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Europa: el carbón, tan negro, pero aún tan importante

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Aunque el uso del carbón había sido desacreditado por sus efectos contaminantes, lo cierto es que los países europeos siguen dependiendo todavía en gran medida de esta fuente de energía. En el Reino Unido y en Alemania las centrales de carbón produjeron la mitad de la energía generada este último invierno. En Italia se están reconvirtiendo algunas centrales de gasóleo en carboníferas. En el Reino Unido, donde la industria del carbón llevaba años sin mucho rendimiento, se han reabierto algunas minas y Alemania va a reemplazar viejas centrales térmicas por otras ocho nuevas antes de 2011. Las necesidades energéticas impiden olvidarse del carbón, si bien se intenta utilizarlo con tecnologías más limpias (International Herald Tribune, 20-06-2006).

El recurso al carbón se ha revalorizado por el encarecimiento del petróleo y por la incertidumbre respecto al suministro de gas, cuyo principal proveedor es Rusia. El problema es que emplear carbón puede poner en apuros el cumplimiento del Protocolo de Kioto sobre limitación de emisiones de CO2 por parte de los países europeos. Este combustible fósil emite dos veces más CO2 que el gas natural. Aunque hasta ahora las exigencias de Kioto -reducir en una quinta parte las emisiones de CO2 para 2007- se han cumplido sin muchos esfuerzos en países europeos como Reino Unido y Alemania, lo cierto es que será más difícil hacerlo en el futuro si la energía depende mucho del carbón.

Para evitar la emisión de gases con efecto invernadero, Alemania ha puesto en marcha una planta carbonífera experimental, que cuenta con un sistema para atrapar el CO2 y almacenarlo bajo tierra. Existen al menos dos inconvenientes para emplear esta tecnología. En primer lugar, el almacenamiento del CO2 es caro y las empresas europeas son reacias a invertir en este tipo de tecnologías; además, no es fácil encontrar zonas cuyos habitantes acepten que se deposite el carbono en el subsuelo.

La UE decidió impulsar el uso de energías renovables para reducir la contaminación sin provocar escasez energética. Aunque se ha incrementado su utilización, los objetivos propuestos no se han cumplido y resulta insuficiente la energía obtenida por estos medios (ver Aceprensa 84/04).

Tampoco el hidrógeno, en el que se estaban poniendo muchas esperanzas, va a ser una fuente sustitutiva de energía en un futuro próximo. El problema es que no constituye una fuente primaria de energía, por lo que primero hay que producirlo con otra fuente, ya sea fósil, renovable o nuclear. Según el informe que la Agencia Internacional de Energía va a presentar al G8, el hidrógeno podría «tener un papel crucial» para «permitir una reducción progresiva de las emisiones de efecto invernadero» a partir de 2050 (Le Monde, 20-06-2006).

Ante las necesidades de aprovisionamiento energético y de reducción de las emisiones de CO2, también vuelve el interés por construir nuevas centrales nucleares (ver Aceprensa 53/06). Aunque se discute sobre su seguridad, pesan más los argumentos medioambientales: es una fuente limpia. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía se propone recomendarla como energía alternativa.

Por el momento, China y EE.UU. han sorteado los problemas de la contaminación al no suscribir el Protocolo de Kioto. Gracias al carbón, el país asiático atiende el 80% de la demanda eléctrica, lo que explica que sea uno de los países más contaminantes del planeta, según el Banco Mundial.

En EE.UU. comienza a preocupar el calentamiento global y la emisión de gases invernadero. A principios de junio se presentó un plan, denominado «25×25», en el que instituciones, empresas y expertos en medio ambiente se comprometen a impulsar las fuentes renovables de energía. Pretenden que en 2025 éstas representen el 25% de la energía consumida. Este proyecto se ha presentado en ambas cámaras del Congreso como una propuesta alternativa a lo que el Congreso y la Casa Blanca han aprobado hasta ahora.

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