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Juan Pablo II: el perdón entre los pueblos, requisito para la paz

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El perdón como remedio para curar las heridas acumuladas en este siglo conflictivo es la propuesta que lanza Juan Pablo II en su mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el 1 de enero. El perdón al que se refiere el Papa se basa en la verdad y en la justicia, y debe aplicarse no sólo en las relaciones interpersonales y sociales, sino también en las relaciones entre los Estados.

El mensaje, titulado «Ofrece el perdón, recibe la paz», no menciona situaciones concretas, pero se refiere a temas actuales fácilmente identificables.

El Papa señala que la dificultad del perdón depende no sólo de las vicisitudes del presente, sino también de que no es fácil desentenderse del peso de la historia, con sus violencias y conflictos. Por esta razón, alienta a no permanecer «prisioneros del pasado». Al contrario, «es necesaria, para cada uno y para los pueblos, una especie de ‘purificación de la memoria’, a fin de que los males del pasado no vuelvan a producirse más». Pues «sólo el amor construye. La novedad liberadora del perdón debe sustituir a la insistencia inquietante de la venganza».

No se trata, sin embargo, de olvidar todo lo que ha sucedido, sino de «aprender a leer la historia de los otros pueblos» evitando juicios parciales, y haciendo un esfuerzo para comprender sus puntos de vista. «Este es un verdadero desafío, incluso de orden pedagógico y cultural». Se descubrirá así, añade el Papa, que «los errores nunca están sólo en una parte; se verá cómo la presentación de la historia a veces ha sido deformada e incluso manipulada con trágicas consecuencias».

El respeto de las diversidades es una condición necesaria y el primer paso hacia la reconciliación. Es preciso, asimismo, «la creación de estructuras sólidas, capaces de resistir los vaivenes de la política», que sirvan para dirimir conflictos de modo pacífico. Algunas de estas instituciones ya existen, como es el caso de la ONU, pero es menester reforzarlas y adaptarlas a las circunstancias actuales.

De todas formas, el Papa advierte que no es sólo cuestión de estructuras, porque es en la esfera personal donde el perdón resulta con frecuencia heroico, ante «el dolor por la pérdida de un hijo, de un hermano, de los propios padres o de la familia entera por causa de la guerra, del terrorismo o de acciones criminales».

Y es que el «perdón, en su forma más alta y verdadera, es un acto de amor gratuito», pero tiene también sus propias exigencias: la primera es el respeto a la verdad. «El perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado». Este es el sentido de la delicada labor de los tribunales internacionales establecidos «en varias partes del mundo, ante los abusos entre grupos étnicos o naciones».

No es raro, además, añade el Papa, «el caso de países cuyos gobernantes, ante el bien primordial de la pacificación, han tomado el acuerdo de conceder una amnistía a quienes han reconocido públicamente los delitos cometidos durante un período de inestabilidad. Esta iniciativa puede considerarse positiva, por ser un esfuerzo encaminado a promover el establecimiento de buenas relaciones entre grupos anteriormente contrapuestos».

Junto a la verdad, otro requisito esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia, «que tiene su fundamento último en la ley de Dios y en su designio de amor y de misericordia sobre la humanidad». La justicia no se limita a establecer lo que es recto entre las partes en conflicto, sino que «tiende sobre todo a restablecer las relaciones auténticas con Dios, con uno mismo y con los demás. Por tanto, no hay contradicción alguna entre perdón y justicia».

Juan Pablo II advierte que «el perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es la propia de la justicia, sino que trata de reintegrar tanto a las personas y a los grupos en la sociedad, como a los Estados en la comunidad de Naciones».

El Papa escribe el mensaje teniendo presente la preparación del Gran Jubileo del 2000 y la necesidad de que, en esta perspectiva, la reconciliación abarque en primer lugar a los cristianos. «Todo ello ejercerá ciertamente un influjo positivo sobre los procesos de pacificación en curso en diversas partes del mundo».

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