Ingenuidades e incomprensiones de un diálogo

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Relaciones entre cristianos y musulmanes
Ingenuidades e incomprensiones de un diálogo Las relaciones entre cristianos y musulmanes resultan hoy asimétricas. En los países de Occidente, un número cada vez mayor de inmigrantes musulmanes encuentran total libertad para vivir su fe, sin pretender muchos de ellos integrarse en la cultura del país; en los países islámicos, los cristianos sufren en muchos casos la intolerancia, bien por las disposiciones legales, bien por la violencia de grupos extremistas. Por parte de la Iglesia católica se alienta el diálogo con los musulmanes y se exige el principio de reciprocidad en el respeto de la libertad religiosa. Pero los gestos de apertura son a veces interpretados como signos de debilidad por la otra parte. El P. Samir Khalil Samir, religioso egipcio y profesor de islamología en la Universidad de Beirut, explica estas cuestiones en unas declaraciones al periodista Aleksander Romanowski, publicadas en Studi Cattolici (abril 1998), de las que seleccionamos algunos pasajes.

El islam no es sólo la fe en un único Dios y la oración; los que así lo creen ignoran lo que es el islam y proyectan sobre él la propia mentalidad cristiana. El islam es una totalidad sociopolítica, cultural y religiosa. Del mismo modo, la mezquita no es un templo musulmán, es decir, no es sólo un lugar de oración, sino también de estudio y de debates políticos. Bien lo saben los políticos del mundo musulmán, que vigilan de cerca las mezquitas, pues allí han nacido muchas revueltas y rebeliones.

Religión y proyecto político

Por desgracia, la mayor parte de los cristianos equiparan el islam al cristianismo, pensando que el islam es una versión árabe del cristianismo, ligeramente distinta. Y lo hacen con buena intención, convencidos de que así se comportan de acuerdo con el espíritu evangélico. Sin embargo, pensar esto es una ingenuidad. Porque la primera regla del diálogo es respetar al otro en su diversidad, y considerarlo por lo que es, sin pretender que todas las religiones son similares y que tienen el mismo fin.

Por lo tanto, un musulmán debe ser visto como perteneciente a su movimiento sociopolítico-cultural-religioso. Quien se convierte al islam, realiza no sólo un gesto religioso, sino también una elección política, social, cultural, jurídica. Por ejemplo, los croatas y los serbios son llamados así según un criterio étnico; en cambio, un croata o un serbio que se convierte al islam, es llamado «musulmán», como si perdiese su origen étnico.

(…) En todas las regiones del mundo donde los musulmanes llegan a ser mayoría -Bosnia, Chechenia, provincias occidentales de China, ciertas zonas de Filipinas- buscan la independencia política. No les basta la libertad religiosa, porque el fin último del islam es una sociedad basada íntegramente sobre determinadas visiones políticas. Detrás de la religión hay también un proyecto político. (…)

Siendo el islam sociedad, cultura y religión, ¿cómo puede vivir un cristiano en un sistema musulmán que tiene por fin la islamización de todos los aspectos de la vida social? Daré algunos ejemplos. Ya antes del alba, los altavoces de las mezquitas despiertan a todos para la oración, proclamando que «la oración vale más que el sueño». La radio debe interrumpir los programas y noticiarios para transmitir las oraciones musulmanas. El islam es materia obligatoria también para los no musulmanes, es decir, para los cristianos. Incluso en las escuelas privadas católicas, antes de comenzar las clases se debe leer y comentar algún pasaje del Corán. (…) Los films se inspiran a menudo en la historia musulmana y a veces tienen una finalidad claramente apologética o proselitista.

El islam interfiere incluso en las cosas más mínimas. Por ejemplo, un cristiano en Egipto no puede criar un cerdo, porque eso molesta a algún musulmán. Hace años un musulmán nos denunció porque criábamos cerdos en nuestro seminario -aunque está rodeado de altos muros- y la policía nos obligó a matarlos. La prohibición sigue vigente. Quien vive en Egipto debe actuar como musulmán, de otro modo es excluido de la sociedad. ¿Cómo podemos extrañarnos, pues, de que en este clima asfixiante, cada año miles de egipcios coptos se hagan musulmanes o emigren?

Sin espacio para la libertad de conciencia

Crece también el fenómeno de los matrimonios mixtos. La mujer cristiana que se casa con un musulmán tiene derecho en teoría a seguir siendo cristiana. Sin embargo, en la práctica es imposible, porque no heredaría y los hijos serían considerados legalmente como musulmanes, aunque estuvieran bautizados. En caso de divorcio, la custodia de los hijos se confía automáticamente «a la mejor parte» como dice la ley, es decir, a la musulmana.

Por el contrario, el islam no autoriza por ley el matrimonio entre una musulmana y un cristiano. El motivo es político: el matrimonio no es un asunto de amor, es un proyecto de sociedad, de vida, sirve también para aumentar el número de los creyentes. El jefe de esta sociedad familiar es el marido. Una mujer musulmana no puede ca-sarse con un cristiano, porque los hijos serían cristianos, a no ser que el cristiano se convierta al islam. El caso contrario es imposible: un musulmán que se convierte al cristianismo o al judaísmo, debe ser matado por apóstata. Es obvio que, en esta situación, ni tan siquiera es posible hablar de libertad de conciencia. El sistema islámico es coherente, confiere a la persona una gran sensación de fuerza, pero no deja espacio a los individuos, a la libertad y a quien es distinto. Quien más sufre en este sistema totalizador son los no musulmanes, cristianos y hebreos, así como los musulmanes que tienen una cultura distinta.

Recientemente, durante un congreso en Túnez, uno de los Estados musulmanes más laicos, pregunté a los participantes: ¿es posible un Estado islámico laico, donde las autoridades sean neutrales en el plano religioso? Me respondieron sinceramente que hoy por hoy no es posible.

La esperanza de los cristianos en los países islámicos es poder ayudar a los musulmanes a entrar en el aspecto socio-político del mundo moderno. El Estado moderno no puede oponerse a la religión, pero tampoco identificarse con una religión. En el mundo musulmán hay hoy una dura confrontación entre religión y modernidad.

Meaculpismo europeo

(…) La relación de Europa con el islam se caracteriza por una enfermedad que llamaría meaculpismo. Tomemos el ejemplo de las cruzadas. El año pasado participé en un congreso sobre este tema celebrado en Halle (Alemania). Todos los especialistas allí presentes confirmaron que en la literatura árabe la palabra «cruzada» no existe. Los autores árabes hablan de la guerra de los francos (Farang: genoveses, húngaros, etc.), pero no de guerras religiosas, porque entonces la vida estaba hecha de períodos de guerra alternados con otros de paz, y a menudo los francos eran aliados de un príncipe musulmán contra otros francos en alianza con otro príncipe musulmán. Sólo recientemente los árabes han tomado de Occidente la palabra «cruzada», para describir un fanática guerra de religión. Pero este significado no se corresponde con la realidad histórica. Todas las guerras son condenables, pero en el contexto histórico de entonces la guerra era una de las formas de relación, como el comercio o los acuerdos de paz. En este cuadro histórico, me parece ridículo lo que muchos cristianos han hecho hace tres años con ocasión del noveno centenario de la primera cruzada (1095): pedir perdón a los musulmanes por lo que sus antepasados hicieron contra las poblaciones musulmanas.

(…) Pensar siempre que el otro es como yo, aunque de otra religión, es una ingenuidad. Un ejemplo. Hace unos diez años, el cardenal Pappalardo regaló a los musulmanes tunecinos residentes en Palermo, como gesto de fraternidad, una iglesia del siglo XVIII que ya no se usaba para el culto. Toda la prensa católica elogió este gesto. A mi juicio fue un error. Si alguien quiere construirse una mezquita y cuenta con los permisos necesarios, que lo haga, pues fondos para construir mezquitas no faltan. Dos días después, los periódicos tunecinos escribían en primera página: «Victoria del islam sobre el cristianismo: el cardenal de Palermo, obligado a transformar una iglesia en mezquita». De esto no habló la prensa católica.

Musulmanes en Europa

(…) En Europa residen más de diez millones de musulmanes. Para ellos vivir en Europa puede ser la oportunidad de descubrir no sólo la democracia, la cultura, la justicia social, sino también la figura de Cristo. A mi juicio, este aspecto de nuestras relaciones con los musulmanes es casi siempre descuidado por la Iglesia. Los musulmanes tienen derecho a conocer a Jesucristo. No han tenido esta posibilidad en su país de origen, porque el contexto social lo impedía. Pero cuando vienen a Occidente, ya no existe ese contexto, ya no están sometidos al grupo, cada uno puede hacer su propia elección. Tienen derecho a conocer a Cristo, como tienen derecho al trabajo, a la educación, a la sanidad. Me gustaría decir a los cristianos de Occidente: si un musulmán tiene derecho a conocer a Cristo, tú tienes el deber de ofrecérselo, así como tratas de informar a uno que ignora, como tratas de dar cultura al que no la tiene. Porque nuestro mayor tesoro es la fe, que ha creado esta cultura, que ha elaborado estos valores.

He oído hablar de sacerdotes que dicen que quieren respetar la libertad de los musulmanes, su identidad. Incluso he conocido a un eclesiástico que durante años se negaba a bautizar a un musulmán que quisiera hacerse cristiano, para no «desarraigarlo», según decía. Pero Cristo se ha dirigido a los hombres de todas las culturas. ¿Con qué derecho se puede privar del don del Espíritu si Dios lo da? ¿Qué cristianos seríamos si no queremos compartir con los otros nuestro mayor tesoro? No podemos pensar que se trata sólo de darles de comer.

Qué se puede hacer

Si quisiera, Occidente podría hacer mucho [para que los cristianos no desaparecieran de los países islámicos]. La comunidad internacional, por ejemplo, no debería tolerar la ocupación del Líbano por parte de Siria e Israel. Es una doble ocupación que resulta cómoda para Occidente.

Es preciso protestar ante los gobiernos cuando se produzcan casos de intolerancia contra los cristianos en países árabes. ¿Por qué no interviene nadie cuando se violan a diario los derechos humanos en Arabia Saudí y en los países del Golfo? Para no perder los negocios, se hace la vista gorda. (…)

¿Qué pedimos a Occidente? Ante todo, más coherencia, más respeto para sus propios valores y principios que constituyen su verdadera grandeza. En segundo lugar, no perder de vista la identidad cristiana, que está en la base de la cultura, de la supremacía de la ley, de la democracia. No por casualidad la democracia ha nacido en el mundo cristiano, y no en el mundo budista, hindú o musulmán. Puede parecer que la democracia surgió contra la Iglesia. Pero, en el fondo, no es así, aunque la Iglesia ha necesitado su tiempo para renunciar a su poder terreno.

(…) Estoy convencido de que, en el plano cultural, el cristianismo abre el camino a los grandes principios de la democracia, de la justicia, de la libertad. Por esto, en Occidente incluso los no creyentes deberían apoyar a los cristianos de los países musulmanes, porque son ellos los que abren el camino a estos valores.

Jesús en el CoránLa actitud del islam frente a los cristianos se deriva de la visión que el Corán da de Jesús: habría sido uno de los grandes profetas, mientras que la creencia en su divinidad sería una deformación introducida en el Nuevo Testamento por los cristianos. Así lo explica un artículo de José María Casciaro, publicado en Scripta Theologica (enero-abril 1998), del que tomamos algunos párrafos.

Mahoma no pretendió fundar una nueva religión, sino dar continuidad a la única revelación, que se había manifestado en sus primeras fases al pueblo hebreo y al cristiano. Doctrina fundamental de su predicación era el monoteísmo, que se situaba en la línea del judaísmo.

(…) Otros pasajes del Corán representarían una negación más explícita del dogma de la Trinidad. Así, por ejemplo: No creen, en realidad, quienes dicen: ‘Dios es uno en tres’. No hay más dios que Dios Uno y, si no paran de decir eso, un castigo doloroso alcanzará a quienes de ellos no creen (Qur 5,73). Es un hecho que los ulemas se han basado siempre en estos pasajes para su polémica contra los dogmas cristianos de la divinidad de Jesucristo y de la Trinidad en Dios. (…)

Donde la oposición del islam con el cristianismo aparece más clara y tajante es en lo que atañe a la divinidad de Jesucristo. Los historiadores de la religión se preguntan si en esa actitud influyeron algunos grupos de judeocristianos, apartados de la doctrina común cristiana. Tal influjo fue más que posible pero, a la hora de su verificación histórica, nos falta documentación.

Negación de su divinidad

Sea cual fuere la génesis de tal oposición, lo cierto es que para los musulmanes sólo el Corán se ha mantenido fiel al auténtico mensaje de Jesús, que nunca habría proclamado su divinidad. A este respecto, siempre según el islam, la fe en la divinidad de Jesús habría sido una deformación introducida en el Nuevo Testamento por los propios cristianos. No obstante, la figura de Jesús en el Corán está rodeada de veneración y de misterio. En efecto, Jesús nace en un lugar indeterminado de Oriente, lejos de la familia de María, bajo una palmera, cerca de un arroyo (cfr. Qur 19, 16-33). Su nacimiento es virginal, milagroso, obra de la omnipotencia de Dios. El Corán relata algunos milagros obrados por Jesús desde su infancia. Buena parte de ellos se encuentran referidos en los evangelios apócrifos. Peculiar de los textos coránicos es la afirmación de que Jesús recibe divinamente el Evangelio y anuncia la venida de Mahoma, y que, en el día del Juicio Final, Jesús hará de testigo contra los que le hayan atribuido lo que no era, es decir, la divinidad.

De influjo doceta parece proceder la creencia coránica de que Dios libró a Jesús de la crucifixión. Menos original es la elevación junto a Allah al final de su vida terrestre. Son una mezcla de noticias imprecisas, unas fantásticas, otras más cercanas a los Evangelios canónicos. Pero, en conjunto, expresan el gran respeto con que el Corán habla de Jesús. «En los textos que se le dedican hay un sabor peculiar que no se encuentra cuando se trata de otras personalidades. Algunas expresiones se aplican sólo a Jesús: se le llama la Palabra de Dios, el Ungido, un espíritu que procede de Dios» (J. Jomier, «Introducción» a J. Cortés, El Corán, Herder, Barcelona, 1986).

Uno de los grandes profetas

A lo largo del Corán Jesús es considerado uno de los mayores personajes de la revelación divina. Decid creemos en Dios y en lo que se nos ha revelado, en lo que se reveló a Abraham, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus, en lo que Moisés, Jesús y los profetas recibieron de su Señor. No hacemos distinción entre ninguno de ellos y nos sometemos a Él (Qur 2,136). (…)

El Corán menciona muchos milagros de Jesús. Unos proceden de los Evangelios canónicos, otros de los apócrifos conocidos; de algunos pocos milagros no hay referencias en los escritos que han llegado hasta nosotros. (…)

El Corán insiste en que Jesús no es sino un profeta o enviado, aunque sea el más santo. Por ejemplo: Él [Jesús] no es sino un siervo a quien hemos agraciado y a quien hemos puesto como ejemplo a los hijos de Israel (Qur 43,59). (…)

La veneración y respeto del Corán por Jesús no impide que niegue rotundamente su divinidad. En cambio, hay en algunas aleyas muestras de cierto influjo doceta, como en la siguiente: Y por haber dicho: ‘Hemos dado muerte al Ungido, Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’, siendo así que no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que les pareció así. Los que discrepan acerca de él no siguen más que conjeturas. Pero, ciertamente, no lo mataron (Qur 4,157).

Rechazo de la muerte en la cruz

La influencia del docetismo no llega a una recepción completa de esta doctrina. En efecto, en el Corán no se dice que Jesús tuviera un cuerpo aparente, ni que en la crucifixión fuera sustituido por otro. En el Corán y en su interpretación islámica normal, lo que se dice es que los judíos intentaron dar muerte a Jesús, pero no lo consiguieron. (…)

En cualquier caso, en el Corán no hay una doctrina sobre el valor expiatorio del sufrimiento, o de la mortificación y penitencia, derivadas de la pasión y muerte en Cruz de Jesús, tan esenciales para las relaciones del hombre con Dios en la religión cristiana. Por el contrario, en el Corán «el triunfo es presentado como el signo de la bendición divina» (J. Jomier). (…)

Mahoma, según se refleja en el Corán, tuvo un singular respeto, profundamente religioso, por «Jesús, hijo de María». Pero parece haber tenido una gran confusión de noticias acerca del cristianismo, quizás por su conocimiento muy parcial e imperfecto de los Evangelios canónicos y de los apócrifos, sin haber alcanzado un criterio sobre el diverso valor de unos y otros.

Incluso se discute entre los estudiosos hasta qué punto Mahoma pudo tener un conocimiento directo, literario, del Antiguo y del Nuevo Testamento. Los contactos del profeta de la Meca con cristianos parece que fueron también indiscriminados: la investigación apunta a que fue más frecuente el trato con cristianos heréticos o marginales.

Los contactos con grupos heréticos y con judíos, de un lado, y la actitud beligerante de Mahoma contra el politeísmo de muchos clanes beduinos, de otro, quizás produjeran en él la concepción rígidamente monoteísta, núcleo de su credo religioso. Tales circunstancias podrían explicar su rechazo del dogma trinitario cristiano y, correlativamente, de la divinidad de Jesucristo, no obstante admitir, sin ninguna duda, su concepción virginal y su singular santidad.

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