Japón se plantea cómo mantener a sus ancianos

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El envejecimiento demográfico amenaza con la quiebra a la seguridad social
Ashiya. Japón es el país que envejece más de prisa. Hacia el año 2015, los mayores de 65 años serán la cuarta parte de la población, mientras en que otros países comparables -Alemania, Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos- la proporción estará aún en torno al 20%. Las pensiones y la atención médica de los mayores harán que la seguridad social consuma más del 70% de la renta nacional japonesa. Subir los impuestos y rebajar las prestaciones parece ser la única salida. El gobierno ya ha empezado a tantear medidas de ese tipo, inevitablemente impopulares. Según cómo afronte el problema y qué resultados obtenga, Japón servirá de modelo o de escarmiento para otros países abocados a la misma situación.

La sociedad japonesa envejece mucho más de prisa de lo que se había pronosticado hace sólo cinco años. Este fenómeno alcanzará un momento decisivo antes de 1998: se prevé que entonces el número de ciudadanos mayores de 65 años sobrepasará al de jóvenes menores de 14. Así lo acaba de anunciar el Instituto de Seguridad Social y Problemas de la Población, del Ministerio de Salud y Bienestar.

Sociedad ultra gris

El creciente número de personas de edad avanzada visibles hoy día en Japón corrobora estos datos sin necesidad siquiera de pruebas estadísticas.

Si continúa el descenso de la natalidad, dentro de cuatro o cinco decenios las personas mayores de 65 años constituirán el 30% de la población. Según el informe del Instituto de Seguridad Social, en el 2025 -a menos de 30 años vista- habrá 66 millones de japoneses mayores de 65 años, el doble que ciudadanos de 20 a 64 años. Y hacia mediados del siglo próximo habrá tres ciudadanos mayores de 65 años por cada cinco en edad laboral.

Estas cifras apuntan a la inexorable llegada de una sociedad «ultra gris». La población total empezará a disminuir a partir del 2007, año en que alcanzará el máximo de 127,78 millones. Según el último censo (1995), el total de la población es de 125,57 millones.

Por lo que se refiere a la esperanza de vida -que en Japón es ya la más alta del mundo: 77 años para los hombres y 83 para las mujeres en 1996-, se estima que en el 2050 los hombres vivirán un promedio de 79 años y las mujeres, 86. La edad media de la población será de 48,6 años (39,6 años en 1995).

La pirámide falla por la base

El descenso de la natalidad es, sin duda, el factor más importante en la aceleración del envejecimiento de la sociedad. La media de hijos por mujer en edad reproductiva, que alcanzó el punto más bajo de 1,42 en 1995, se prevé que seguirá bajando y llegará a 1,38 en los primeros años del nuevo siglo. Estos cálculos del futuro de la natalidad se basan en la hipótesis de que el número de mujeres que no se casan o se casan tarde seguirá creciendo de acuerdo con la tendencia actual.

En 1975, el 80% de las mujeres en la segunda mitad de la veintena estaban casadas, pero a mediados de los años 90 esa cifra bajó al 60%.

Una encuesta del Ministerio de Salud y Bienestar, para comprobar el grado de conciencia pública de la crisis actual y futura, ha producido unos resultados que son sólo parcialmente alentadores: el 42,3% de los que responden dicen que la disminución de los nacimientos es «indeseable» o «extremadamente indeseable» porque precipita el envejecimiento de la sociedad. Pero una proporción todavía más elevada, el 46,8 %, se muestra indiferente o sin opinión en este asunto.

Por otra parte, el último informe anual de la Agencia gubernamental para la planificación económica, que recoge un conjunto de indicadores acerca de la calidad de vida en el país, muestra que las condiciones para la crianza y educación de los hijos han empeorado. Se cita como uno de los factores más destacados la subida en espiral de los costes de la enseñanza.

Lo que escasea en un país rico

Lo que no menciona el informe es que incluso matrimonios que habían pensado en un principio tener más de un hijo encuentran cada vez más obstáculos para cumplir su deseo. No todos económicos, aunque estos sean importantes. Otras razones que se mencionan son el alto costo de la vivienda y el reducido espacio de los hogares medios en Japón, con la consiguiente falta de intimidad. Sale natural preguntarse: ¿cuántos hijos pueden criarse en un 2DK (apartamento de dos dormitorios y un dining/kitchen: cocina-comedor)? Otras madres jóvenes que quieren o necesitan seguir trabajando mencionan la escasez de guarderías adecuadas. Así que en Japón no sólo están cambiando las actitudes acerca del matrimonio, sino también las relativas a la natalidad y crianza de los hijos.

De todos modos, tanto los que no quieren tener hijos, como los que tienen razones para pensar que no pueden o no deben tener más que uno, y los que no quieren pensar sobre el asunto, se verán pronto seriamente afectados por la tremenda suma que el país necesitará gastar para hacerse cargo del creciente número de ancianos que precisan cuidados especiales.

¿Cómo repartir el peso del coste de la seguridad social?: este es el mayor interrogante que el gobierno japonés ha de resolver. En el año fiscal 1996 (que terminó en marzo pasado) estos gastos se estimaron en un 37,2% de los ingresos públicos. Pero el Ministerio de Salud y Bienestar predice que ascenderán a un 45% en el año fiscal 2000 y al 50% en el 2010.

Un mar de deudas

Desde que se implantó el sistema de seguridad social en 1961, los japoneses están obligados por ley a suscribir una póliza de acuerdo con los distintos esquemas de seguros médicos públicos. Esto ha contribuido de forma significativa -y a un precio relativamente bajo- al extraordinario progreso de la esperanza de vida del pueblo japonés, por lo que existe un consenso nacional de que debe mantenerse el presente statu quo. Pero el sistema de seguridad social está inundado en un mar de deudas, que aumentan de año en año, y es necesario un drástico reajuste para tratar de evitar la quiebra total.

Se calcula que los planes de seguros, que las grandes empresas regentan para sus empleados y que cubren un total de 33 millones de personas, han incurrido en un déficit récord de 200.000 millones de yenes durante el año fiscal 1996. Mientras que el déficit de los seguros médicos para empleados de empresas más pequeñas -controlados directamente por el gobierno-, que cubren un total de 37 millones de personas, fue de 479.000 millones, y se estima que alcanzará los 831.000 millones dentro del presente año fiscal. Por otra parte, el Seguro Nacional de Salud, que cubre pólizas de seguros individuales y está administrado por 3.225 ayuntamientos, arrojó un déficit de 107.000 millones en el año fiscal 1995.

Por otro lado, el sistema de pensiones es muy complejo y difícil de racionalizar. Incluye planes públicos, otros gestionados por las empresas y otros individuales, con numerosas excepciones y peculiaridades que se han ido añadiendo a lo largo de los años.

El paciente pagará más

Como primer paso de las reformas propuestas por el gobierno, el 1 de septiembre ha entrado en vigor una nueva ley que exige a los titulares de pólizas de seguros médicos compartir los gastos de modo más equitativo: ahora los asegurados tienen que poner de sus bolsillos el 20% del coste del tratamiento médico, en lugar del 10% que pagaban antes. Los pacientes externos mayores de 70 años contribuirán a partir de ahora con 500 yenes (630 pesetas) por cada visita al hospital o clínica, en lugar de la cuota mensual fija de 1.020 yenes y sin límite de consultas.

Según los cálculos del Ministerio de Salud y Bienestar, que regula el sistema de seguros médicos, de ahora en adelante los asalariados deberán pagar 2,4 veces más por costes médicos (y los pensionistas, 2,5 veces más).

Estas medidas, como reconocen varios miembros de la coalición gubernamental, son sólo provisionales. En efecto, a pesar del aumento de los precios que tendrán que pagar los pacientes de ahora en adelante, el sistema de seguros -según estima el Ministerio- generará todavía deudas por más de 330.000 millones de yenes en el año fiscal 1999.

Actualmente están en estudio otras medidas más drásticas, que podrían ponerse en práctica a partir del año 2000. Las más destacadas se refieren a la asistencia de enfermos crónicos y a personas de avanzada edad que necesitan guardar cama, y a la reducción del coste de los medicamentos. Japón es el país que más gasta en medicinas recetadas por los médicos, quienes se embolsan un buen porcentaje, ya que el seguro paga los precios fijados por el gobierno, pero ellos las reciben de las empresas farmacéuticas a un precio inferior.

El dinero no alcanza

El nuevo proyecto de ley en estudio incluye tres capítulos principales: a) creación de un plan de seguros exclusivamente para los mayores de 70 años; b) abolir el sistema de fijación de precios de las medicinas por parte del gobierno y hacer que los pacientes paguen el exceso a partir de un mínimo fijado para cada tipo de medicina; c) ampliar el número de enfermedades crónicas que puedan acogerse al sistema de pago de una cantidad fija.

«Por supuesto, lo que todo el mundo quiere es buena calidad a bajo precio, pero cuando esto es sencillamente imposible, los que tienen más dinero deben pagar más», dice Naohiro Yashiro, profesor de economía de la Universidad de Sofía (Tokio). «Es de esperar que con las nuevas propuestas se reduzca tanto la oferta como la demanda de tratamiento médico. Y es natural, por otra parte, imponer una carga mayor a las personas mayores que tienen más recursos económicos. El sistema actual, en el que los ancianos están protegidos con independencia de los ingresos que tengan, no es realista».

No todos comparten estas ideas. Especialmente cuando se trata del cuidado de personas que necesitan guardar cama y ser atendidas en casa. En muchos casos esta atención recae en las hijas o nueras, quienes en su mayoría experimenta la carga extra de ser hijo único.

Tribulaciones de los hijos únicos

Una de las consecuencias más serias que a menudo conlleva ser hija o hijo único es tener que responsabilizarse solo del cuidado de padres ancianos o enfermos. Esto en Japón reviste una particular gravedad, ya que viene de antiguo la costumbre de que la generación joven acepte totalmente la carga de sus mayores, aun a costa de sus propios planes familiares.

Hasta hace cerca de 30 años fue posible en Japón cuidar de los familiares enfermos siguiendo la tradición de afecto y amor a los mayores en el seno de la familia. Esto fue, en parte, posible porque la medicina de entonces sólo permitía prolongar la vida del enfermo grave por un tiempo limitado, después de ser confinados en cama. Pero tener que prestar esta asistencia cuando los enfermos que necesitan continuos cuidados pueden seguir viviendo durante años, es en ocasiones causa de grandes tragedias.

La escritora Yuko Nishihama, de 42 años de edad, acaba de publicar un libro titulado Hitoriko no hanran («La rebelión del hijo único»), que lleva trazas de convertirse en un nuevo best seller. En él cuenta con detalle su experiencia y las de 12 hombres y 26 mujeres que se hallan en circunstancias similares.

Nishihama es hija única, perdió a su madre hace 24 años y lleva diez viviendo con su padre, que cuenta ahora 68 años de edad. Cuando éste hubo de ser hospitalizado, tiempo atrás, por espacio de tres semanas, tuvo que ocuparse prácticamente de todos sus cuidados. Su profesión de escritora free lance le ofrecía un cierto margen de libertad en aquella época. Pero aquella experiencia fue un despertador: «De repente sentí una fuerte sensación de presión, de apremio -dice-. Se había producido un cambio que podía influir en mi futuro. ¿Qué ocurriría si mi padre sufriera una enfermedad más grave y tuviera que guardar cama por largo tiempo?». Entonces se propuso poner por escrito sus pensamientos.

En el libro, Nishihama pone en cuestión el sistema de seguridad social para el cuidado de los ancianos, que está bastante atrasado en Japón en relación con otros países avanzados.

También critica las costumbres de la sociedad, que obliga a los jóvenes a cuidar de sus mayores aun a costa de grandes sacrificios. Comenta que las personas entrevistadas se han sentido en la necesidad de plantear su matrimonio, su trabajo y prácticamente toda su vida por la necesidad de atender a sus padres. Unos y otros coinciden en estar dispuestos a cambiar o dejar su trabajo, si fuera necesario, para cuidarlos personalmente.

«El término rebelión usado en el título -explica- puede que suene un poco radical, pero en realidad pretendo que mis lectores reflexionen sobre la situación que les espera, y se decidan a unirse y alzar la voz para que se mejoren los servicios de atención a los ciudadanos de la tercera edad».

Antonio Mélich Maixé

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