Juan Pablo II: «¡Ama a los otros pueblos como al tuyo!»

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Roma. El recuerdo de la II Guerra Mundial no se puede limitar a la evocación de un doloroso episodio histórico, sino que debe ser «una lección severa para nuestra generación y para las futuras». Esta es la convicción que ha movido a Juan Pablo II a escribir un mensaje con motivo del 50.º aniversario de la conclusión del conflicto bélico.

El Papa, que ya había escrito una carta análoga en agosto de 1989, aniversario del inicio de la contienda, y que el próximo 11 de junio celebrará una misa en San Pedro en sufragio por todas las víctimas, afirma que la Segunda Guerra Mundial no fue sólo una catástrofe: «ha significado un cambio para la humanidad contemporánea», con una secuela de odio y exterminio como nunca antes había conocido la humanidad. Por la descripción se intuye la vivencia personal que tuvo el Papa de «aquellos seis años terribles».

El mensaje, de 26 páginas, firmado el pasado 8 de mayo y enviado a todos los jefes de Estado del mundo, es una reflexión de fondo sobre por qué «se llegó a un grado tal de envilecimiento del hombre y de los pueblos». El Papa se pregunta también por qué, acabada la guerra, continuaron los regímenes totalitarios, e incluso se difundieron, especialmente en Europa del Este, hasta el punto de que para muchos países la tragedia no concluyó hasta 1989.

«El mundo, y en particular Europa, se dirigieron hacia aquella gran catástrofe porque habían perdido la energía moral necesaria para hacer frente a todo lo que les empujaba a la guerra». Además, el uso de las armas estuvo acompañado por el recurso «a otro instrumento bélico fatal: la propaganda. Antes de atacar al adversario con medios de destrucción física, se buscó aniquilarlo moralmente con la denigración, las falsas acusaciones y la orientación de la opinión pública hacia la más irracional intolerancia».

La advertencia de que «con el recurso a las armas no se solucionan los problemas, sino que se crean nuevas y mayores tensiones entre los pueblos», «no ha sido plenamente recibida en todas partes». La guerra no ha desaparecido, como demuestran hoy los Balcanes y el Cáucaso, con el agravante de que la opinión pública responde emotivamente, pero acaba acostumbrándose «y casi aceptando el carácter ineludible de los acontecimientos».

Frente a esto, el Papa subraya la coherencia que debe haber entre el recuerdo de la Guerra Mundial y las orientaciones de la política nacional e internacional de nuestros días. Es preciso, en concreto, «disponer de eficaces instrumentos de control del mercado internacional de armas» y organizar «estructuras adecuadas de intervención en caso de crisis», con el fin de que las partes implicadas opten por la negociación. En este contexto, menciona también la necesidad de que se dote a la ONU de los instrumentos necesarios para que pueda realizar eficazmente su misión de paz.

No faltan en el mensaje consideraciones dirigidas específicamente a los cristianos, como la reflexión de que «las monstruosidades de aquella guerra se manifestaron en (…) el continente que permaneció más tiempo bajo el influjo del Evangelio y de la Iglesia». Por estas razones, «los cristianos de Europa deben pedir perdón, aun reconociendo que fueron diferentes las responsabilidades en la construcción del aparato bélico».

Al mismo tiempo, el Papa cita también algunos pronunciamientos de Pontífices anteriores, como Pío XI y Pío XII, que muestran los esfuerzos de la Iglesia por frenar el clima de degeneración varios años antes de que estallara la contienda. Se refiere, en particular, a la reprobación del culto a la nación, que se convirtió «casi en una nueva idolatría».

Con la perspectiva del Jubileo del año 2000, que debe ser una meta de penitencia y reconciliación entre los cristianos, el Papa pide a los jóvenes de hoy que estén atentos frente al resurgir de la «cultura del odio y de la muerte»: «Rechazad las ideologías obtusas y violentas; rechazad todas las formas de nacionalismo exaltado y de intolerancia; por esos caminos se introduce insensiblemente la tentación de la violencia y de la guerra». La consigna es, concluye el Papa parafraseando la invitación de Jesucristo: «¡Ama a los otros pueblos como al tuyo!».

Diego Contreras

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