Evolucionismo sin prejuicios

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Contrapunto

«Darwin, rehabilitado por la Iglesia», «Roma reconoce por fin el evolucionismo»… son algunos de los comentarios que ha suscitado el reciente mensaje de Juan Pablo II a la Academia Pontificia de Ciencias, en el que confirma que no hay incompatibilidad entre evolución y creación (cfr. servicio 147/96). Leyendo estos comentarios, uno saca la impresión de que la Iglesia católica se ha caído ahora del árbol del paraíso y ha descubierto que debajo no estaban Adán, Eva y la serpiente sino Darwin y la selección natural. El oscurantismo religioso finalmente habría tenido que rendirse ante la evidencia científica.

Pero, a diferencia de grupos fundamentalistas protestantes que buscan en el Génesis una descripción literal de cómo fue creado el mundo por Dios, la lectura católica de la Biblia no ha pretendido deducir del relato bíblico verdades científicas sobre el origen del mundo sino enseñanzas religiosas.

Al principio, Darwin suscitó entre los católicos la misma perplejidad que provocó en tantos otros de sus contemporáneos. Pero la Iglesia dejó que la validez del evolucionismo se dirimiera en el campo científico. Así lo constata, por ejemplo, Francisco J. Ayala, presidente de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, en su libro sobre La teoría de la evolución (1994), al describir la recepción de la teoría darwinista en los ámbitos religiosos: «Argumentos tanto a favor como en contra de la teoría de Darwin aparecen asimismo entre los teólogos católicos contemporáneos suyos. Pero gradualmente, ya en el siglo XX, la teoría de la evolución biológica llega a ser aceptada por la mayoría de los escritores cristianos».

El pronunciamiento más explícito sobre el evolucionismo en un documento de la Iglesia es el que se encuentra en la encíclica de Pío XII, Humani generis, de 1950, texto recordado ahora por Juan Pablo II. En ese documento Pío XII afirma que nada impide que se discuta el posible origen del cuerpo humano a partir de una materia viva preexistente, siempre que se mantenga que el alma es directamente creada por Dios. Y, con una actitud muy respetuosa con el método científico, pide que las razones a favor y en contra del evolucionismo «sean examinadas y juzgadas seria, moderada y templadamente». Para Pío XII no se trataba de algo totalmente demostrado, sino de una hipótesis digna de ser estudiada.

Medio siglo ha pasado desde entonces, y hoy Juan Pablo II puede decir que el evolucionismo es «algo más que una hipótesis». En estos cincuenta años se han acumulado los descubrimientos sobre la evolución, si bien sigue habiendo amplias discusiones sobre cómo se ha producido. Pero, como advierte Juan Pablo II, la convergencia de estas investigaciones «constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría». Si el Magisterio de la Iglesia, sigue diciendo, se interesa por esta cuestión es porque influye en la concepción del hombre. Por eso, el problema para la compatibilidad entre el cristianismo y las teorías de la evolución puede surgir no de los datos científicos, sino de las filosofías que inspiran una lectura materialista del origen del hombre. Así lo ha vuelto a recordar Juan Pablo II al mantener que «las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de la materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre».

Si uno piensa que Juan Pablo II ha dado aquí un giro revolucionario en la doctrina de la Iglesia, habría que reconocer al menos que el giro lo dio hace ya algunos años. Ya en 1985, en un discurso que dirigió a los participantes en un simposio internacional organizado en Roma sobre «La fe cristiana y la teoría de la evolución», decía que no había obstáculos para la compatibilidad entre ambas, siempre que el modelo explicativo evolucionista se mantuviera en el ámbito científico: «No se crean obstáculos a partir de una fe rectamente comprendida en la creación o de una enseñanza, correctamente entendida, del evolucionismo: la evolución, en efecto, presupone la creación; la creación, en el contexto de la evolución, se plantea como un acontecimiento que se extiende en el tiempo -como una creación continua-, en la cual Dios se hace visible a los ojos del creyente como Creador del cielo y de la Tierra».

Todo esto es bastante elemental para cualquiera que se preocupe por conocer la doctrina católica sobre la creación. Así que la extrañeza de algunas reacciones sólo revela el estado fósil de los conocimientos religiosos de los comentaristas. Y es que algunos reprochan a la Iglesia su incapacidad para adaptarse a la modernidad, mientras ellos siguen aferrados a una visión anquilosada de oposición entre fe y ciencia. Al final se comprueba que la evolución más lenta es la de los prejuicios.

Ignacio Aréchaga

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