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Juan Pablo II consagra la parroquia del Beato Josemaría Escrivá

publicado
DURACIÓN LECTURA: 12min.

Un punto de referencia humano y cristiano para un joven barrio de Roma
Roma. El pasado domingo 10 de marzo, Juan Pablo II celebró la ceremonia de dedicación de la parroquia del Beato Josemaría Escrivá, una nueva iglesia construida en la diócesis de Roma gracias a la generosidad de numerosas personas de todo el mundo. La nueva parroquia es ya un punto de referencia para un joven barrio de la periferia que cuenta con ocho mil habitantes.

Juan Pablo II llegó al complejo parroquial a las nueve menos cuarto de la mañana. Varios cientos de personas ocupaban ya la amplia nave del templo, y otros muchos esperaban en la plazoleta de acceso al atrio, donde se había instalado una pantalla gigante de televisión con el fin de que cuantos no tuvieran sitio en el interior pudieran, al menos, seguir la ceremonia desde fuera.

El Papa fue recibido en el atrio de la iglesia por el cardenal Camillo Ruini, su Vicario para la diócesis de Roma; Mons. Javier Echevarría, obispo prelado del Opus Dei; Mons. Clemente Riva, obispo auxiliar de Roma, y Mons. Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos, a quienes acompañaba el párroco, D. Alberto Ortolani.

Antes de entrar en el templo, un niño dio la bienvenida al Santo Padre en nombre de los más jóvenes de la parroquia. En el espontáneo diálogo que siguió, el Papa subrayó la coincidencia de que «los dos nos llamamos Carlos» y le preguntó si también ellos -los pequeños- habían colaborado en la construcción del templo. «Nos hemos esforzado», fue la diplomática respuesta del muchacho. El Papa, sin embargo, le dio la razón, pues aludió a que la Iglesia «no se construye sólo con ladrillos sino que todos los bautizados somos piedras vivas».

Buena parte de la ceremonia, de más de dos horas de duración, fue ocupada por el rito de la dedicación, que incluye el rico simbolismo litúrgico de la aspersión del agua bendita, la letanía de los santos, la deposición de las reliquias, la unción del altar y de los muros del templo, la incensación del altar, el cubrimiento con los manteles, la iluminación del altar y de la iglesia.

En un barrio nuevo

El origen de la parroquia se remonta al 17 de mayo de 1992 cuando, con ocasión de la beatificación del fundador del Opus Dei, el entonces prelado de la Obra, monseñor Álvaro del Portillo, ofreció como regalo al Papa la construcción en Roma de una iglesia dedicada al beato Josemaría Escrivá. El templo se construiría con la aportación económica de personas de todo el mundo.

El proyecto fue muy bien recibido, pues si bien en Roma hay abundantes iglesias en el centro histórico, faltan en los barrios periféricos donde vive la mayoría de las familias jóvenes. Hasta el punto de que meses antes se había lanzado la campaña «50 iglesias en Roma para el año 2000», a fin de sensibilizar a los fieles sobre este problema.

El Vicariato de Roma asignó un territorio en el barrio Ardeatino, en la zona de Tre Fontane Norte, situado a pocos centenares de metros del lugar donde, según la tradición, sufrió martirio el apóstol san Pablo. Es un barrio nuevo, todavía no acabado, en el que viven en torno a 2.500 familias, lo que supone actualmente unas ocho mil personas, que podrían llegar a diez mil en el futuro. Se trata, en su mayoría, de familias jóvenes de clase media y clase media-baja (sobre todo funcionarios de organismos públicos).

Para iniciar la actividad pastoral no se esperó, sin embargo, a tener construido el edificio o a que se poblaran todos los edificios. La labor parroquial se ha desarrollado sin interrupción en dos sedes provisionales prefabricadas hasta que hace pocas semanas fue ya utilizable el edificio actual. El templo se comenzó a construir -sobre un terreno de propiedad del Vicariato de Roma- el 18 de abril de 1994.

Crecer juntos

La parroquia se ha convertido desde el primer momento en un punto de referencia para todo el barrio, precisamente porque han crecido juntos. Además, a pesar de su modernidad, el barrio responde a una concepción urbanística antigua, de tipo ciudaddormitorio: no sólo carece de estructuras adecuadas que puedan favorecer la relación entre los vecinos (centros deportivos, culturales o sociales), sino que no hay ni siquiera tiendas para comprar.

«Mientras muchas manos trabajaban en las obras de construcción de esta iglesia -dijo el párroco al comienzo de la misa, dirigiéndose al Papa- ha crecido también otro ‘edificio’, no construido por las manos de los hombres, en el que ha trabajado el Espíritu Santo y que ha dado frutos de renovada evangelización y de mayor cercanía a la vida de la gracia en los fieles y en los obreros de la empresa que ha construido el complejo parroquial: muchos de ellos están aquí hoy junto al Romano Pontífice».

Inspirada en la tradición basilical romana

La iglesia, que surge en medio de imponentes edificios, tiene una superficie de 800 metros cuadrados a los que hay que sumar una amplia tribuna (cuenta con un total de 480 asientos). La concepción arquitectónica, obra del estudio del arquitecto Santiago Hernández, se inspira en la tradición basilical romana, tanto en lo que se refiere a la forma (pórtico, atrio, campanile), como a los materiales utilizados (ladrillo, travertino).

En el interior, de una sola nave, «cada uno de los elementos arquitectónicos -afirma el arquitecto- lleva hacia el altar como punto central de la celebración litúrgica y, detrás del altar, al retablo, con el Sagrario en el centro», a media altura, según un esquema frecuente en el Alto Aragón, tierra natal del Beato Josemaría Escrivá.

El retablo, de casi 50 metros cuadrados, está integrado por ocho telas del pintor Armando Pareja, que representan el misterio de la Trinidad, varias escenas de la vida de la Sagrada Familia y la figura del Beato Josemaría Escrivá. Las catorce estaciones del «Via Crucis», colgadas en las paredes interiores, son obra del escultor Romano Cosci, mientras que el órgano ha sido construido por la casa Pinchi, de Foligno (Italia). El mosaico que decora la capilla lateral ha sido realizado por el taller Cassio, sobre un proyecto del pintor Salvador Pérez. En el exterior presenta dos bajorrelieves, uno de la Sagrada Familia en el centro de la fachada y otro de un ángel protector en la torre del campanario.

Un servicio a la diócesis

Antes de concluir la misa, el prelado del Opus Dei dirigió al Papa unas breves palabras de agradecimiento en nombre de todos los presentes. Entre otras cosas, recordó que dentro de pocas semanas se cumplirán 50 años del día en que el Beato Josemaría «se trasladó a Roma con el deseo de romanizar el Opus Dei: esta es la expresión literal con la que definía el anhelo que le había llevado a establecerse en la Urbe, con el fin de servir mejor a la Iglesia y al Papa».

Ese mismo anhelo lo imprimió también en el ánimo de los fieles de la Prelatura del Opus Dei. «Conscientes de esta realidad, cuando Mons. Álvaro del Portillo, que el Señor llamó a Sí hace dos años, ofreció a Vuestra Santidad una Iglesia en Roma, los fieles y los cooperadores de la Prelatura se adhirieron de todo corazón a aquel gesto, felices por poder contribuir con sus propios donativos -grandes o pequeños, pero siempre fruto de sacrificios personales tangibles- a prestar este servicio a la diócesis del Papa».

Mons. Echevarría señaló que se había procurado que el cuidado de los detalles materiales del templo reflejara, al menos en parte, «el núcleo del mensaje espiritual confiado por el Señor al Beato Josemaría: la búsqueda de la santidad a través del trabajo diario, desempeñado por amor de Dios y con la mayor atención posible, al servicio de los hombres y mujeres de todas las condiciones sociales».

Antes de marcharse, el Papa saludó al consejo pastoral y a los jóvenes, pero no pudo entretenerse con ellos pues era ya tarde y, como todos los domingos, debía llegar al Vaticano para rezar el Angelus a las doce con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. «Siempre que me encuentro con personas del Opus Dei, dijo al despedirse, me dicen que rezan mucho por mí. Pues yo os lo digo ahora: ¡sí, rezad mucho por mí!».

Muchos de los asistentes se detuvieron todavía bastante tiempo en el interior de la iglesia, para contemplar de cerca el retablo y visitar la capilla lateral. En la parte posterior del altar (en cuyo interior se colocó el relicario que estuvo expuesto en la ceremonia de beatificación) se ha inscrito, en latín, la siguiente oración: «Oh Beato Josemaría, que como siervo bueno y fiel cumpliste siempre con prontitud la voluntad de Dios, intercede por nosotros para que, guiados por tu ejemplo, podamos santificar el trabajo y ganar almas para Cristo, iluminando los caminos de la tierra con la llama de la fe y del amor».

La homilía de Juan Pablo IIOfrecemos algunos párrafos de la homilía que el Papa pronunció durante la Misa.

Damos gracias al Señor porque tenemos la alegría de inaugurar esta iglesia, que constituye un lugar privilegiado de unión humana además de cristiana, ya que en el barrio faltan incluso los servicios esenciales y estructuras que puedan favorecer el encuentro y el trato mutuo entre los habitantes. Que este templo sea cada vez más el lugar de la oración y del encuentro, de la fraternidad y de la comunión.

Con la Liturgia de la Dedicación, este edificio se convierte en un lugar sagrado, una iglesia, morada de Dios entre los hombres. A los creyentes les sucede una cosa todavía más profunda al recibir el sacramento del bautismo. Hechos hijos adoptivos de Dios mediante la regeneración espiritual operada por el agua y el Espíritu Santo, se insertan en el Cuerpo Místico de Dios que es la Iglesia. El Espíritu vive en los bautizados como en un templo. Por eso, cada cristiano está llamado a ser santo como lo es el Padre celestial.

Esta verdad, proclamada claramente por Jesús en el Evangelio, ha sido testimoniada por el Beato Josemaría Escrivá con la vida y con una enseñanza constante. «Dios nos espera cada día», le gustaba repetir. «Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir». Y añadía: «No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca» (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114).

Dedicamos hoy vuestra parroquia al Fundador del Opus Dei, que tanto hizo para difundir el ideal de la santidad. Queridísimos hermanos y hermanas, que sepáis hacer vuestro su programa de vida y de empeño pastoral: vivir tendiendo hacia la santidad y hacer que cada persona con la que os encontréis, hombre o mujer, comprenda que está llamada a la plena comunión con Dios.

Sé que con la ayuda de vuestros sacerdotes se está creando un grupo de animadores deseosos de sostener la evangelización dentro de vuestra parroquia, después de haber profundizado en la doctrina y la moral de la Iglesia y de haber adquirido mayor conciencia de la responsabilidad de los laicos en el apostolado. Os expreso mi vivo aprecio por esta válida iniciativa pastoral. Hago votos para que este celo crezca cada vez más y lo hagan propio muchos habitantes del barrio, en unión con el esfuerzo apostólico y misionero de toda la diócesis por la misión ciudadana de cara al Gran Jubileo del Dos mil.

Sabemos bien que el diálogo con las almas, si se hace de modo profundo, se desarrolla lentamente. No desistáis de este apostolado fundamental. Los frutos concretos, aunque tal vez puedan tardar, ciertamente no dejarán de llegar. Os confío a todos a las manos maternales de la Bienaventurada Virgen María y a la intercesión del Beato Josemaría. (…)

He aquí un tema particularmente significativo durante el tiempo de Cuaresma. Es necesaria la luz del corazón para poder prepararse bien a la celebración de la Pascua, también mediante el sacramento de la Penitencia.

Todos los fieles están invitados a profundizar, especialmente durante la Cuaresma, en el valor de la Confesión como momento fundamental para reconocer el mal y el pecado presentes en sus vidas, para reconciliarse con Dios y con los hermanos y para renovar su adhesión a Cristo y al Evangelio. En este esfuerzo de redescubrimiento del auténtico significado de la penitencia evangélica pueden ofrecer una aportación fundamental las parroquias y los santuarios, con las especiales predicaciones que se acostumbra hacer en el periodo de Cuaresma. Todo ello estimula a los creyentes a entrar en el espíritu pascual y, como «verdaderos adoradores», a «adorar al Padre en espíritu y verdad» (cfr. Jn. 4,23).

En el acta de la dedicación de la iglesia, con la firma de Juan Pablo II, se lee, entre otras cosas:

Al dedicar esta iglesia, también he dado gracias al Señor que, en su misericordia, el 2 de octubre de 1928 quiso recordar a los hombres la universalidad de la llamada a la plenitud de la unión con Cristo, haciendo ver el Opus Dei al Beato Josemaría. (…) He suplicado a Dios omnipotente y eterno que derrame copiosamente su gracia sobre todos los fieles que entrarán en este templo para invocar su santo Nombre, para escuchar su Palabra, para nutrirse del santo alimento de la Eucaristía, para desarrollar su vida cristiana con la participación en los sacramentos que han sido confiados a la Iglesia por su Divino Hijo, y para hacer -de las actividades apostólicas que aquí tomarán vida- ocasión de edificación y de crecimiento espiritual en la fidelidad a la Iglesia.

Por último, he rezado ardientemente al Señor por todos aquellos que, en los cinco continentes, han permitido con su propia generosidad la construcción de esta iglesia: en particular, he invocado la ayuda celestial para los fieles de la Prelatura del Opus Dei, para que sigan llevando a cabo en todo el mundo una fecunda siembra de alegría y de paz, siguiendo el ejemplo de fidelidad al espíritu del Beato Josemaría testimoniado por Mons. Álvaro del Portillo, de venerada memoria, que quiso la edificación de este templo y trabajó con ese fin.

Diego Contreras

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