Juan Pablo II pide a los laicos que asuman su responsabilidad en la Iglesia y en la sociedad

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El Papa anunció en Polonia el Evangelio de la libertad
Cracovia. Del 31 de mayo al 10 de junio, Juan Pablo II ha desarrollado su sextoy más largo viaje a Polonia. Dividido en tres etapas principales -clausura del Congreso Eucarístico Internacional en Wroclaw, milenario del martirio de San Vojtech (Adalberto) en Gniezno, sexto centenario de la fundación de la Universidad de Cracovia-, el Papa ha querido dar a sus enseñanzas en estas tres etapas, respectivamente, un enfoque universal, europeo y polaco. En los tres casos, una misma conclusión: la libertad del hombre, la unidad europea, tienen que enraizarse en Cristo.

No han faltado los planteamientos teóricos sobre lo que «se esperaba» que el Papa dijera en relación con el momento político polaco -referencias al aborto, insistencia en una mayor participación política-, pero el Papa -aunque le escucharan cientos de miles de personas- no se ha dirigido «a la masa»: ha hecho una llamada a la responsabilidad personal.

Los derechos de los débiles

«Cada regreso a Polonia es como el regreso a la casa paterna». Esta frase del Papa a su llegada al aeropuerto de Wroclaw, el 31 de mayo, basta para comprender la ilusión del Papa por este viaje. El comentario, procedente de «un miembro de la delegación del Vaticano», de que el Papa prepara cada viaje a Polonia como si fuera el último, dio pie a que algún medio de comunicación lo repitiera hasta la saciedad. Lo cierto es que ahora es el Papa quien bromea sobre su edad, como hizo al recorrer un largo trayecto a pie en Wroclaw: «Como veis, sigo vivo. Acabo de cumplir 77».

Después de explicar las etapas del viaje, en su primer saludo, el Papa hizo una sola indicación: la de resolver «los problemas y tensiones con un esfuerzo común y solidario de todos, respetando los derechos de cada hombre, y especialmente del más indefenso y débil». Claro pero suave caía este consejo sobre tres acontecimientos recientes: la aprobación el fin de semana anterior en referéndum -con escasa participación (43%) y un 53% de votos a favor- de la nueva Constitución; la declaración de inconstitucionalidad, el 28 de mayo, de la ley del aborto puesta en vigor el año pasado por el gobierno de la Alianza Democrática de la Izquierda (SLD) (ver servicio 83/97); y, al día siguiente, las críticas del Card. Jozef Glemp al ministro de Educación, al que acusó de editar libros de educación sexual pornográficos.

Unidad, no mera tolerancia

Ya en la adoración del Santísimo Sacramento el día 31, el Papa se refirió a la «dimensión internacional» de este Congreso Eucarístico. Durante la oración ecuménica, Juan Pablo II habló de la unidad de los cristianos como motivo de credibilidad: «Los discípulos de Cristo deben formar una unidad perfecta, también visible, para que el mundo vea en ellos un signo legible por sí mismo».

Luego añadió: «La mera tolerancia entre las Iglesias es decididamente muy poco. (…) ¡No basta la tolerancia! ¡No basta la mutua aceptación! Jesucristo espera de nosotros un signo legible de unidad, espera un testimonio común».

La solicitud del Papa por la unidad se refiere en particular a Europa: «Occidente tiene mucha necesidad de nuestra fe, viva y profunda, en la etapa histórica de la construcción de un sistema nuevo. El Oriente devastado espiritualmente necesita una señal fuerte de abandono en Cristo. El perdón es la condición de la reconciliación».

Juan Pablo II -que convocó a los presentes a la Asamblea Ecuménica Europea que se celebrará en Graz (Austria) del 23 al 29 de junio- hizo un balance positivo del movimiento ecuménico: «En los últimos años ha disminuido de forma significativa la distancia que separa entre sí a las Iglesias y las Comunidades eclesiales».

Libertad con solidaridad

El 1 de junio, en la clausura del Congreso Eucarístico, a la que asistieron unas 200.000 personas, el Papa dio «gracias a Cristo por el don de la libertad recuperada, por los cambios que han dado inicio a una nueva época en la historia del mundo contemporáneo». Libertad, pero también solidaridad, porque «la tierra puede alimentar a todos». El Papa convocó a «un examen de conciencia relativo a la justicia social, a la solidaridad humana elemental. Sobre los hombres de la política y de la economía grava la responsabilidad de una justa distribución de los bienes a escala mundial y nacional: ¡hay que poner término de una vez a la plaga del hambre! Que la solidaridad triunfe sobre el desenfrenado afán de lucro y las aplicaciones de las leyes del mercado que no tengan en cuenta los derechos humanos imprescriptibles».

La solidaridad -que el Papa echa de menos en la ideología liberal-, pues, da sentido a la libertad: «La verdadera libertad exige orden, antes que nada un orden moral, el orden en la esfera de valores, el orden de la verdad y del bien. Cuando en la esfera moral reinan el caos y la confusión, la libertad muere, el hombre pasa de ser libre a esclavo, esclavo de los instintos, de las pasiones y de los pseudovalores».

«¿Puede el hombre construir el orden de la libertad por sí solo, sin Cristo, o incluso contra Cristo? ¡Ésta es una pregunta extraordinariamente dramática, aún más actual en un contexto social transido por concepciones de la democracia inspiradas en la ideología liberal! Se pretende persuadir al hombre y a la sociedad entera de que Dios es un obstáculo en el camino hacia la plena libertad, que la Iglesia es enemiga de la libertad, que no comprende la libertad, que tiene miedo de ella. ¡Se trata de una falsificación inaudita de la verdad! La Iglesia no cesa de anunciar en el mundo el Evangelio de la libertad. De hecho, la libertad no es sólo un don de Dios; se nos da también como tarea. Es nuestra vocación».

«La verdadera libertad se mide con la prontitud para el servicio y el don de sí. ¡Construye en vez de dividir!», terminó el Papa. Más tarde, citaría unas palabras que pronunció el 7 de noviembre de 1990 en Jasna Góra: «No se puede sólo poseer y disfrutar la libertad. Debe ser conquistada continuamente por medio de la verdad».

Testimonio en la vida cotidiana

El 2 de junio, Juan Pablo II exaltó el valor de la vida cotidiana y del trabajo, primero en el aeropuerto de Legnica, ciudad donde murió, frente al invasor tártaro, Enrique el Piadoso, príncipe de la dinastía Piast e hijo de santa Eduvigis. Después de referirse a esos actos heroicos extraordinarios, se refirió a la necesidad de «llevar la luz de Cristo a la vida cotidiana. Llevarla a los ‘areópagos modernos’, en los enormes campos de la civilización y de la cultura contemporáneas, de la política y de la economía. La fe no puede ser vivida exclusivamente en la intimidad del espíritu humano. Debe encontrar su expresión externa en la vida social», dijo.

«El Papa hablará -no puede dejar de hacerlo- de los problemas sociales, porque está en juego el hombre, la persona concreta», dijo al empezar sus referencias al trabajo, y llamó la atención sobre «las familias que pasan por la prueba de la indigencia, especialmente las familias numerosas».

«El hombre no puede ser visto como instrumento de producción. El hombre es creador del trabajo y artífice suyo. El fin del trabajo, de todo trabajo, es el mismo hombre, que gracias a él debe poder perfeccionar y profundizar en su propia personalidad. El trabajo es para el hombre, y no el hombre para el trabajo».

El Papa concretó más estas ideas en la homilía de la misa que celebró ante 300.000 personas en la antigua base soviética de Gorzów Wielkopolski, cerca de Legnica. Hablando del «testimonio de la sangre» dado por los mártires, dijo que «aún más legible debe ser el testimonio de la vida cotidiana», recordando que también hay que confesar a Dios «asumiendo la responsabilidad por las cuestiones públicas, con espíritu de solicitud por el futuro de la nación, edificado sobre la verdad del Evangelio», algo que exige «una fe madura, un empeño personal». Para eso, «necesitamos momentos especiales, destinados exclusivamente a la oración. Para poderse desarrollar, la vida interior necesita de la participación en la Santa Misa y del recurso al Sacramento de la Reconciliación».

«El martirio es la expresión máxima de la fortaleza», dijo. Pero no es menos heroico el testimonio que se pide a todos: «No tengáis miedo de la santidad. Tened el coraje de aspirar a la medida plena de la humanidad».

Las raíces cristianas de Europa

El 3 junio, ante la catedral de Gniezno, edificada en el siglo XIV, 250.000 personas celebraron el milenario del martirio de San Vojtech (Adalberto en los países no eslavos). Entre ellas estaban los presidentes de Polonia -Aleksander Kwasniewski-, Alemania -Roman Herzog-, Hungría -Árpad Gönz-, República Checa -Václav Havel-, Eslovaquia -Michal Kovac-, Lituania -Argidas Brazauskas- y Ucrania -Leonid Kuchma.

Como había anunciado, en esta parte de su viaje Juan Pablo II se referiría a Europa, en concreto a su proceso de unificación: «La recuperación del derecho de autodeterminación y el desarrollo de la libertad política y económica -dijo- no bastan para reconstruir la unidad europea. El objetivo de la unidad europea sigue estando lejos. No habrá unidad europea hasta que no se base en la unidad espiritual».

Después de la II Guerra Mundial, siguieron para Europa cincuenta años de una separación «por la que millones de habitantes de Europa central y oriental pagaron un precio terrible». Ahora «es necesaria una nueva disponibilidad» para superar una barrera invisible: «Es un muro hecho de miedo y agresividad, de falta de comprensión hacia los hombres de distinto color, de diferentes convicciones religiosas; es el muro del egoísmo político y económico, del enfriamiento de la sensibilidad respecto al valor de la vida humana y de la dignidad de todo hombre».

El fundamento espiritual de la unidad

Para superar las divisiones es preciso anclarse en el fundamento espiritual de la unidad, que «fue traído a Europa y consolidado a lo largo de los siglos por el cristianismo, con su Evangelio, con su comprensión del hombre y con su contribución al desarrollo de la historia de los pueblos y naciones. Esto no significa querer apropiarse de la historia. La historia de Europa es un gran río en el que desembocan numerosos afluentes, y la variedad de tradiciones y culturas que la forman es su mayor riqueza. Los fundamentos de la identidad de Europa están construidos sobre el cristianismo. Y su actual falta de unidad espiritual procede principalmente de la crisis de esta autoconciencia cristiana».

Juan Pablo II utilizó el lema de la Revolución Francesa al referirse a Cristo como «garante de esta dignidad» humana: «¡Abrid las puertas a Cristo! En nombre del respeto de los derechos del hombre, en nombre de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad, en nombre de la solidaridad humana y del amor, grito: ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo! Sin Cristo no es posible comprender al hombre. El muro que divide a Europa no se podrá abatir sin un retorno al Evangelio».

Después, en la reunión con los presidentes, el Papa fue más concreto y dijo que «no se puede dejar a ningún país, incluso al más débil, fuera de las comunidades que se están formando en la actualidad».

Derecho a la vida

El 4 de junio, ante 150.000 personas -entre ellas el líder de Solidaridad, Marian Krzaklewski-, en la plaza mayor de Kalisz, el Papa hizo una referencia directa al aborto. Como es sabido, la sentencia del Tribunal Constitucional contraria al aborto por motivos económicos o subjetivos no afecta a la despenalización existente para los casos de violación, incesto, peligro para la vida de la madre o malformaciones del feto, presente también en la ley restrictiva adoptada en 1993 por gobernantes afines a Solidaridad.

«El derecho a la vida -dijo Juan Pablo II- no es una cuestión de ideología, no es sólo un derecho religioso, es un derecho humano. Una nación que mata a sus propios niños es una nación sin futuro. No resulta fácil decir esto, sobre todo pensando en mi propia nación. Yo deseo un futuro para ella, un gran futuro».

Citando a la Madre Teresa de Calcuta, el Papa dijo que el aborto «es el mayor destructor de paz en el mundo de hoy», y animó a «una movilización general de las conciencias y un esfuerzo ético común para poner en acto la gran estrategia de la defensa de la vida. Hoy el mundo se ha convertido en palestra de la lucha por la vida. Por eso es importante la edificación de la ‘cultura de la vida’: la creación de obras y modelos culturales que subrayen la grandeza y la dignidad de la vida humana; la fundación de instituciones científicas y educativas que promuevan una justa visión de la persona humana, de la vida conyugal y familiar: la creación de ambientes que encarnen en la práctica de la vida cotidiana el amor misericordioso que Dios otorga al hombre».

El genio femenino

El día 6, fiesta del Sagrado Corazón, Juan Pablo II habló en particular de las mujeres, en la homilía que pronunció en Zakopane después de beatificar a dos religiosas, Maria Bernardina Jablonska y Maria Karlowska, que alcanzaron «la plenitud de la dignidad femenina». El Papa habló del «genio femenino», que se muestra en una «profunda sensibilidad respecto al sufrimiento humano; en el tacto, la apertura y la disposición para ayudar», cualidades que «son muchas veces infravaloradas», pero que son muy necesarias para el mundo de hoy: «¡Qué profundamente necesaria es esta sensibilidad femenina en las cosas de Dios y en las de los hombres, para que nuestras familias y toda la sociedad se conduzcan con cariño, benevolencia y alegría, para que el hombre de hoy aprecie los valores de la vida, la responsabilidad y la fidelidad, para preservar el respeto a la dignidad humana!».

También en Cracovia destacó Juan Pablo II el ejemplo de otra mujer, Santa Eduvigis, la joven reina nacida en Hungría y muerta con 25 años. La misa multitudinaria -más de un millón de asistentes- del domingo 8 en la explanada de Blonie, en esta ciudad, fue en cierto modo la culminación del viaje papal. Juan Pablo II realizó lo que no pudo lograr el cardenal Stefan Wyszynski en 1966, con motivo del milenario del «bautismo» de Polonia: la canonización de la reina Eduvigis (1374-1399), promotora de la Universidad de Cracovia y de la unión de su reino con Lituania, país que empezó a evangelizarse desde Polonia después de que Santa Eduvigis se casara con el príncipe Jaguello.

Santa Eduvigis, dijo el Papa, es un ejemplo actual, válido para todos, puesto que Santa Eduvigis supo ser a la vez Marta y María: «Tu profunda inteligencia y tu intensa vida activa se encendían en la contemplación, en la relación personal con el Crucificado. Aquí contemplación y vida activa encontraban el justo equilibrio. Por eso tomaste ‘la mejor parte’, la presencia de Cristo». Un ejemplo válido en particular para el mundo de la cultura: «Eduvigis sabía bien que la fe busca la comprensión racional, que la fe necesita de la cultura y forma la cultura, que la fe vive en el espacio de la cultura».

La responsabilidad de los laicos

El domingo por la tarde, el Papa resumía ante el episcopado polaco los problemas a los que se enfrenta la Iglesia en Polonia y, por tanto, los objetivos de su viaje: «Quiero subrayar la necesidad de que los laicos asuman la responsabilidad que les corresponde en la Iglesia», así como la de que «desarrollen, en nombre propio pero como miembros fieles de la Iglesia, el pensamiento político, la vida económica y la cultura». Sin que el clero se inmiscuya: «Sin duda, es preciso ayudarles en esto, pero no sustituirlos». Así, «la Iglesia en Polonia podrá ofrecer a Europa muchos valores gracias a los cuales Europa podrá construir un organismo rico, no sólo en el plano económico, sino también con una profunda vida espiritual».

En los actos de estos días estuvo presente una delegación de Cuba -país que Juan Pablo II visitará el año próximo-, para observar cómo se organiza un viaje papal. Si aplica lo que ha visto en Polonia -excesiva severidad de la policía, imposibilidad, para casi todos los asistentes a las misas, de acceder a la comunión…-, y los cubanos, de sangre más caliente, no muestran la «paciencia eslava» de que han hecho gala los polacos, el resultado se puede imaginar.

Santiago Mata

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