Juan Pablo II en Estados Unidos

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La prensa norteamericana ha dedicado abundante atención a la reciente visita de Juan Pablo II al país. Seleccionamos algunos comentarios.

Jeffrey L. Sheler (U.S. News & World Report, Washington, 16-X-95) destaca la calurosa acogida que las multitudes dispensaron al Papa. La explicación del periodista es que en «una nación inquieta, que se interroga sobre sí misma, muchos norteamericanos se han sentido atraídos por una voz que transmite certeza, la voz de un profeta moderno que recuerda a su grey que en la economía de Dios, la libertad, la verdad y la justicia son firmes y permanentes».

Sheler añade que el viaje ha sido «una confirmación de la influencia personal de Juan Pablo II y de su capacidad de trascender cuestiones polémicas, y de tocar los corazones y sacudir las conciencias con las sencillas profundidades de la fe. Ya se dirigiera a los representantes de la ONU o a los fieles en Brooklyn, su mensaje fue coherente y claro: ‘atended a las cosas del alma y a las necesidades de los pobres y los débiles'».

El atractivo del Papa, dice el periodista, radica en el interior. Sheler llama la atención sobre un detalle: «Después de oficiar una celebración en la catedral de Newark, mientras el presidente Clinton estrechaba las manos de los asistentes, el Papa se retiró discretamente a rezar». Sheler concluye: «El mensaje de Juan Pablo II a su grey es, en gran parte, una llamada a la oración y a la reflexión personal: una invitación a entrar en la quietud del alma. Este aspecto de su pontificado a veces desconcierta y frustra a los que querrían llevarle a hablar de temas discutidos. Pero quizá es ahí, en el silencio contemplativo, donde él habla con más fuerza».

El Washington Post (8-X-95) subraya que «Juan Pablo II ha hablado bien alto, una y otra vez, del tema políticamente menos de moda: la responsabilidad moral de los norteamericanos hacia los desfavorecidos». El diario recoge opiniones de diversas personas. El sacerdote Thomas Reese, profesor de teología en la Universidad Georgetown (Washington), comenta: «Lo que más me llama la atención es que el Papa es un hombre al que habitualmente se etiqueta como conservador. Y, sin embargo, dice al pueblo norteamericano cosas que ningún demócrata liberal tendría el valor de decir: que debemos acoger a los inmigrantes y que hemos de preocuparnos de los pobres, tanto los de este país como los de todo el mundo».

Este mensaje tiene implicaciones políticas, pero está en otro plano. Dice John Swenson, director de los servicios de la Conferencia Episcopal para inmigrantes y refugiados, al Washington Post: «El Papa, por supuesto, no es un político. Pero no es en absoluto insólito que, cuando hay un debate político, la Iglesia recuerde a la gente las obligaciones morales que tienen». Por su parte, George Weigel, presidente del Centro de Ética y Política Pública (Washington), comenta al mismo diario: «El Papa no ha venido aquí para presentarse o presentar a la Iglesia como expertos en política social. Es muy importante comprender que su llamada a la compasión por los pobres, a la solidaridad con ellos, va unida, en sus enseñanzas sociales, a la promoción de los pobres, para sacarlos de la situación de dependencia».

Newsweek (16-X-95) subraya la atención con que el público y los medios de comunicación siguieron la visita. «Durante 89 horas, el área metroplitana de Nueva York se convirtió en la feligresía del Papa. Las televisiones locales siguieron todos sus pasos, con devotos comentarios, dejando para las cadenas nacionales el veredicto del caso Simpson. Una gran foto del pontífice presidió la primera página del New York Times. Fue un gráfico recuerdo de que la multicultural Nueva York sigue siendo una ciudad predominantemente católica».

El semanario se refiere también a la fuerza del mensaje de Juan Pablo II. «La vitalidad del Papa está ahora, sobre todo, en sus palabras. Camina arrastrando los pies. Sin embargo, a sus 75 años, Juan Pablo II abraza a las multitudes casi con la energía de un adolescente. Su mensaje a los norteamericanos tiene la coherencia de la sabiduría que da la vida. Pero sus esperanzas con respecto a las Naciones Unidas -‘que vuelva a florecer la verdadera humanidad en la compasión, la apertura y la solidaridad entre los pueblos y naciones’- es algo que sólo los jóvenes se atreven a soñar».

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