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Experimentos mentales en el laboratorio

publicado
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Contrapunto

El afán por utilizar embriones humanos con fines de investigación lleva a algunos científicos a no ver la vida humana embrionaria más que como material de laboratorio. ¿Por qué atribuir tanta trascendencia a unos embriones congelados de escasas células, si su destrucción puede servir para impulsar investigaciones con fines terapéuticos? De esta opinión es Alison Murdoch, directora del equipo del Centro de Biociencias de Newcastle (Reino Unido), al que el gobierno británico ha autorizado a realizar experimentos de clonación humana para obtener células madre.

A Alison le irrita que las «ideas morales» de algunos (los que se niegan a destruir embriones humanos) pueden impedir salvar las vidas de otros. Habla de salvar las vidas como si ya tuviera en su mano la receta para curar el parkinson, la diabetes o el alzheimer, cuando tales investigaciones están en pañales y ni tan siquiera se sabe si son el mejor camino. Pero, de todos modos, su postura se basa también en unas «ideas morales», en su caso bastante utilitaristas, en virtud de las cuales piensa que los hipotéticos buenos resultados justifican los medios.

Para quitar escrúpulos a los que se sienten incómodos ante la creación de embriones para investigación, Murdoch sugiere un «experimento mental»: «En su casa, su hijo de dos años duerme en la habitación de arriba, y en el sótano tiene 10 embriones congelados. La casa se incendia y pueden salvar a su hijo que está arriba o a los embriones del sótano, pero no a los dos. ¿Qué harían? Puedo garantizar con toda seguridad que el 100% de la opinión pública británica respondería: ‘Salvaría a mi hijo’. No permitirían que su hijo arda para salvar a 10 embriones criogenizados» («New York Times», 12-10-2004).

Como «experimento mental» tiene la ventaja de que cansa poco las neuronas. De modo que estoy seguro de que no hace falta haber completado la escolaridad obligatoria para darse cuenta de que este experimento es inconcluyente. Para empezar, no es muy habitual que uno tenga embriones congelados en el sótano, junto a la bici de montaña y los esquíes. Pero la disyuntiva que plantea Murdoch funcionaría igual si en el sótano en vez de los embriones congelados estuviera casualmente otro hijo de tres años. Si hay un incendio y solo da tiempo a salvar al hijo que está arriba, el del sótano sería abandonado a su suerte. Pero evidentemente eso no quiere decir que su vida no sea valiosa ni que pueda explotarse en beneficio del otro hijo.

Por otra parte, en el caso de la clonación humana no hay ningún incendio fortuito que nos coloque ante un dilema. Hay una decisión voluntaria de crear e instrumentalizar vida humana, en aras de la experimentación. Son vidas humanas embrionarias, sí, pero los embriones de usar y tirar pueden ser la chispa capaz de iniciar un incendio que queme nuestro patrimonio de la dignidad humana.

Esperemos que Alison Murdoch atine más en sus experimentos de laboratorio que en los mentales. Pues su «experimento mental» confirma que se puede sacar sobresaliente en biología y un suspenso en lógica.

Ignacio Aréchaga

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