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Italia debate sobre la brecha entre la política y el “país real”

publicado
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Roma. La denuncia sobre la falta de conexión entre los intereses de la vida política, por un lado, y la realidad y necesidades del país, por otro, está ocupando un espacio cada vez mayor en el debate público italiano. Varios episodios de las últimas semanas, de origen y alcance muy heterogéneos, han alimentado la percepción de que la actividad política debe mirar más al mundo real. Lo contrario supone incrementar el desencanto ya existente.

El terreno lo ha preparado un libro-reportaje en el que dos periodistas del Corriere della Sera relatan cuáles son los costes y despilfarros de la política, o de un cierto modo de hacer política. La Casta se ha convertido en pocas semanas en un best seller, gracias también a la visibilidad que el diario ha otorgado al libro, tema frecuente de artículos y entrevistas. Lo cierto es que se trata de un reportaje documentado del que emerge la imagen de una clase política intocable, casi oligárquica, con privilegios que rozan lo escandaloso.

Otro de los detonantes, no relacionado con el anterior, fueron unas palabras del nuevo presidente de la conferencia episcopal, Angelo Bagnasco. En un pasaje de su discurso a la asamblea plenaria de los obispos italianos, el pasado 21 de mayo, se refirió a fenómenos de nueva pobreza presentes en el país. Dijo -como de pasada- que los organismos caritativos y asistenciales de la Iglesia en Italia estaban haciendo frente, en los últimos tiempos, a formas de pobreza “que parecían superadas”. Mencionó concretamente la distribución de alimentos a familias locales -no de inmigrantes- que tenían dificultades para llegar a fin de mes. (En los días sucesivos, los datos estadísticos oficiales confirmaron la existencia de esa precariedad económica, especialmente en familias con más de tres hijos, y en ancianos).

Aunque no lo planteó en absoluto de ese modo, el arzobispo hizo un análisis que tradicionalmente corresponde a los partidos políticos de izquierda. Los cuales parecen hoy más interesados en la creación de nuevos derechos individuales, particularmente en la esfera de la sexualidad y los afectos, que en el bien de la colectividad. Eso explica la prioridad que algunos grupos de la coalición de centro izquierda en el gobierno han concedido a un polémico proyecto de ley de parejas de hecho, cuyo iter parlamentario se encuentra actualmente en punto muerto.

Que buena parte de la población italiana no considera ese tipo de leyes una prioridad lo ha mostrado el éxito de la manifestación del “Family Day” (ver Aceprensa 54/07). Esa iniciativa, única en su género en la historia italiana, hizo saltar la luz de alarma para quien la quiso ver: fue una multitudinaria expresión civil y no política a favor de la familia, que no sólo es la gran olvidada sino que -de hecho- está penalizada en muchos campos, empezando por el fiscal.

El mensaje fue que lo prioritario debe ser una política social familiar, campo en el que Italia ocupa una de las últimas posiciones en Europa. Tanto los organizadores como la misma Conferencia Episcopal no excluyen que se puedan encontrar instrumentos jurídicos para otro tipo de uniones diversas al matrimonio. Pero rechazan que sean las presiones ideológicas de grupos minoritarios quienes marquen la agenda de prioridades.

Los comentarios de políticos y periodistas sobre la brecha entre política y país real se enriquecieron el 24 de mayo tras la intervención del presidente de la asociación de empresarios e industriales (Confindustria), Luca Cordero di Montezemolo. En su discurso a la asamblea general de este organismo, se refirió al anquilosamiento político e institucional del país como una de las causas de freno al desarrollo. Abogó por la valentía de llevar a cabo reformas estructurales, empezando por la electoral, pero abordó también cuestiones sociales como la familia y la inmigración.

Desde luego, no es la primera vez que estos problemas salen a la luz pública. Pero da la impresión de que ahora son los propios políticos quienes reconocen esa situación, y algunos empiezan a hacer examen de conciencia. Se trata, por un lado, de resolver problemas contingentes, como el desproporcionado peso actual de los partidos radicales minoritarios en las políticas de gobierno (lo que implica la parálisis); y por otro, de llevar a cabo las reformas necesarias, de las que todos hablan desde hace quince años. La incógnita es saber si, también en esta ocasión, todo quedará en simple debate periodístico.

Diego Contreras
ACEPRENSA

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