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Europa y América, dos enfoques sobre la creación de empleo

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El problema del empleo a nivel internacional
Para buscar soluciones al problema del empleo, hay que empezar por comprender qué nos está pasando. ¿Por qué hoy en día el crecimiento no supone siempre creación de empleo? ¿Por qué los recursos clásicos contra el paro ya no funcionan? Los economistas discuten sobre los medios para salir de esta situación. Pero empieza a haber acuerdo sobre los factores que influyen en esta crisis. Carlos Cavallé, director del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE), los ha explicado en una conferencia pronunciada en Madrid (1), de la que ofrecemos un resumen.

La mayoría de los expertos estaría de acuerdo en que en la última década se han acentuado de manera vertiginosa tres factores que configuran el mundo actual, y que ponen de relieve las causas del problema del trabajo. El primero es la globalización de las economías, de los mercados y de la competencia. Hoy en día lo que pasa en la economía de Inglaterra o de Japón o de EE.UU. nos afecta a todos de manera directa e inmediata. Basta con leer las evoluciones diarias de las Bolsas en cualquier periódico. Antes no era así. Hoy día se puede comprar, fabricar y vender en todo el mundo, y de hecho así lo hacen muchas empresas, no sólo las grandes sino también las medianas y pequeñas. Por ejemplo, el 80% de las exportaciones de Taiwán, provienen de empresas de menos de 100 trabajadores. Y hoy día, en cualquier país del mundo se notan los efectos de la competencia de los países más alejados. Los textiles españoles están notando en sus propias carnes los efectos de la competencia directa de fabricantes de la China continental o de Hong Kong.

Fabricar y vender en todo el mundo

Esta globalización se debe fundamentalmente a dos causas. La primera es la creciente corriente de desregulación en el mundo. Desde hace unos años están cayendo las barreras económicas y sociales que nos habían separado durante siglos. La Unión Europea, el GATT y la NAFTA son ejemplos que lo ilustran. La segunda es la facilidad de comunicación tanto por vía informática como por sonido e imagen y por los transportes. Y así hoy es posible que en cuestión de minutos se hagan operaciones financieras en divisas de miles de millones de dólares simplemente por teclado de ordenador. Y a través de videoconferencias se pueden discutir contratos de compraventa simultáneamente desde Nueva York, Buenos Aires y Tokio.

Esta globalización tiene aspectos muy positivos como son la mejor comprensión entre los pueblos, sus culturas, sus intereses y sus necesidades. Pero, como contrapartida, es indudable que produce desequilibrios en el mercado laboral internacional, por lo menos a corto plazo. Es fácil comprender que hoy día la mano de obra más barata de China y del Sudeste asiático puede reemplazar con ventaja a la mano de obra española, alemana o francesa.

El segundo factor importante es la rápida difusión de los conocimientos y de las tecnologías. Hace escasamente 25 años, Estados Unidos mantenía una ventaja competitiva frente resto del mundo, en buena parte gracias a la protección que le proporcionaba el tiempo requerido desde cualquier descubrimiento hasta su difusión masiva. Hoy día este tiempo ha disminuido prácticamente a cero. Por ejemplo, Nestlé en asociación con Coca-Cola ha desarrollado un producto que se llama Nestea. Pues bien, antes de que el producto saliera al mercado, ya había dos laboratorios suizos que habían llegado, por los medios que sea, al conocimiento de este producto y habían desarrollado una fórmula equivalente para venderla a cualquier fabricante del mundo que la quisiera comprar.

Mujeres en busca de empleo

El tercer gran factor es el de las aspiraciones de las personas. Durante siglos la mayor parte de la humanidad ha estado sumida en un nivel de expectativas muy bajo, prácticamente de supervivencia, lo cual ha dificultado el desarrollo de los pueblos. El nuevo fenómeno de la década es que las expectativas han despertado de su letargo y se han desbocado. Esta situación está creando fuertes presiones y desequilibrios en el mundo del trabajo, cuando se exigen salarios, condiciones de traba-jo, vacaciones, seguros, pensiones, etc., que no siempre es posible atender en un determinado país, aunque se puedan atender en otro.

Entre las nuevas aspiraciones legítimas hay que destacar las aspiraciones de la mujer en el mundo del trabajo. La mujer tiende a buscar su realización en un trabajo profesional adicional, además del trabajo doméstico, o en vez de éste. De momento, este fenómeno sólo alcanza de forma masiva al mundo desarrollado, pero no tardará mucho tiempo en alcanzar también en grado importante al mundo desarrollado. Para calibrar su alcance, pongamos el ejemplo de España donde, en los últimos diez años, la población activa, es decir, la población que está en edad de trabajar y que quiere trabajar, ha aumentado en 2 millones, de los cuales 1,7 corresponde a mujeres; y todavía estamos en cotas bajas de trabajo de la población femenina, en relación con otros países de Occidente y en relación a la población masculina. Compárense estas cifras con la evolución de parados en España, y se verá cómo no hemos sido capaces de generar trabajo suficiente para la explosión de las nuevas aspiraciones de la mujer.

La presión del mundo islámico

Pero podría argumentarse que éstos no son todos los factores importantes que han afectado al mundo en la última década. Podría alegarse que la caída del telón de acero y el despertar del mundo islámico revisten, como mínimo, una importancia similar, y es cierto.

La caída del telón de acero ha puesto en evidencia la bajísima productividad de los países que lo constituían y lo artificial de su competitividad. Un área geográfica de mas de 350 millones de habitantes que se sintió orgullosa de su industrialización y de su pleno empleo, carga ahora con una tasa de desempleo difícil de calcular, pero en cualquier caso superior al 30%. Y estos países buscan la solución de sus problemas no al Este o al Sur, donde no hay oportunidades, sino al Oeste, es decir, en la UE. Esto acarrea una presión política y económica sobre Europa que se refleja en el mundo del trabajo. Esta presión se deja notar ya cuando las inversiones, especialmente alemanas, se desvían hacia los países del Este, creando los consiguientes desequilibrios del mundo del trabajo en Occidente.

Si nos referimos al mundo islámico observaremos un fenómeno parecido. La Conferencia mundial de El Cairo se centró sobre temas de demografía y control de la población, pero no fue más que una cortina de humo para ocultar el verdadero problema. Los países occidentales que abogan por el control demográfico no tienen problemas de crecimiento de la población, es más, si tienen problema es de baja natalidad. Lo que verdaderamente asusta a Occidente es el fuerte crecimiento de la población en el mundo islámico, concentrado básicamente en una franja geográfica al sur de Europa, desde el Sahara y Mauritania hasta Pakistán y Bangladesh, con el centro de gravedad en El Cairo. Y no es pura coincidencia que se reúnan en El Cairo para lanzar un mensaje urgente y angustioso de control de natalidad.

El esperado crecimiento de la población islámica representa una segunda presión sobre Europa que va a afectar seriamente al mundo del trabajo. En estos momentos trabajan en Europa unos quince millones de musulmanes y se espera que, si las cosas siguen así, dentro de 20 años se habrá más que doblado esta cifra, lo cual ya representa un porcentaje significativo de la población activa en la UE, con los desequilibrios correspondientes en el mundo del trabajo europeo.

Crecer sin crear empleo

Finalmente, no conviene olvidar que en la pasada década ha habido crecimiento económico seguido de recesión. Algunos piensan que la recesión causó la destrucción de puestos de trabajo en Europa, y esperan que cuando vuelva el ciclo expansivo se recuperarán los puestos de trabajo perdidos. Hay dudas fundadas de que esto sea así. Todo el mundo sabe hoy día que crecimiento no equivale a creación de empleo.

Indudablemente la caída del telón de acero, el despertar del mundo islámico y el ciclo recesivo han influido en el mundo del trabajo. Pero el desempleo de Occidente, de 34 millones de personas en los países de la OCDE y de 17 millones en la UE, es sobre todo un desempleo estructural provocado por la globalización, la difusión de la tecnología y los cambios en las aspiraciones de las personas; sólo en segundo término está acentuado, entre otros, por los demás factores que acabo de señalar.

En definitiva, el mundo del trabajo está sumido en una crisis estructural, para la que no parece haber fórmulas mágicas ni universalmente válidas. Cada país, cada zona geográfica deberá buscar las soluciones de acuerdo con características propias, su cultura, sus factores competitivos y sus recursos.

Dos enfoques sobre el empleo

Si se mira el problema del desarrollo económico y social en grandes líneas, se advierte que en el mundo industrializado hay básicamente dos opciones económicas. Como dice Ralph Dahrendorf, estas dos grandes opciones son los sistemas que hacen hincapié en crear el máximo de oportunidades para todos, y los sistemas que hacen más hincapié en proteger los derechos de las personas. El primero podríamos calificarlo de sistema de economía libre de mercado dentro del capitalismo liberal. El segundo podríamos llamarlo sistema de economía social de mercado.

El primero se basa en respetar al máximo la libertad del individuo, en tolerar la intervención mínima del Estado y en la convicción de que la suma de bienes individuales proporciona el bienestar general. El segundo sostiene que la libertad de acción individual está condicionada y a menudo supeditada a las necesarias regulaciones del Estado, que se arroga el derecho y el deber de cuidar de manera directa y preferente del bienestar general (el llamado «Estado del bienestar»).

El primer enfoque es básicamente el que tiene EE.UU.,y en menor medida Inglaterra. El segundo es básicamente el de Alemania, y los demás países de la UE, excepto Inglaterra. Hay un tercer enfoque muy peculiar, el de Japón, difícil de entender sin conocer a fondo la cultura y la historia de ese país.

Siguiendo el modelo ofrecido por Freeman en su ponencia presentada en la Conferencia Internacional sobre creación de empleo, celebrado en el IESE, se pueden señalar las principales diferencias entre los dos modelos.

1. Por lo que se refiere al empleo, EE.UU. llevala delantera en la creación de nuevos puestos de trabajo. Ente 1975 y 1985 en EE.UU. se crearon más de 20 millones de empleos, mientras que éstos cayeron ligeramente en el Mercado Común Europeo durante el mismo periodo. El resultado es que en la economía americana actualmente está trabajando el 70% de la población activa en edad de trabajar (entre 15 y 64 años), frente al 60% en Europa. Y además, los que trabajan, trabajan más horas. En 1992 el obrero americano medio trabajó el equivalente a un mes más por año que su colega europeo. Esto significa que el sistema americano facilita sacar mayor rendimiento del mejor recurso de cualquier país, que son sus personas.

Pero si además consideramos el desempleo, las tasas siguen siendo favorables a Estados Unidos. En 1993 la tasa de paro en EE.UU. era del 6%, mientras que en Europa alcanzaba el 12%.

Las cifras sobre Estados Unidos parecen brillantes, pero en realidad no siempre se considera calidad de vida el trabajar más horas a partir de un determinado límite, dado que impide realizar actividades relacionadas con el desarrollo personal y la atención familiar. Además, la mayor parte de los empleos creados en EE.UU. eran del sector servicios y del grupo de salarios más bajos, lo que se explica sabiendo que se dieron muchos empleos a mujeres que buscaban completar los bajos ingresos de sus maridos.

Pros y contras de la flexibilidad

2. Comparemos ahora los dos sistemas en cuando a flexibilidad laboral y movilidad geográfica.

La mayor parte de los economistas atribuyen la más alta capacidad de creación de empleo en EE.UU. a su mayor movilidad geográfica y a la mayor flexibilidad de su mercado laboral. Y, realmente, las cifras así lo indican. También lo confirman las estadísticas de permanencia en el paro. En EE.UU., el 46% de los desempleados en un determinado mes no lo son al mes siguiente, contra el 18% en el Japón y el 5% en Europa. Por término medio, un parado en EE.UU tarda 10 semanas en encontrar un nuevo empleo; en Europa, casi un año. Los empresarios europeos explican que estas diferencias están ligadas al coste más elevado del despido en Europa, y a los mayores costes laborales indirectos que gravan sobre la empresa europea.

Pero, a pesar de sus virtudes, la flexibilidad y la movilidad no significan necesariamente mejor situación laboral. En épocas de crecimiento, se contratará con mayor rapidez, pero en épocas de recesión también se perderán trabajos más rápidamente, y esto también tiene un coste. Las empresas generalmente tienen una rotación de empleo baja porque saben lo que cuesta un buen proceso de selección de trabajadores y un buen plan de entrenamiento y formación. La rotación elevada dificulta la formación adecuada y necesaria. La alta movilidad de EE.UU. hace que los trabajadores reciban, en general, menos formación que los trabajadores europeos, y esto puede tener consecuencias importantes en momentos de rápido cambio tecnológico, en los que cada vez cuesta más disponer de personal cualificado.

3. Si nos fijamos ahora en la productividad, Freeman nos hace ver que la productividad por empleado en EE.UU. es la más alta del mundo. Sobre un índice de cien para EE.UU., Alemania estaría en 90, España en 82 y Japón en 78. Pero, si atendemos a la productividad por horas trabajadas, entonces Alemania y Francia estarían en 102 y Japón en 69, debido a que en EE.UU. trabajan más horas que en Alemania y Francia, pero menos que en Japón. Estos datos reflejan la idea antes mencionada sobre la mayor formación que recibe un trabajador con un empleo más estable, como es el caso de Francia y Alemania, que al final redunda en una mayor productividad.

4. Cuando hablamos del mundo del trabajo, no podemos ignorar la retribución y las compensaciones que reciben los trabajadores. Y en este modelo de Freeman encontramos también algunas cifras ilustrativas.

Si nos basamos en datos de 1992 encontramos que el obrero americano ganaba menos que en otros países avanzados. El salario medio del obrero era un 60% superior en Alemania, 50% en Suecia y 36% en Bélgica. Si se comparan las cifras en función del poder adquisitivo del salario en cada país, las diferencias no son tan grandes: sólo el obrero alemán, belga y holandés están por encima del americano con porcentajes del 19%, 13% y 3% respectivamente. El obrero americano queda en buen lugar, sobre todo con respecto al japonés, que sólo puede comprar en Japón con su salario el 66% de lo que compra su colega americano.

Pero el problema de las retribuciones del sistema americano no está en los promedios salariales, sino en el segmento de menor salario. Aquí las diferencias con otros países son abismales. En el 10% más bajo de la escala de salarios masculinos, el obrero americano gana menos de la mitad del alemán, y más o menos la mitad que el italiano, y es uno de los peor pagados del mundo desarrollado.

El peso de la opción europea

De las comparaciones en el mundo del trabajo de las dos grandes opciones económicas se puede deducir, aún a riesgo de simplificar, que EE.UU. ha optado por la creación de empleo, a costa de reducción de salarios, mientras Europa ha optado por el aumento de salarios, a costa del incremento del paro.

De todas formas, esta comparación -aunque breve y esquemática-, quedaría incompleta sin hacer una referencia a los derechos legales de los trabajadores y a sus beneficios no salariales que los gobiernos exigen a las empresas (contratación, despido, protección social, seguridad en el trabajo, jubilación, pensiones, etc.).

Como todo el mundo sabe, el sistema de la UE es mucho más completo y generoso que el de EE.UU. Pero también cuesta a los contribuyentes mucho más dinero y lleva consigo muchas ineficiencias en su compleja administración, lo que equivale a derroche o mal uso de recursos.

El sistema europeo ha producido una compleja maquinaria que grava enormemente el mundo del trabajo. Es una carga muy fuerte para las empresas, que no estimula la búsqueda de empleo por parte de los parados mientras les dura el subsidio, ni la creación de puestos de trabajo por parte de las empresas privadas. ¿Cómo puede reaccionar una empresa en Suecia, con su magnífico sistema social, cuando los lunes por la mañana tiene como promedio un 25% de absentismo laboral?

Sólo el sector público, que obtiene sus ingresos vía impuestos de empresas del sector privado y del contribuyente, parece no tener demasiados frenos en la creación de estructuras cada vez más complejas. Así, en los países de la UE el sector público representa más del 50% del P.I.B., mientras que en EE.UU. no llega al 33%. Ese es el gran problema de la opción económica europea.

Ha llegado un momento en el que los gobiernos no pueden hacer frente a sus compromisos, e incurren en fuertes déficits que cubren después con deuda pública, muy costosa de financiar. Como ocurre en cualquier familia en la que cada vez son menos los que trabajan y se endeuda para cubrir su presupuesto basado en época mejores, llega un momento en que entra en quiebra. Y a quien más va a afectar esta situación es a aquellos cuyo futuro depende de que puedan tener un puesto de trabajo estable, gratificante y bien remunerado.

_________________________(1) El problema del empleo a nivel internacional. Conferencia inaugural de la fase local del Congreso UNIV 95 sobre «Trabajo: inventar el futuro».

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