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Género libre, con derecho a pronombre

publicado
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Explicar a los niños que el mundo no se va a plegar a sus deseos siempre se ha considerado una regla educativa básica y realista. Lo contrario provoca muchas decepciones. Incluso se diagnostica como uno de los fallos de la educación paterna de hoy la incapacidad de muchos padres para saber decir que no a sus hijos, y explicarles por qué. Sin embargo, esta regla tan elemental se está olvidando hoy en las directrices que algunas autoridades educativas dan a las escuelas para abordar los problemas de identidad sexual que pueden surgir en un niño o en un adolescente.

En la provincia canadiense de Alberta, el ministro de educación, David Eggen, ha dado a las escuelas unas directrices sobre orientación sexual, identidad de género y expresión de esta identidad. La idea clave es que, a cualquier edad, “la autodefinición de una persona es la única medida de su orientación sexual, identidad de género o expresión de esta identidad”. Olvídense de los genes, del sexo biológico, de la apariencia física o de lo que se inscribió en el registro en el momento del nacimiento. El ser tratado como chico, chica o estados intermedios va a depender solo de lo que decida el interesado.

“Newspeak”

La organización escolar deberá rendirse ante estas preferencias. Los estudiantes y los profesores podrán usar los baños y los vestuarios que sean “congruentes con su identidad de género”. Por supuesto, dejar que cada uno vista de acuerdo con el género con el que se identifique en ese momento forma parte del respeto a la diversidad.

A las escuelas católicas no se les permite seguir su ideario propio en estos temas

Las directrices desaconsejan las actividades, deportivas o académicas, separadas para chicos y chicas. Se entrevé aquí el deseo de evitar quejas por el hecho de que el pivot de un equipo de baloncesto femenino sea un tipo diez centímetros más alto que sus oponentes mujeres. Pero cabe imaginar lo que van a decir los chicos si tienen que incorporar a una chica en su equipo de hockey sobre hielo.

Aunque todo esto parezca muy moderno, en las representaciones teatrales podrán repetirse situaciones de la época de Shakespeare, cuando el papel de Ofelia estaba a cargo de una voz masculina. Pero siempre se puede hacer algún amaño en el texto. Pues las directrices consagran también un “newspeak” para respetar a los individuos que no se sienten incluidos en el uso de pronombres como “he” o “she” y prefieren alternativas del tipo “ze”, “zir”, “hir”… o rechazan los tratamientos de Mr, Miss o Mrs y optan por Mx. Este respeto lingüístico puede ser también un recurso útil para evitar problemas de ortografía en los exámenes, siempre y cuando el alumno alegue que escribió esa palabra con “b” en vez de “v” porque es el modo que corresponde a su expresión de género.

Aunque las directrices son muy concretas, no abordan todas las situaciones que pueden darse en un mundo tan lábil como el de los sentimientos en la infancia y en la adolescencia. ¿Qué pasará si un niño de siete años dice que se considera “atrapado” en un cuerpo que no está de acuerdo con su identidad y que en realidad es una niña de catorce? ¿Habrá que cambiarle de clase? También va a ser difícil que los profesores pongan coto a las preferencias de los alumnos. Si uno puede elegir su género, ¿cómo no va a poder elegir su menú escolar?

Ideología de mayores

Aunque las directrices del ministro tengan el buen fin de que la escuela sepa aceptar a todo tipo de alumnos, da la impresión de que pueden aportar más problemas que soluciones. En primer lugar, a los propios niños, que a esas edades no pueden haber elaborado una identidad sexual contraria a lo que dice su cuerpo. La plasticidad y ambigüedad de las propias percepciones sobre la identidad sexual pueden sumir a un niño en la confusión. Y lo que necesita es que los padres y profesores le ayuden a afirmarse en su propia identidad, de modo que pueda superar sus dudas. Limitarse a dar por buena su “autodefinición”, cuando todavía carece de experiencias para definir sus sentimientos, es un modo de abandonarle a su suerte.

Las directrices consagran también un “newspeak” para respetar a los individuos que no se sienten incluidos en el uso de pronombres como “él” o “ella”

Da la impresión de que este tipo de ideas sobre la identidad sexual tienen más que ver con la ideología de los mayores que con las necesidades de los niños. No cabe descartar que el tipo de textos y de clases de “educación afectivo-sexual” recientes –imbuidos de ideología de género– acaben condicionando en muchos casos la errónea interpretación de la sexualidad infantil en desarrollo. El modo de reflejar los problemas de este tipo en los medios audiovisuales y la capacidad de imitación propia de los niños pueden conducir a algunos a conclusiones erróneas y precipitadas sobre su identidad sexual.

Diversidad, pero no de escuelas

En el caso de la provincia de Alberta, llama también la atención la reacción del ministro ante los que han criticado sus directrices. Este ha sido el caso del obispo de Calgary, Fred Henry, que en una carta pastoral ha defendido el derecho de las escuelas católicas a que no se les impongan unas directrices contrarias a su ideario. “Las escuelas católicas –ha escrito– están comprometidas con la construcción de comunidades inclusivas que enseñan el cuidado y la compasión con todas las personas, cualquiera que sea su edad, raza, sexo, género u orientación sexual, y exigen que cada persona sea tratada con respecto y dignidad”. Pero a la vez recuerda que la enseñanza cristiana es que Dios creó al ser humano como hombre y mujer, con igual dignidad. “En este plan, los hombres y las mujeres deben respetar y aceptar su identidad sexual”.

Pero al ministro no le ha gustado nada esta autodefinición de la escuela católica. Ha recordado que el gobierno financia a estas escuelas, lo cual exige que se sometan a las directrices que se dan para todos.

Las escuelas católicas no son regidas por los obispos, sino por un consejo escolar elegido. Y cuando en el consejo de la escuela católica de Edmonton se desató una polémica sobre el baño que debía utilizar un niño de 7 años que se consideraba “transgender”, el ministro amenazó con disolver el consejo si no se sometía a sus directrices. Y el consejo de Edmonton acabó por entrar por el aro.

En las escuelas de Alberta, la autodefinición del niño es la única medida de su identidad de género

Es paradójico que un ministro que se presenta como abanderado de la diversidad sexual, sea en cambio tan intolerante cuando se trata de respetar la diversidad de escuelas. Son los padres, no el Estado, los que deben ejercer el derecho de llevar a sus hijos a escuelas que reflejen sus valores. Y si están financiadas con fondos públicos es porque el Estado piensa que es un valor cultural que haya una diversidad de escuelas que respondan a los distintos valores y estilos de vida presentes en una sociedad.

Amenazar con represalias financieras a las escuelas que no se someten a la ideología que quiere favorecer el gobierno es una muestra de intolerancia. Pues directrices como las de Alberta no son realmente neutrales, sino un modo de promover una determinada visión del ser humano y de la sexualidad.

En este episodio se comprueba una vez más el carácter dictatorial de un relativismo que invoca la necesidad de respeto a todas las opiniones y estilos de vida, pero pretende acallar las que no le gustan. La actitud ideológica –y la ideología de género no es una excepción– se revela en que las ideas cuentan más que la realidad y en que la imposición sustituye al debate.

La actitud del ministro Eggen es típica de esto: “Es muy importante –ha dicho– que la gente respete las opiniones de los otros, pero también no sobrepasarse y empezar a tergiversar lo que dicen la ciencia y la letra de la ley”.

Hasta ahora no se sabía que la ciencia dijera nada sobre quién debe entrar en un baño ni que la letra de la ley decidiera en asunto de pronombres, pero el mensaje es claro: todas las opiniones son respetables, pero solo las que yo represento cuentan.

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