“Hay que restituir el honor social a la fidelidad del amor”

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Aunque una parte de los debates del Sínodo se han centrado en las necesidades de las familias irregulares –divorciados vueltos a casar, personas que conviven, etc.– el Papa Francisco dedicó ayer especial atención a los “millones de hombres y mujeres” que cada día viven fielmente su amor conyugal, y pidió que, “a través de san Juan Pablo II, el Sínodo renueve en toda la Iglesia el sentido del innegable valor del matrimonio indisoluble y de la familia sana, basada en el amor recíproco del hombre y de la mujer, y en la gracia divina”.

“Rezamos para que el Sínodo de los Obispos renueve en toda la Iglesia el sentido del innegable valor del matrimonio indisoluble y de la familia sana”

En la audiencia del miércoles, el Papa Francisco comentó que igual que los padres hacen importantes promesas a los niños, desde el momento en que son pensados en el amor y concebidos en el seno de la madre, “podemos añadir que, mirándolo bien, la entera realidad familiar está fundada en la promesa – pensar bien esto: la identidad familiar está fundada en la promesa–: se puede decir que la familia vive de la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer se hacen mutuamente. Esta promesa supone el compromiso de acoger y educar a los hijos; pero también se ejerce en el cuidado de los padres ancianos, en proteger y cuidar a los miembros más débiles de la familia, en ayudarse mutuamente para realizar las propias cualidades y aceptar los propios límites. Y la promesa conyugal se ensancha hasta compartir las alegrías y los sufrimientos de todos los padres, madres, niños, con generosa apertura en relación a la convivencia humana y el bien común. Una familia que se cierra en sí misma es como una contradicción, una mortificación de la promesa que la hizo nacer y la hace vivir. No hay que olvidar nunca que la identidad de la familia es siempre una promesa que se extiende y se expande a todas las familias y también a toda la humanidad”.

Un vínculo que no quita la libertad

“En nuestros días –continuó el Pontífice- el honor de la fidelidad a la promesa de la vida familiar aparece muy debilitado. Por un lado, porque un malentendido derecho a buscar la propia satisfacción a toda costa y en cualquier relación, viene exaltado como un principio innegociable de la libertad. Por otro lado, porque se confían únicamente en la constricción de la ley los vínculos de la vida de relación y el compromiso en favor del bien común. Pero, en realidad, nadie quiere ser amado sólo por sus propios bienes o por obligación. El amor, así como la amistad, deben su fuerza y su belleza precisamente a este hecho: que generan un vínculo sin quitar la libertad. El amor es libre, la promesa de la familia es libre, y esta es su belleza. Sin libertad no hay amistad, sin libertad no hay amor, sin libertad no hay matrimonio”.

“La familia vive de la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer se hacen mutuamente”

“Por lo tanto libertad y fidelidad no se oponen entre sí, de hecho se apoyan mutuamente, tanto en las relaciones interpersonales, como en las sociales. De hecho, pensemos en el daño que producen, en la civilización de la comunicación global, la inflación de promesas incumplidas en diversos terrenos, y la indulgencia hacia la infidelidad a la palabra dada y a los compromisos tomados”.

“Sí, queridos hermanos y hermanas, la fidelidad es una promesa de compromiso que se cumple a sí misma, creciendo en la obediencia libre a la palabra dada. La fidelidad es una confianza que “quiere” ser verdaderamente compartida, y la esperanza que “quiere” ser cultivada juntos. Y hablando de fidelidad, recuerdo lo que nuestros mayores, nuestros abuelos contaban: “En aquellos días, cuando se hacía un acuerdo, bastaba un apretón de manos, porque existía la fidelidad a las promesas. Y también esto, que es un hecho social, se origina en la familia, en el apretón de manos entre el hombre y la mujer para ir juntos hacia adelante, toda la vida”.

El Papa hizo después una bellísima alabanza de la fidelidad que, comentó, es “un milagro del alma”: “¡La fidelidad a las promesas es una obra maestra de la humanidad! Si nos fijamos en su audaz belleza, nos atemoriza, pero si despreciamos su valiente tenacidad, estamos perdidos. Ninguna relación de amor – ninguna amistad, ninguna forma de amar, ninguna felicidad del bien común – alcanza el nivel de nuestro deseo y de nuestra esperanza, si no llega a vivir este milagro del alma. Y digo “milagro”, porque la fuerza y la persuasión de la fidelidad, a pesar de todo, no terminan nunca de encantarnos y de sorprendernos. Honrar la palabra dada, la fidelidad a la promesa, no se pueden comprar y vender. No se pueden obligar por la fuerza, pero tampoco guardarlas sin sacrificio”.

La verdad del amor

“Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del amor, si la familia no lo hace. Ninguna ley puede imponer la belleza y el patrimonio de este tesoro de la dignidad humana, si el vínculo personal entre amor y generación no la escribe en nuestra carne”.

“Es necesario devolver el honor social a la fidelidad del amor”

“¡Hermanos y hermanas, es necesario devolver el honor social a la fidelidad del amor: restituir honor social a la fidelidad del amor! Es necesario sacar de la clandestinidad el cotidiano milagro de millones de hombres y mujeres que regeneran su fundamento familiar, del que vive toda sociedad, sin ser capaz de garantizarlo de ningún modo. No es por casualidad que este principio de la fidelidad a la promesa de amor y de la generación está escrito en la creación de Dios como un perenne bendición, a la que se confía el mundo”.

“Si San Pablo puede decir que en el vínculo familiar se revela de modo misterioso una verdad decisiva para la unión del Señor y la Iglesia, quiere decir que la misma Iglesia encuentra aquí una bendición que hay que custodiar y de la que siempre se aprende, incluso antes de enseñarla y disciplinarla. Nuestra fidelidad a la promesa de todos modos se confía a la gracia y la misericordia de Dios. ¡El amor por la familia humana, en la buena y en la mala suerte, es una cuestión de honor para la Iglesia! Dios nos conceda estar a la altura de esta promesa”.

Por último, hablando a los peregrinos polacos, pidió oraciones a san Juan Pablo II para que se renueve “el innegable sentido del matrimonio indisoluble y de la familia sana”: “mañana –dijo el Papa- celebramos la memoria de san Juan Pablo II, el Papa de la familia. Sed buenos seguidores suyos en la atención a vuestras familias y de todas las familias, especialmente las que viven momentos difíciles desde el punto de vista material o espiritual. La fidelidad al amor profesado, a las promesas hechas y a los compromisos que derivan de la responsabilidad, sean vuestra fuerza. A través de la intercesión de san Juan Pablo II rezamos para que el Sínodo de los Obispos, que está a punto de terminar, renueve en toda la Iglesia el sentido del innegable valor del matrimonio indisoluble y de la familia sana, basada en el amor recíproco del hombre y de la mujer, y en la gracia divina”.

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