“Esta película no es sexista”

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En Suecia prospera una peculiar clasificación de películas que valora si superan un criterio de sexismo. El método está inspirado en un test inventado en 1985 por la dibujante de cómic estadounidense Alison Bechdel. En una de las viñetas de la tira “The Rule”, publicada en los tebeos Dykes to Watch Out For (Unos bollos de cuidado, en su edición española), uno de los personajes asegura que solo ve películas que reúnan estos requisitos: que aparezcan al menos dos mujeres en pantalla cuyos personajes tengan nombre, que esas mujeres hablen entre ellas, y que su tema de conversación no sea un hombre. Este ha sido el triple criterio empleado, lo cual no deja de ser bastante sexista.

Ya hay varias salas de cine que lucen este sello al anunciar las películas, como si de una garantía de calidad se tratara. Sus promotores dicen que no pretenden impedir el visionado de aquellas que no superen el examen sino llamar la atención sobre la desigualdad hombre-mujer en el cine. También aseguran que docenas de salas y festivales de Europa y EE.UU. estudian adoptar este modelo.

En primera instancia, todos estamos de acuerdo en que la desigualdad debe ser combatida. Todo ser humano, independientemente de su raza, sexo y religión es igual en dignidad. Ahora bien, ¿es el cine el lugar idóneo para medirla?

La iniciativa remite a un debate antiguo e interesante, el de la naturaleza del cine y su finalidad. ¿El cine es arte, industria, entretenimiento?, ¿espejo de lo que hay en la sociedad u orientador de tendencias y forjador de conductas? Podríamos concluir que el cine es poliédrico y precisamente por ello ha sido utilizado en demasiadas ocasiones por el poder como medio de adoctrinamiento masivo.

Muchos creadores han puesto el grito en el cielo al conocer la medida. Temen que se resienta la calidad y la libertad creativa. El cine, como todo tipo de arte, se resiste a etiquetas y casillas. Y esta de “no sexista” es estigmatizante, por contraste, para las que no cumplen los criterios, como lo sería “no racista” o “no antisemitista”.

Obviamente no todo vale en el arte. Existe el límite de la ley, y también el sistema de clasificación y recomendación por edades en función de parámetros como el sexo, la violencia o el uso del lenguaje. Pero parece razonable no multiplicar las categorías. ¿La pauta sexista no cabría dentro de las genéricas, como un tipo de violencia? Porque algo similar se podría reivindicar con respecto a la raza, o el maltrato de animales, multiplicando así la catalogación hasta el hartazgo.

Por otra parte, ¿qué pasa cuando usamos este criterio para el cine clásico, nacido en épocas donde la desigualdad tenía carta de naturaleza?, ¿o el cine histórico, incluso el realista, de denuncia? Podríamos aplicar la reducción al absurdo y quedarnos prácticamente a cero.

El sistema aplicado en Suecia resulta, cuanto menos, superficial, por no decir grotesco. No importa cómo sean presentadas esas mujeres, ni de qué hablen, no se valora cuál es la relación que mantienen con ellas los personajes masculinos, ni siquiera si el equipo artístico y técnico cuenta con mujeres detrás de las cámaras. Así pues, En tierra hostil, dirigida por Kathryn Bigelow, no pasaría el test, y tampoco Gravity, aunque la mayor cuota de pantalla la tenga Sandra Bullock.

Si la pasaría, por ejemplo, La vida de Adèle. Y es que la autora del cómic es lesbiana militante, al igual que su obra. Más que el sexismo, el test parece orientado a medir la presencia de temática lésbica en el cine, aunque sea por defecto. No serán todas las que estén pero, indudablemente, estarán todas las que son.

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