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África: cazar para conservar las especies salvajes

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Mientras muchas personas, especialmente en países desarrollados, piensan que la conservación de las especies salvajes se logra prohibiendo la caza y redactando leyes más proteccionistas de los animales, las poblaciones nativas y los ecologistas que están sobre el terreno, a menudo son partidarios de soluciones contrarias. Por lo menos resulta paradójico que en Occidente los amantes de los animales dejen su dinero en la conservación de los elefantes, cuando en el sur de África -cuenta The Economist (20-IV-96)- los ecologistas están diciendo que en muchas zonas sobran elefantes. En África se extiende la idea de que para conservar las especies salvajes, hay que gestionarlas como un recurso más.

La cuestión está transida de intereses económicos. Por un lado, el turismo exótico, la caza y el comercio con especies salvajes atrae ingentes divisas. Pero, por otro, dejarlas proliferar puede dañar las economías agrícolas y a la ganadería. De ahí que los gobiernos terminen administrando la vida salvaje como fuente de recursos.

Sin embargo, en África, donde la discusión entre los lobbies «conservadores» y «explotadores» es agria, son muy distintas las soluciones adoptadas en el Sur y en el Este del continente. Los países orientales, encabezados por Kenia, nacionalizaron el comercio de especies. Y ya en 1976, por lo general, habían prohibido todo género de caza. En 1989, el carismático Richard Leakey, protagonizó una campaña internacional contra el comercio de marfil. Aunque ahora su sucesor, David Western, intenta reestablecer la caza legal en Kenia.

Por el contrario, los países sureños, Zimbabue a la cabeza, han privatizado la vida salvaje. En 1989, Zimbabue levantó la prohibición de comercializar el marfil alegando que el número de elefantes se había elevado a niveles problemáticos y que estaban destruyendo los hábitats necesarios para la supervivencia de otros animales. Ahora hay un mercado relativamente controlado de marfil.

En la mayor parte de África la alternativa no es elegir entre la caza y el turismo, sino entre dedicar la tierra a la caza o dedicarla a la agricultura y a la ganadería. Porque resulta difícil mantener los cultivos si no se controla al elefante, al búfalo o al león. Según David Cumming, del Worldwide Fund for Nature (WWF), para mantener grandes extensiones en estado salvaje habrá que ofrecer a los nativos una gama suficiente de negocios que compense los recortes en ganadería y agricultura: por ejemplo, caza para conseguir carne y pieles, caza deportiva y turismo fotográfico.

En las zonas más vistosas está empezando a imponerse un turismo «no consumidor», turismo fotográfico o de descanso, que sustituye a la caza. Se explica por los beneficios que atrae: mientras la ganadería bovina puede proporcionar alrededor de 5 dólares por hectárea, la caza deportiva reporta hasta 10 dólares por hectárea; el turismo personalizado o de grupos muy reducidos alcanza los 50 dólares por hectárea; y el turismo masivo llega a dar beneficios de 100 dólares por hectárea.

Actualmente, sólo algunas asociaciones ecologistas radicales, como Enviromental Investigation Agency o United States Humane Society, son partidarias del proteccionismo a ultranza. La mayoría sostienen que el reparto equilibrado de tierras para actividades variadas beneficia a los nativos.

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