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Freud, sin máscaras

publicado
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Freud ha sido uno de los pensadores que más influencia han tenido en la cultura contemporánea. Y ha sido para mal, sostiene el profesor Juan Bautista Fuentes en su libro La impostura freudiana. Como subraya en esta entrevista, la institución psicoanalítica ha servido para justificar la negación de la conciencia moral.

Juan Bautista Fuentes, profesor de Antropología en la Universidad Complutense de Madrid, fue alumno aventajado de José Luis Pinillos, y su carrera académica ha estado ligada a la psicología filosófica y la antropología. A partir de sus estudios sobre estas materias, ha elaborado una interpretación de la modernidad en la que Freud destaca con un papel central.

La psicología ha sido tradicionalmente una disciplina filosófica. En la actualidad, sin embargo, la psicología tiene más bien una perspectiva clínica. ¿Cuál es el interés del filósofo en ella?

— Como filósofo, lo que me ha interesado de lo que llamo la institución psicológica es cómo a partir de finales del siglo XIX en los países más desarrollados irrumpe la psicología moderna, que se presentaba como una ciencia especializada y que buscaba un efecto práctico indudable. Eso no significa, obviamente, que en el mundo anterior al siglo XIX no hubiera vida psicológica. Había ahí un interrogante que me interesaba despejar: ¿por qué a partir de un determinado momento la sociedad contemporánea ve nacer una disciplina especializada en enderezar desarreglos psíquicos? Hay que suponer que estos existían antes.

¿Cree que el psicoanálisis ha contribuido a esa desmoralización?

— Yo diría que lo que ha hecho es legitimar la desmoralización mediante un aparato teórico y una forma de llevar a la práctica esa teoría. El aparato teórico es ciertamente perverso. Considero a este respecto que la penetración de Freud a través de la terapia psicoanalítica en la cultura de nuestros días ha sido nefasta.

Básicamente su teoría consiste en fingir una escisión radical entre dos planos de la personalidad: un presunto plano inconsciente que, como tal, es inaccesible a la conciencia del individuo (pero no inaccesible al terapeuta, claro), y otro plano, el consciente, basado en sustituciones engañosas de lo que contiene el inconsciente. Lo que se contiene en el inconsciente, para Freud, es algo reprimido, una represión basada en un deseo sexual incestuoso, un deseo sexual sobre una de las figuras que constituyen la matriz moral del individuo.

Esto es enormemente grave: se trata de un deseo que en su misma raíz viola la referencia moral que constituye como tal al individuo. Esto explica que Freud considerara la moral como una sustitución engañosa, en cuanto reprime ese deseo insatisfecho. De esta forma, todo lo que se presenta como sentido de la responsabilidad moral es visto en realidad como una manera de autoengaño, y todo esfuerzo moral que la persona pueda hacer es algo engañoso y represor.

Si la moral es un engaño, también lo es el sentido de culpa.

— Sí, Freud se propone resolver el malestar moral de la persona, pero lo hace de la forma más cómoda para ella. El paciente modelo de Freud es un individuo que se psicoanaliza con el fin de eximirse de su responsabilidad moral. Se siente muy mal y encuentra en Freud la solución perfecta: el psicoanálisis le dice que no es responsable de lo que le ocurre y que además su incomodidad anímica procede de la ambivalencia fatal entre el deseo incestuoso y la moral que lo reprime.

Recuperar la familia

Precisamente, la modernidad tiende a ver la familia y la comunidad como ámbitos cerrados y represivos.

— Sí. Todo proviene de Freud. Por ejemplo, toda la mitología del 68 se basa en el psicoanálisis. También la antropología cultural. En este sentido, la idea es que la sociedad y la cultura, la moral y la familia, se fundan en prohibiciones. Ahí está el error: en lugar de ver la norma como lo edificante, como edificación a partir de la comunidad, la norma, para esta ideología, prohíbe. A partir de aquí proviene toda la mentalidad emancipadora, una emancipación que se refiere, sobre todo, a emancipación de lo que edifica al hombre, de su propia humanidad.

Pero la lección más importante que se puede extraer de los estudios etnológicos no es que las relaciones de parentesco implicaran una prohibición, un deseo al que hay que renunciar (la prohibición del incesto). Por el contrario, esa estructura no supone una renuncia: más bien, con la relación de parentesco se accede a algo que no se tenía, es decir, la exogamia permite la propagación universal de la comunidad a terceros.

A partir de estos estudios llegamos a la conclusión de que la familia es sinónimo de universalidad, y por ello es tan importante. Cuando se preserva la familia es cuando se puede garantizar la propagación de la ayuda mutua a terceros. Parece un tópico que la familia es la célula básica de la sociedad, pero es que eso es algo profundamente verdadero. Y el día que se rompa -y ahora se está rompiendo- la forma normativa de la familia, se rompe la raíz misma de lo que tiene la sociedad de humana, que es la propagación a terceros del apoyo mutuo. Y es esto lo que parece estar sucediendo hoy.

¿Cuándo se rompe la vida comunitaria?

— La vida comunitaria se rompe por el dominio del mercado. Sigo en esto los análisis de Marx y de algunos autores marxistas, pero mi mirada no es económica. El desgarramiento en la vida comunitaria lo produce el mercado en la medida en que está compuesto de relaciones abstractas, medidas por dinero. También es cierto que el mercado, el dinero y el trabajo pueden servir a la vida comunitaria, pero se han desviado por cauces anticomunitarios, abstractos, y ahí está el error.

La sabiduría antropológica de la teología católica

¿Ha existido alguna sociedad, a su juicio, que supiera combinar mercado y vida comunitaria?

— El equilibrio entre la vida comunitaria y un mercado que no intente monopolizar es primordial. Creo que la sociedad que por antonomasia lo ha conseguido ha sido la sociedad que yo llamo cristiana vieja o católica, porque fue capaz de realizar la pretensión universal de la comunidad. Lo consiguió gracias a los contenidos de la teología dogmática. Católico significa precisamente universal, pero universal comunitario. Y esto es un matiz importante para diferenciar el universalismo católico del universalismo de la razón moderna, por ejemplo. Porque la modernidad, precisamente, va a disolver las raíces comunitarias del universalismo católico y a transformar la comunidad en abstracción económica.

¿En qué sentido dice la teología cristiana permite a la sociedad dotarse de un proyecto universal y a la vez comunitario?

— En el libro hago una especie de filosofía de la teología, si pudiera existir algo que se llame así. Con ello trato de resaltar el significado antropológico de la teología católica, que no es comparable al de otras teologías. En la teología católica hay algo muy grande; de hecho, para mí toda la historia de la filosofía, desde Parménides hasta hoy, palidece en sabiduría antropológica si se la compara con las implicaciones que tiene el dogma de la Trinidad y el de la Encarnación.

Pero también desde un punto de vista histórico es impresionante comprobar que en los primeros siglos de nuestra era el cristianismo, que se consideraban una herejía, va creando lazos comunitarios y familiares allí donde faltan, en un momento de descomposición del imperio. Gracias a ello, sin duda, Europa puede salir a flote; en torno a los monasterios, allí donde hay un cristiano se genera vida comunitaria, arropo, caridad. Creo que esa es la clave de Occidente.

¿En qué consiste la sabiduría antropológica del dogma católico?

— La teología que se elabora es coherente con esta visión que prima lo comunitario. El secreto es que Dios no es soledad. Son tres personas y tiene, por tanto, una estructura familiar y comunitaria: Padre, Hijo, vinculados por ese amor universal que es el Espíritu Santo. Frente al Dios de los filósofos, acto puro, este Dios es persona y comunidad: es amor virtualmente universal entre dos personas en las que, además, una de ellas tiene la figura carnal del hombre. Ese amor compromete a cada uno de los hombres y por ello ahí se encuentra el motivo por el que el cristianismo está obligado a propagar comunidad.

Desde un punto de vista meramente antropológico, no ha existido un análisis realizado con tanta finura como el de la teología católica. El cristianismo refunda la idea de pecado original y de culpa al afirmar la posibilidad de redención. Pero la redención se da en la medida en que concurre gracia y voluntad libre, es decir, está relacionada con la responsabilidad. La libertad puede reparar la culpa y sus efectos, pero no de un modo definitivo. La teología juega con ese plano de inmanencia y trascendencia: la transcendencia prohíbe caer en la tentación del paraíso en esta tierra, de crear una sociedad perfecta; pero no deja al hombre pasivo, sino que exige que hagamos lo posible por restaurar y crear comunidad. En esa medida, el hombre es responsable de su salvación.

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