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Juan Pablo II abre el Año de la Eucaristía

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Roma. El Año de la Eucaristía, convocado por Juan Pablo II para toda la Iglesia, no se caracterizará por eventos extraordinarios, sino por el deseo de que todas las actividades estén marcadas por una gran profundidad espiritual. El punto clave será la centralidad de la misa dominical y de la adoración eucarística, con el empeño de los cristianos por traducir en su vida diaria esas riquezas. Estas son algunas de las indicaciones contenidas en la carta apostólica «Mane nobiscum Domine» («Señor, quédate con nosotros»), fechada el 7 de octubre, en la que el Papa explica el sentido que quiere dar a esta iniciativa pastoral.

El propio Juan Pablo II inaugurará el Año de la Eucaristía el próximo 17 de octubre con la misa que celebrará en la Basílica de San Pedro, a la que seguirá una adoración eucarística. En esa fecha enviará también un mensaje invitando a los católicos a poner la Eucaristía en el centro de sus vidas. El Año terminará el 29 de octubre de 2005, coincidiendo con la conclusión de la XI asamblea general del Sínodo de los Obispos, que reunirá en Roma a prelados de todo el mundo para tratar precisamente de «La Eucaristía, fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia».

La carta apostólica, un texto de treinta páginas (6.100 palabras), toma como hilo conductor la historia de los discípulos de Emaús, que se encontraron durante el camino -sin reconocerlo- con Cristo resucitado y pronunciaron la frase que da título a la carta: «Quédate con nosotros, porque se hace tarde y está anocheciendo». El Papa propone esa imagen como guía de todo el Año, invitando a reflexionar sobre la Eucaristía. Para tal fin propone la meditación de la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» (abril de 2003; ver servicio 57/03), de la carta apostólica «Dies Domini», sobre el sentido del domingo (mayo de 1998; ver servicio 104/98), así como de la carta apostólica «Novo millennio ineunte» (enero de 2001; ver servicio 2/01), «documento programático» donde expresa la necesidad para los cristianos de contemplar el rostro de Cristo.

Para el Papa, una conclusión lógica es que «los cristianos se comprometan a testimoniar con más fuerza la presencia de Dios en el mundo. Que no tengan miedo de hablar de Dios y de llevar con gallardía los signos de la fe. La «cultura de la Eucaristía» promueve una cultura de diálogo, que encuentra en ella fuerza y alimento». En este contexto, hace algunas observaciones que son de gran actualidad: «Es equivocado considerar -afirma- que las referencias públicas a la fe puedan menoscabar la legítima autonomía del Estado y de las instituciones civiles, o que incluso puedan alentar actitudes de intolerancia. Aunque históricamente no hayan faltado errores en esta materia incluso entre los creyentes, como reconocí con ocasión del Jubileo, la causa no está en las ‘raíces cristianas’ sino en la incoherencia de los cristianos con respecto a sus raíces. Quien aprende a decir ‘gracias’ imitando a Cristo crucificado, podrá ser un mártir, pero nunca será un verdugo».

El Año de la Eucaristía se suma a otras iniciativas pastorales propuestas por el Papa en años pasados, como el Año Santo Extraordinario de la Redención (1983-84), el Año Mariano (1987), el Año del Rosario (octubre 2002-octubre 2003), además del Jubileo del año 2000, que fue precedido por tres años de preparación. Sin embargo, no se trata de una decisión extemporánea pues -según explica en la carta apostólica «Mane nobiscum Domine»- las iniciativas precedentes tenían por objetivo centrar la atención de los fieles en la persona de Cristo, presente en la Eucaristía. De modo que «en cierto sentido, se propone como un año de síntesis, una especie de vértice de todo el camino recorrido».

Diego Contreras

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