradición de los años jubilares está ligada a la concesión de indulgencias de un modo más generoso que en otros años».

Desde esta perspectiva del jubileo como momento de gracia y reconciliación, se entiende mejor su insistencia en que los cristianos haganexamen de conciencia de las culpas pasadas y presentes. Y eso, a pesar de que no se le oculta que este último punto se presta a interpretaciones superficiales, e incluso a la repetición de estereotipos sobre la historia de la Iglesia.

Purificación y arrepentimiento

El Papa dedica la explicación más amplia al examen de conciencia que deben realizar los hijos de la Iglesia en torno a las culpas pasadas y presentes. «El gozo de un jubileo es siempre de un modo particular un gozo por la remisión de las culpas, la alegría de la conversión. Parece por ello oportuno poner de nuevo en primer plano el tema del Sínodo de los obispos de 1984, es decir, la penitencia y la reconciliación».

Así, es justo que «la Iglesia asuma con una nueva conciencia más viva el pecado de sus hijos, recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y de actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo». La Iglesia es santa por su incorporación a Cristo, pero «reconoce siempre como suyos, delante de Dios y delante de los hombres, a los hijos pecadores».

«La Puerta Santa del Jubileo del 2000 deberá ser simbólicamente más grande que las precedentes, porque la humanidad (…) se echará a las espaldas no sólo un siglo sino un milenio. Es bueno que la Iglesia dé ese paso con clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de los últimos diez siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy».

El escándalo de la desunión

Entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión, el Papa cita en primer lugar «aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su Pueblo», la división entre los cristianos.

«La cercanía del final del segundo milenio anima a todos a un examen de conciencia y a oportunas iniciativas ecuménicas, de modo que ante el Gran Jubileo podamos presentarnos, si no del todo unidos, al menos mucho más próximos a superar las divisiones del segundo milenio».

Otro capítulo doloroso «está constituido por la aquiescencia, manifestada especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad».

«Es cierto que un correcto juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación (…). Pero la consideración de circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado».

El Papa afirma que la lección para el futuro se resume en el «principio de oro» dictado por el Vaticano II: «La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas». (Dignitatis humanae, 1).

Las debilidades del presente

Pero el examen que pide el Papa no se refiere sólo al pasado: «Es preciso que los cristianos se interroguen sobre las responsabilidades que tienen en relación con los males de nuestro tiempo», un aspecto sobre el que los cardenales habían insistido durante el consistorio de junio.

Puntos concretos son la complicidad ante la indiferencia religiosa y el oscurecimiento de valores morales y éticos en la sociedad de nuestros días. «Se impone además a los hijos de la Iglesia una verificación: ¿en qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de secularismo y de relativismo ético?».

No se puede negar, añade más adelante, que la vida espiritual de muchos cristianos atraviesa un momento de incertidumbre que toca a la moral y a la misma rectitud teologal de la fe. La fe, «ya probada por el careo con nuestro tiempo, está a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obediencia al Magisterio de la Iglesia».

Otro elemento para el examen es el reconocimiento de las desviaciones en la recepción de las enseñanzas del Vaticano II. Unos párrafos más atrás, el Papa había señalado que «la mejor preparación al vencimiento bimilenario ha de manifestarse en el renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la Iglesia».

El Papa no precisa si este examen de conciencia consistirá en algún acto formal, pero sugiere aún otros puntos: la «falta de discernimiento, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios», y la «corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de marginación social». Hay que preguntarse «cuántos entre ellos conocen a fondo y practican coherentemente la doctrina social de la Iglesia».

Esta preparación concierne no sólo a la Iglesiaen general, sino a cada fiel en particular: «Cada uno es invitado -escribe Juan Pablo II- a hacer cuanto está en su mano para que no se desaproveche el gran reto del año 2000, al que está seguramente unida una particular gracia del Señor para la Iglesia y para la humanidad entera».

Iniciativas y proyectos

Para que las iniciativas de preparación no fueran algo «artificial y de difícil aplicación en las Iglesias particulares», el Papa consultó a los cardenales y recibió sugerencias de los obispos. De ahí surgió con claridad que el periodo de preparación del Gran Jubileo se habría de dividir en dos fases: una de sensibilización y otra de preparación propiamente dicha.

La fase de sensibilización dará comienzo el primer domingo de Adviento del año litúrgico 1994-95 y durará hasta finales de 1996. Se trata de «reavivar en el pueblo cristiano la conciencia del valor y del significado que el Jubileo del 2000 supone en la historia humana», de renovar «el asombro de fe ante el amor del Padre, que ha entregado a su Hijo».

Una actividad concreta será la celebración del Sínodo de Obispos de América del Norte y del Sur, conjuntamente, y de Asia y Oceanía. Esas asambleas episcopales continentales completarán las ya celebradas para Europa (1991) y África (1994).

A la fase de sensibilización seguirá otra fase de preparación propiamente dicha, que se desarrollará en el trienio 1997-99. «El objetivo será la glorificación de la Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige, en el mundo y en la historia».

La reflexión se centrará, cada uno de los tres años, en Jesucristo, el Espíritu Santo y el Padre.Esa catequesis estará unida, respectivamente, a los sacramentos del bautismo, confirmación y penitencia, y a las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad. La Virgen María tendrá una presencia «transversal» durante todo el trienio.

El Papa desciende a algunas consecuencias prácticas, como la conveniencia de que se fomente en los fieles el interés por la Sagrada Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica.

El Papa recuerda además que «al término del segundo milenio la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires (…). El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hechopatrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes». De ahí que otra iniciativa concreta sea la actualización del elenco de mártires de este siglo, prestando especial atención a la heroicidad de cuantos han realizado su vocación cristiana en el matrimonio.

Por lo que se refiere al diálogo con las religiones no cristianas, expresa su deseo de que se puedan realizar encuentros en sitios significativos. «Se estudia, a este respecto, cómo preparar también históricas reuniones en Belén, Jerusalén y el Sinaí, lugares de gran valor simbólico, para intensificar el diálogo con los judíos y los fieles del Islam».

La dimensión ecuménica del Jubileo se pondrá en evidencia con un encuentro pancristiano, al que se invitará a otras confesiones cristianas. Al igual que cuando habla de los encuentros con representantes de otras religiones, el Papa puntualiza que son gestos de gran valor pero que se deberán organizar de modo que se eviten «peligrosos malentendidos, vigilando el riesgo de sincretismo y de un fácil y engañoso irenismo».

En cuanto a posibles viajes del Papa, confiesa que entre sus metas de peregrinación «vivamente deseadas» se encuentran Sarajevo, Líbano, Jerusalén y Tierra Santa. «Sería muy elocuente si, con ocasión del año 2000, fuera posible visitar todos aquellos lugares que se hallan en el camino del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, a partir de los lugares de Abraham y Moisés, atravesando Egipto y el monte Sinaí, hasta Damasco, ciudad que fue testigo de la conversión de San Pablo».

Se llega así al año 2000: el Gran Jubileo se celebrará no sólo en Roma, meta tradicional, donde las autoridades municipales esperan de veinte a treinta millones de peregrinos, sino también en Tierra Santa y en las iglesias de todo el mundo. En Roma tendrá lugar, además, el Congreso Eucarístico Internacional, que recalcará el carácter intensamente eucarístico de la celebración.

Diego Contreras

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