Ignorancia del cristianismo y empobrecimiento cultural

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Alan Kors, profesor de Historia en la Universidad de Pennsylvania, no cristiano, pronunció en el congreso anual de la Cardinal Newman Society (Washington, 11 octubre 1999) una conferencia sobre la necesidad de la enseñanza superior católica. Una parte de su intervención estuvo dedicada a mostrar que la ignorancia de la tradición católica supone un empobrecimiento de la cultura.

(…) La necesidad de la enseñanza superior católica (…) se debe también a la profunda importancia que tiene para todos nosotros preservar esta tradición filosófica y teológica viviente. Aún tenemos vivos, en medio de nosotros, los fundamentos de la singular civilización occidental: el encuentro de Atenas y Jerusalén. Yo estudio a Aristóteles, Platón y Plotino, y también a Agustín y a Tomás de Aquino. (…)

Vivimos en una época de ceguera y olvido intencionados. Los incultos y los necios no saben que prácticamente todos sus ataques contra la fe cristiana están previstos y formulados en los sed contra de los propios doctores de la Iglesia. No saben que las discusiones de las que tan orgullosos se muestran los modernos vienen a ser, en último término, reediciones de debates anteriores en los que la Iglesia dio casi total libertad filosófica, distinguiendo con sumo cuidado entre la obra de Dios en la Revelación y la obra de la mente humana en la filosofía; los debates, sobre todo, entre realismo y nominalismo, y entre fideísmo escéptico y dogmatismo racional.

Basta mirar al siglo XVII en Francia, con tantas escuelas filosóficas distintas: resurgimiento tomista y escotista; renacer agustianiano; escuelas de filosofía natural católica de tipo aristotélico, cartesiano o según Malebranche; florecimiento místico y debates sobre el espiritualismo y los riesgos del misticismo; jansenistas y jesuitas; dominicos, franciscanos y jesuitas que debaten sobre la naturaleza de las culturas no cristianas (algo más grande de lo que los multiculturalistas de hoy podrían concebir); consideración de la finalidad y de los límites de la ley natural y de la razón natural; Charron, Mersenne, Gassendi y el original aristotélico Barbay; Pascal, Arnauld, Fénelon, Malebranche; seguidores de Suárez, Salamanca, Lovaina, la Sorbona y Port Royal: y todos conviven, florecen y mueren en el seno de la Iglesia católica.

Nunca, en la historia de todas las religiones, ha habido más dinamismo intelectual, vitalidad, pluralismo filosófico, mutuas críticas y libertad para la filosofía como en la historia de la Iglesia católica. Y, en medio de todo esto, la propagación de un credo vivo a través de las edades. (…)

El redescubrimiento o encuentro de cada siglo o generación con Agustín o Tomás de Aquino, por ejemplo, es fructífero, fecundo en pensamiento y debate profundamente creativo, y mueve a considerar de nuevo los temas más profundos conocidos por la mente humana. Mas, para no limitarnos a lo obvio, pensemos en el reciente redescubrimiento del genio de la Escuela de Salamanca, así como de su perspicacia, creatividad y rigor analítico en cuestiones de derecho natural, economía y política. (…)

Yo enseño en una de las principales universidades del país. De hecho, asisten a mis cursos sus mejores alumnos (…). Sin culpa de su parte, mis alumnos no saben nada -insisto: nada- de lo siguiente: Arrio, Atanasio, el credo niceno, patrística, Agustín, Boecio, la contribución de la Iglesia irlandesa a la civilización occidental, la controversia sobre las investiduras, Tomás de Aquino, Suárez o la Reforma Católica. Tengo que explicar, partiendo de cero, todas estas referencias. Tengo que explicarles la diferencia entre una apología en el sentido moderno y la apologética. Nunca han oído hablar de la ley natural. No son capaces de nombrar un solo papa, cardenal, arzobispo o teólogo de los siglos XVII, XVIII o XIX. ¿Debemos preocuparnos por la enseñanza superior católica? La pregunta se responde sola. Todo esto cobra la mayor importancia -no se engañen- por la recalcitrante y desinformada hostilidad del mundo académico secular al catolicismo. En los planes de estudios, el estudio del catolicismo (…) prácticamente está limitado a infradotados departamentos de estudios medievales, e incluso en este campo, retrocede rápidamente.

(…) Es necesario que la enseñanza superior católica vuelva a cumplir la función de los antiguos monasterios (…) para preservar los legados más preciosos: la herencia intelectual de Occidente, ligada, como la Iglesia misma, a una apertura a todo lo humano, venga de donde venga; la verdad, contra el constructivismo social, de que hay una realidad independiente de los designios humanos; la verdad moral -más allá de las crudas categorías académicas actuales de raza, etnia y sexo- de una naturaleza humana común basada en nuestra existencia como seres dotados de alma racional y responsable. (…)

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