Esplendor en la era de la resignación

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Alejandro Llano, catedrático de Filosofía y rector de la Universidad de Navarra, comenta en ABC (Madrid, 9-X-93), la encíclica Veritatis splendor.

(…) No por prevista es menos dolorosa la acusación de oscurantismo que se lanza contra una propuesta penetrada de luminosidad. El reproche se vuelve, bien mirado, contra los que lo formulan, ya que manifiesta el perfil de su propio escepticismo, es decir, la extensión de todos aquellos valores en los que realmente «no» creen. Es un vasto territorio de la condición humana el que no se ve cuando el esplendor de las convicciones ciega ojos tan acostumbrados a la penumbra de las convenciones. Lo cual, en definitiva, habla en favor de la lucidez del diagnóstico y de la energía de la terapia que Juan Pablo II nos ofrece.

(…) Ciertamente resulta hoy arriesgado apelar a una fundamentación ontológica y a una tradición religiosa para salir al paso de un relativismo moral que se está cobrando tantas víctimas. (…) Lo que la Veritatis Splendor nos viene ahora a decir es que tal coraje moral sólo puede mantenerse desde una renovada comprensión de la verdad del hombre. Sin el campo de juego que abre la búsqueda de la verdad, la libertad humana se ve ahogada por el sofocante encapsulamiento afectivo del subjetivismo o por la violencia que se desprende de todo pragmatismo totalizante. (…)

Quizá, después de todo, no sea extemporáneo hablar estos días de algo tan intelectualmente sospechoso como la «ley natural» con el tufo de escolasticismo que parece arrastrar. Porque, al fin y al cabo, no es otro el origen doctrinal del concepto moderno de derechos humanos (…). Más difícil, sin duda, es el intento de conciliar -como hace la Veritatis Splendor- esta afirmación de una fundamentación racional de la ética con la apelación a la verdad revelada como última instancia. (…)

Las reiteradas afirmaciones de Juan Pablo II acerca de Cristo en la Cruz como clave de la historia humana no manifiestan desprecio por otras tradiciones seculares o religiosas. Todo lo contrario. La fe cristiana no es excluyente, sino inclusiva. Desde la Cruz, Jesucristo abraza a todos los hombres y mujeres: valora sus esfuerzos para lograr más luz y recapitula dinámicamente sus hallazgos y creaciones. Ayuda decisivamente a que la persona humana entienda y acepte el misterio de su propio ser, en el que (…) conviven una vocación sublime y una profunda miseria.

¿Es esto pesimismo? Por supuesto, no es el leve y superficial optimismo de ese subproducto, tan al uso, que Spaemann llama «nihilismo banal». El «nihilismo heroico» de Nietzsche denunció trágicamente que el inmoralismo era la consecuencia inevitable de la «anarquía de los átomos», de una concepción del mundo en el que la verdad era ya moneda gastada por el uso, inservible como valor de cambio. ¿Cabe todavía desandar el camino de la desmoralización y esperar que asome por el horizonte el esplendor de la verdad? Juan Pablo II tiene, nos guste o no, una respuesta para tal interrogante.

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