Fiebre de cambio en la escuela

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Inger Enkvist, catedrática de español en la Universidad de Lund (Suecia), se ha convertido en un referente de la resistencia a la Nueva Pedagogía, que prioriza los métodos de trabajo y el bienestar afectivo de los estudiantes sobre la adquisición de conocimientos. En el libro-entrevista Controversias educativas, recién publicado por Ediciones Encuentro, conversa con la periodista Olga R. Sanmartín sobre las implicaciones de esta forma de concebir la enseñanza. Reproducimos algunos fragmentos.

 

¿Cómo son los alumnos de ahora? ¿Saben menos que antes?

— En general, son más frágiles que antes, precisamente por no haber sido expuestos a la exigencia y a la frustración. Además, tienen menos conocimiento de lengua y de cultura general. (…) No han tenido la obligación de aprender las capitales, la cronología histórica u otros conocimientos generales. Se ha presentado como una modernización y un acercamiento al gusto y a la iniciativa del alumno una serie de cambios que, entre otras cosas, han implicado reducir la materia. (…) A cambio, se ha generalizado la idea de que aprender un método de trabajo es más importante que aprender un contenido, que no hace falta hacer exámenes y que no todos los alumnos van a tener que estudiarlo todo, sino que cada uno puede escoger un aspecto concreto y hacer una exposición oral sobre él. Es en este punto donde se juntan lo divertido y lo moderno con el concepto de la escuela comprensiva (…).

Son los más rezagados los que más pierden con las tecnologías

 

Utopía igualitarista

¿Hay una relación entre la Nueva Pedagogía y el uso de dispositivos electrónicos en el aula?

— Sí, hay una alianza contra natura entre los románticos de la Nueva Pedagogía y los amantes de la novedad tecnológica. Los románticos de la Nueva Pedagogía quieren que el alumno elija su propio proceso de aprendizaje y no tenga que seguir las consignas de un profesor. Da la casualidad de que Internet abre la posibilidad a un joven de trabajar al margen del profesor como si fuera un investigador, aunque en realidad no lo sea, porque para que esto funcione bien tiene que tener constancia y, sobre todo, muchos conocimientos previos.

— ¿De dónde sale la Nueva Pedagogía? ¿Quién la inventó? ¿De dónde viene este término?

— En primer lugar, para definir esta tendencia no hay una única denominación que sea aceptada por todos. A veces se dice Nueva Pedagogía, en otras ocasiones se utiliza el término pedagogía progresista, y también la expresión pedagogía activa. Se puede rastrear el efecto de Rousseau en el siglo XVIII, pero hay varios pedagogos también en siglos posteriores. En el siglo XX se vuelve más frecuente esta corriente, porque existen más posibilidades prácticas de trabajar con grupos más pequeños. Dewey, en su conocido libro Democracia y educación, escrito en 1916, anteponía los fines políticos a lo estrictamente educativo, así que perseguía servirse de la educación para poner en marcha un ideal. Para obtener esa utopía social, quería a todos los niños en la misma aula y aportando algo a lo común. Él nunca hablaba de qué debían aprender en las diferentes asignaturas, sino de cómo se trabajaba. Y eso va a ser muy típico de los nuevos pedagogos: el método es prioritario. (…)

 

Se ha puesto en circulación un número muy abultado de ideas sin comprobación previa

 

— ¿Por qué cuajan estas ideas?

— Por lo mismo que se hizo famoso Dewey: porque representan el sueño de los igualitaristas, que quieren que todos los alumnos obtengan los mismos resultados. Además de los trabajos por proyectos y en equipo, se han ido quitando contenidos, porque se teme que muchos contenidos generen desigualdad. Los igualitaristas tampoco están a favor de los exámenes ni de las reválidas, porque estas evaluaciones revelan que algunos estudiantes han aprendido más que los demás. Probablemente al principio se pensó que tampoco era tan importante si se aprendía un poco menos, pero lo que ha ocurrido es que el nivel se ha ido bajando, bajando y bajando. Lo que saben los alumnos ya no es un poco menos, es bastante menos. Hoy tenemos escuelas para todos, con un equipamiento estupendo, pero curiosamente no nos atrevemos a exigir que se estudie.

No veo a los pedagogos urdiendo un plan para que los niños no aprendan.

— No creo tampoco que fuera una acción intencionada, sino negligente, por omisión. Se ha puesto en circulación un número muy abultado de ideas sin comprobación previa. Como he dicho, probablemente pensaron que saber un poco menos no importaba. Después dijeron eso de que el conocimiento cambia tan rápido que, si no se aprende lo que se dice hoy, tampoco importa porque no va a permanecer para siempre. Otro de los tópicos, más reciente, es que nada nos prepara para el mercado laboral que habrá dentro de unos años. Y también se afirma que, en diez años, los robots habrán reemplazado a los humanos en una gran parte de los trabajos que tenemos hoy. En resumen, el argumento es que, aunque bajen los conocimientos, no importa demasiado. (…)

¿Tiene evidencias de que los países donde hay Nueva Pedagogía hayan empeorado sus resultados?

— Tenemos los informes PISA, que es lo más cercano a una comparación de calidad por países. (…) Se han producido sorpresas, porque los países que han salido los primeros no son los históricamente pioneros en educación, sino que son países que tienen un pasado educativo menos brillante. Me refiero a algunos territorios del este asiático como Shanghai, Singapur, Hong Kong, Japón y Taiwán. También salen bien parados países occidentales como Finlandia, Estonia, Irlanda y, recientemente, Portugal.

¿Qué tienen en común estos países? Que no han aplicado las políticas educativas de moda. Por ejemplo, no dan más importancia a la psicología del alumno que al currículo, no trabajan tanto en equipo y no organizan el trabajo por proyectos o en forma de problemas para resolver. Mantienen la exigencia y mantienen los exámenes. Respecto a los profesores, logran atraer a la profesión docente a personas inteligentes a quienes les gusta enseñar materias.

Por el contrario, ha llamado mucho la atención que países prósperos que han podido permitirse el lujo de experimentar con sus escuelas no estén entre los primeros puestos, a pesar de tener una excelente tradición educativa. Por ejemplo, Reino Unido, Francia, Alemania y Suecia. Solían tener excelentes resultados, pero ya no. (…)

Modelos de referencia

— Los millennials en ocasiones parecen personas insatisfechas y muestran expectativas que a veces no se corresponden con la realidad. Los empleadores cuentan de ellos que, aunque están muy bien formados, cuando llegan a un puesto de trabajo en seguida quieren llegar a lo más alto saltándose el camino previo. O bien deciden pronto que el trabajo no les llena y lo abandonan.

— Yo creo que aquí hay un problema que va a tener consecuencias muy importantes en el futuro para nuestras sociedades liberales y democráticas, así como para el Estado del Bienestar: hay una tendencia a dejarse llevar y a hacer lo menos posible. Eso de exigir un éxito inmediato tampoco es realista y va a llevar a muchas decepciones. Se ve, por ejemplo, en algunas jóvenes feministas. Les dijeron que las mujeres estaban oprimidas y ahora llegan a un lugar y en seguida preguntan: “¿Por qué no hay más mujeres?”. Está la exigencia de que todo sea inmediato y tal y como los jóvenes quieren. Los millennials se erigen en los jueces de los adultos, que les han mostrado demasiadas deferencias. Piensan que es algo que se les debe. Sus expectativas son enormes y eso les condena a estar permanentemente insatisfechos con los demás y con el mundo. (…)

 

El profesor necesita aprender rodeado de buenos profesores. Por eso necesitamos construir nuevas estructuras para respaldarlos

 

Hemos cambiado los modelos de referencia: del profesor al youtuber. ¿Cómo repercute en el individuo ese culto a la celebridad?

— Este cambio implica que el papel de los padres, y también el de los profesores, sea más importante que nunca, porque el hijo se expone a más modelos negativos. Ningún referente es tan importante como los padres. La educación es mucho más segura, estable y exitosa si la escuela y la familia tiran en la misma dirección, si se refuerzan la una a la otra. La familia necesita a la escuela y la escuela necesita a la familia. (…)

— ¿Cómo ha cambiado el papel de los padres en los últimos años? ¿Cómo son los padres ahora? El psicoanalista Massimo Recalcati dice que los padres se han convertido en los sindicalistas de sus hijos.

— Hay una tendencia en los padres a evitar el conflicto que puede suponer educar a sus hijos. Los padres quieren ser amados por sus hijos y no aguantan tener que ponerse firmes y que el hijo los rechace, aunque sea solo por un rato. Como ha dicho el filósofo Fernando Savater, todos quieren ser madres y nadie quiere ser padre, refiriéndose a que los dos padres adoptan el papel de cuidadores y protectores más que de educadores.

La tendencia lleva a entregar a la escuela también la tarea de educar en el buen comportamiento, pero, a la vez, reclamar que al hijo se le proteja y no se le exija nada. Eso debilita al joven y también a los padres, a la escuela y a la sociedad.

Hay tres cosas que pueden hacer los padres. Para empezar, deberían promover un hogar tranquilo y seguro para el niño, algo que no es nada fácil en nuestros días porque los adultos trabajan y viajan mucho, cuando lo que necesitan sus hijos es estabilidad y tenerlos a su lado.

También es muy recomendable que conversen con sus hijos sobre lo que pasa en sus vidas y de lo que están aprendiendo en la escuela, sobre los libros que leen los padres o sobre las noticias de la prensa.

Por último, es muy importante tener la suficiente fuerza para saber decirles que no. Hoy se ve que los padres le dicen al hijo, por ejemplo, que ya ha estado demasiado tiempo delante de la televisión, pero después, si el niño continúa viendo los dibujos, no insisten. O le dicen que deje los videojuegos y se ponga a hacer los deberes, pero el hijo continúa jugando y no pasa nada. A los padres les cuesta negarle algo al hijo porque lo quieren y desean que el hijo los quiera. Pero se demuestra el cariño hacia el hijo diciendo a veces que no.

Sobre lo que dice Recalcati, sucede que algunos padres no hacen en su casa lo que acabo de decir, pero creen que tienen derecho a intervenir en el colegio. Los llaman padres helicóptero porque sobrevuelan constantemente a sus hijos, controlándolo todo, interviniendo sin parar pero desapareciendo en los momentos importantes. Estorban en la rutina de la clase y molestan al profesor, que se siente amenazado. Esto es muy negativo. El papel de los padres es educar en casa y el de los profesores, educar en el colegio. Si cada una de las partes cumple su papel y respeta el de la otra parte, todo irá mejor. (…)

Compañerismo entre profesores

Usted está elaborando un informe que le ha encargado el Gobierno sueco sobre la formación docente. ¿Qué tres cosas plantea para mejorar la calidad de la docencia?

— Lo que planteo, en primer lugar, es elevar el listón para entrar y exigir una nota de corte más alta para estudiar la carrera de Magisterio. En segundo lugar, propongo mejorar la calidad de la formación docente desde un punto de vista intelectual introduciendo una prueba de conocimientos sobre las materias al final del Magisterio y poniendo una prueba de lengua para todos los profesores, también los de Infantil y Formación Profesional, pero con diferentes niveles de exigencia. La razón es que un profesor representa al Estado y debe saber expresarse adecuadamente y con la suficiente formalidad si la ocasión lo exige. El objetivo es que los profesores estén verdaderamente cualificados y el título no sea un simple papel.

La tendencia lleva a entregar a la escuela también la tarea de educar en el buen comportamiento, pero, a la vez, reclamar que al hijo se le proteja y no se le exija nada

 

— ¿Qué ha aprendido redactando su informe?

— He estudiado los sistemas anglosajones y asiáticos, donde más se está desarrollando la formación docente. Primero se aprende la materia en la universidad y después la práctica docente se aprende en una escuela. La novedad es que está perdiendo peso la formación docente en la universidad y se está desarrollando en los centros educativos, donde cada vez hay más mentores y tutores que ayudan a los maestros primerizos. Esta es una tendencia muy fuerte en Reino Unido, EEUU, Japón, Singapur, Hong Kong y China. Lo veo con muy buenos ojos. En casi todos los países hay un descontento hacia la formación que se recibe en la universidad y los países que se han actualizado han transferido la parte práctica a los centros educativos.

El profesor necesita aprender rodeado de buenos profesores. Por eso necesitamos construir nuevas estructuras para respaldarlos, para que estén motivados y estimulados a lo largo de su vida laboral. (…)

¿Deben los profesores recibir incentivos en función de los resultados de los alumnos?

— Depende. Hay un gran debate sobre esto. Existe un gran obstáculo, que es que, si hay alumnos que no estudian realmente o vienen con carencias del curso anterior, el profesor tiene que hacer un doble trabajo. El economista Eric A. Hanushek dice que hay que pagar más a los mejores profesores porque su contribución al bienestar del país se puede medir en dólares, pero él mismo reconoce que es difícil definir o identificar esa calidad. Lo que creo que es mejor es crear ambientes donde los profesores colaboran y se apoyan y donde los alumnos se esfuerzan. Es más fácil alcanzar la calidad dentro de un buen entorno. Para conservar a profesores así en una escuela y para que estén bien y desarrollen su enseñanza, hay que crear un ambiente de interés por las materias y de compañerismo para que saquen lo mejor de sí mismos y estén contentos. (…)

Las pantallas no dan la motivación

¿Qué consecuencias tiene la digitalización en el proceso educativo? ¿Cómo están afectando las nuevas tecnologías al aprendizaje?

— Está claro que todos los alumnos deben saber manejar los ordenadores, de eso no hay ninguna duda. También hay aspectos de determinadas asignaturas que se pueden ilustrar con las nuevas tecnologías. Por ejemplo, en el estudio de los órganos del cuerpo en Ciencias Naturales, donde tienen una utilidad de aprendizaje muy clara. Dicho esto, no está muy claro que las pantallas mejoren el aprendizaje. (…)

— Usted ve una relación entre el énfasis que se pone en fomentar la tecnología y la tendencia de exigir menos esfuerzo a los alumnos. ¿Por qué?

— A veces se tiende a pensar que usando las tecnologías el estudio va a ser más divertido, algo que pudo ser efectivamente así en un momento inicial, cuando eran nuevas, pero luego los alumnos se acostumbran, se pierde el valor del entretenimiento y termina siendo el mismo aprendizaje de siempre. A pesar de que se dice de forma recurrente que los alumnos son capaces de tener el ordenador frente a ellos sin distraerse mientras escuchan la lección del profesor, son muchos los que caen en la tentación de revisar su Facebook, enviar mensajes a sus amigos o ver vídeos en YouTube. Los que más sucumben son los que menos entienden de la clase y tienen menos clara la importancia de aprender. Así que son los más rezagados los que más pierden con las tecnologías.

 

Inger Enkvist, catedrática de español en la Universidad de Lund (Suecia), se ha convertido en un referente de la resistencia a la Nueva Pedagogía, que prioriza los métodos de trabajo y el bienestar afectivo de los estudiantes sobre la adquisición de conocimientos. En el libro-entrevista Controversias educativas, recién publicado por Ediciones Encuentro, conversa con la periodista Olga R. Sanmartín sobre las implicaciones de esta forma de concebir la enseñanza. Reproducimos algunos fragmentos.

 

— Pero en Singapur usan mucha tecnología y les va muy bien.

— Porque no discuten el respeto al profesor, el apoyo de la familia a la escuela y el orden en el aula. En general, han gestionado mejor el tiempo de aprendizaje y les va bien con las nuevas tecnologías, porque primero tienen una base de conocimientos concretos. Funcionaría igual de bien en Occidente para grupos similares, pero hay muchos otros alumnos. (…)

Recuerdo que en su libro La buena y la mala educación contaba la historia de aquel profesor francés, Serge Boimare, que leía en clase en voz alta y los alumnos se dejaban llevar por el placer de la lectura y se abstraían de todo.

— Esa es la gran virtud de las Humanidades: el profesor se convierte en el centro y los alumnos se sienten aliviados porque pueden dejarse llevar y guiar. Las Humanidades permiten que los estudiantes más rezagados disfruten, con la simple escucha, como los demás.


Inger Enkvist. Controversias educativas. Una conversación con Olga R. Sanmartín. Ediciones Encuentro. Madrid (2019). 184 págs. 17,50 €. Texto reproducido por gentileza de la editorial.

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