Google, un mundo más fácil, pero ¿mejor?

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Un reciente libro del periodista austriaco Gerald Reischl, “El engaño Google” (Die Google Falle), describe el funcionamiento de esta famosa compañía, destacando de manera excesiva la eficacia de Google para preservar sus secretos industriales. En muchos países, Google disfruta de una posición hegemónica, al haberse convertido en el principal buscador de Internet.

Sobre esta base, Google ha sabido añadir herramientas de gran utilidad, como Google Maps, su servicio de correo electrónico Gmail, las estadísticas Analytics, el sistema de noticias o de publicidad para webmasters, etc. Frente a este éxito de la compañía, el libro de Reischl parte de una postura crítica y demasiado desconfiada hacia el poder cada vez mayor de Google.

Por una parte, esta empresa radicada en Mountain View (California) ha sabido aplicar a la perfección el esquema de las “puntocom”: horarios flexibles, máxima motivación de los empleados, ropa informal, constante investigación, directivos abiertos a las ideas de todos los trabajadores, estructura horizontal, fuerte identidad corporativa, zonas de recreo. Aparte, los algoritmos de búsqueda de Google y su absoluta discreción para no desvelar sus “fórmulas mágicas” suponen el gran logro de la compañía, y el pilar sobre el que crece sin parar.

Un crecimiento que, además, se nutre de la confianza y satisfacción que lleva más de diez años generando en los internautas. Resulta pasmosa la sencillez con que Google obtiene pingües ingresos publicitarios, al tiempo que ofrece herramientas útiles, eficaces y gratuitas. Sin duda, Google ha encontrado la piedra filosofal de la publicidad: anuncios sutiles, orientados al contexto del receptor e incapaces de generar rechazo. Sin embargo, el autor de “El engaño Google” se escandaliza de que la compañía haya logrado alcanzar estos objetivos de manera tan afinada.

Almacenamiento de información

David Carr ha comentado en The New York Times (24-11-2008) su perplejidad ante la facilidad de Google para “seducir con la utilidad”. Se siente fascinado -y un poco temeroso- ante la oferta de servicios online de esta empresa; servicios que funcionan mejor y sin la publicidad intrusiva de la competencia. Carr recoge las palabras del consejero delegado de Google: “Queremos una pizca de Google en muchas partes de tu vida”.

Como explica Reischl en su libro, la mecánica de esta empresa es la siguiente: recibir mucha información -por medio de búsquedas, descripciones de vídeos en YouTube, contenido de los mensajes, reconocimiento de IP- para poder presentar sólo la publicidad que mejor encaje en la situación del internauta. Gracias a la detección de IP y al contexto, Google muestra publicidad personalizada. Se requiere una ingente capacidad tecnológica para alcanzar este nivel de proceso de datos. Por eso, la compañía de Mountain View adquiere empresas, abre nuevas ventanas de negocio y no para de investigar y de analizar información.

De formas diferentes, Carr y Reischl advierten acerca de la cantidad de datos e información de todo tipo que almacena Google. Esta empresa guarda todos los datos que puede: cadenas de búsqueda, direcciones IP, clics en páginas web, e incluso algunos detalles de carácter más personal (cookies, historial, textos de las webs donde se sirven anuncios “ad-sense”). Añadamos el servicio de imágenes y callejeros de sus Maps, su librería virtual (enlazada a miles de bibliotecas públicas), o su colaboración con la censura en China, para restringir el acceso a material no autorizado por el gobierno de este régimen comunista. Asimismo, Google almacena copias de millones de páginas web, de manera que se ha convertido en la mayor base de datos de la historia.

Yo y cómo me siento

Por su parte, Sally Thomas se pregunta si extraemos provecho intelectual de Internet, o por el contrario, si abusamos de las facilidades tecnológicas, lo que nos lleva a perder habilidades mentales (First Things, noviembre de 2008). Thomas cita un libro cuyo título podría traducirse como “La generación más tonta: cómo la era digital idiotiza a los jóvenes americanos y pone en peligro nuestro futuro; o, no te fíes de nadie que no haya cumplido los 30”. El autor, Mark Bauerlein, reconoce que Internet y los ordenadores ponen a nuestro alcance más libros y documentos de los que cualquiera podía consultar en la biblioteca de su universidad quince años atrás. Sin embargo, detecta algo que ya preconizó en 1985 Neil Postman, en su obra Divertirse hasta morir (Amusing Ourselves to Death). En un mundo fácil donde todo está al alcance de la mano, la cultura sucumbe bajo montañas de noticias poco documentadas, comentarios irrelevantes y vídeos que sólo pretenden la carcajada.

Bauerlein se lamenta de que los jóvenes ya no lean El gran Gatsby, mucho más disponible que antes, porque les parece aburrido. Según Bauerlein, en el universo del adolescente la noticia siempre se titula “Yo y cómo me siento ahora”; y la tecnología se está empleando, sobre todo, para corroborar a los menores que, efectivamente, esa es la única noticia que les merece la pena.

En “El engaño Google”, Reischl afirma que muy pocos internautas emplean búsquedas complejas o inspeccionan más allá de los cuatro primeros resultados que les muestra Google. Y, en demasiados casos, los internautas pinchan sólo en el primer resultado, que suele ser Wikipedia. Porque el algoritmo de Google no está diseñado para localizar la mejor fuente, sino la más popular.

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