Greenpeace, el poder «verde»

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La organización ecologista Greenpeace ha pedido disculpas a la empresa petrolera Royal DutchShell por haber exagerado los datos en que basó en mayo y junio su campaña sobre la Brent Spar, una gigantesca y obsoleta plataforma petrolífera en el mar del Norte que la compañía proyectaba sumergir in situ. El grupo ecologista calculó que la plataforma contenía al menos 5.500 toneladas de líquidos contaminantes y que su hundimiento en alta mar provocaría un desastre ecológico. Aunque la compañía refutó esos datos, Greenpeace se ganó el apoyo de la opinión pública mundial, empezando por los gobiernos escandinavos, de modo que la Royal Dutch/Shell, que es la mayor petrolera de Europa y la segunda del mundo, se vio obligada a trasladar la plataforma para proceder al desmantelamiento.

La rectificación de Greenpeace está contenida en una carta que su director para Gran Bretaña, Peter Melchett, envió al presidente de la empresa en Londres. Con esa carta, la organización ecologista se adelantó a la divulgación del estudio que la Shell encargó a un grupo de científicos noruegos. Los expertos llevaron a cabo un minucioso inventario de la plataforma (que fue transportada a un fiordo noruego) y sólo encontraron, como material contaminante, noventa toneladas de arena que contenían una escasa cantidad de engrudo. El estudio advierte que el desmantelamiento no está exento de riesgos ecológicos.

Al margen de estos hechos (que, según un portavoz de Greenpeace, no ponen en duda la credibilidad de la organización: «Somos los únicos que admitimos los errores. No tenemos rivales en lo que se refiere a la verdad y el rigor informativo»), el interés de muchos observadores se ha centrado durante estas semanas en Greenpeace como modelo de organización.

Según la revista The Economist, la asociación ecologista puede ofrecer algunas lecciones de management a las empresas, pues en el fondo es una especie de multinacional con oficinas en 30 países y unos ingresos anuales de 130 millones de dólares (1994). Algunos de las virtudes de Greenpeace son el equilibrio entre centralización (directivas que emanan de su sede en Amsterdam) y autonomía local (amplia gama de iniciativas, pero con la prohibición de «aguar» las políticas mundiales por acomodarse a unos pretendidos gustos regionales); su flexibilidad y rapidez de reacción (la campaña Brent Spar estuvo coordinada por una única persona, lo que permitió vencer la lentitud de respuesta de la burocracia interna de la Shell); o la importancia de la comunicación (desde 1986, todas las sedes están conectadas por una red informática).

El número de personas que contribuyen económicamente con Greenpeace rondaron los tres millones en 1994, según datos de la propia organización. El 23,1% de los donantes procedían de Estados Unidos, el 18,8% de Holanda y el 18,4% de Alemania. Los ingresos de la organización son paralelos al ritmo de la economía occidental y experimenta los mismos altibajos, pues en periodos de recesión las donaciones también disminuyen: en 1991 alcanzaron el tope de 179 millones de dólares.

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