¿Es «Pierolapithecus catalaunicus» el «eslabón perdido»?

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En diciembre de 2002, durante unas obras en el vertedero de Hostalets de Pierola (Barcelona), se descubría gran parte del rostro de un hominoideo de casi 13 millones de años (m.a.) de antigüedad. Las excavaciones que se llevaron a cabo en los meses siguientes proporcionaron más de 80 fragmentos del mismo espécimen, popularmente conocido como «Pau» (que en catalán puede significar Pablo o paz). El 18 de noviembre el equipo que lleva las investigaciones (dirigido por Salvador Moyà-Solà y Meike Köhler, del Institut Paleontològic Miquel Crusafont de Sabadell, Barcelona) presentaba en sociedad a este ejemplar, cuyo nombre técnico es «Pierolapithecus catalaunicus» («simio catalán de Pierola»).

Los medios de comunicación han informado ampliamente de este fósil, y los especialistas podrán conocer todos los detalles leyendo el artículo que el equipo de Moyà y Köhler han publicado en «Science». Por ello aquí sólo nos vamos a centrar en el aspecto más importante y polémico del descubrimiento: su posición filogenética y su relación con el género humano.

Los hominoideos son una superfamilia de primates en la que se halla incluido, desde el punto de vista de la taxonomía, el género humano. El origen de esta superfamilia está en África hace unos 26 m.a. Hace menos de 16 m.a. pasaron a Eurasia. Desconocemos que géneros dieron ese salto. Tampoco sabemos cuáles fueron las primeras especies de hominoideos europeos; pero precisamente por esto «Pau» es sumamente importante, pues resulta ser el hominoideo europeo más completo de esa antigüedad. Los fragmentos del esqueleto postcraneal tienen un valor científico muy significativo, ya que apuntan hacia unas características que luego serían importantísimas para el surgimiento de los homínidos y de la humanidad. Por esto se ha dicho que podría tratarse del tatarabuelo de los humanos o que podría ser el tan ansiado «eslabón perdido»: el último antepasado común a gorilas, chimpancés y homínidos. Sin embargo, hay que ser prudentes.

El gran valor científico de «Pau» es incuestionable, pero no debemos olvidar las palabras de Robert Boyd y Joan B. Silk cuando nos recuerdan: «No podemos establecer vínculos claros entre gorilas o chimpancés y ningún simio del Mioceno. Y si bien podemos estar casi seguros de que los primeros homínidos evolucionaron de algún tipo de simio miocénico, no tenemos ni idea de cuál era». David Begun afirma al respecto: «Todavía nos queda mucho por conocer. Numerosos primates fósiles sólo están representados por mandíbulas y dientes; tenemos poca o ninguna información sobre su postura habitual y forma de locomoción, su tamaño cerebral y corporal. No se han encontrado todavía restos fósiles de los antepasados de los antropomorfos africanos. Y existe un gran vacío geográfico y cronológico en el registro fósil entre los representantes de los primeros miembros del linaje homínido africano en Europa («Dryopithecus» y «Ouranopithecus») y los primeros homínidos fósiles africanos». Ayala y Cela insisten: «Al hablar de la evolución de los hominoideos durante el Mioceno (…) no es fácil establecer conexiones evolutivas que se remonten a esa época. Hay que reconocer que no tenemos evidencia cierta alguna acerca de las relaciones filogenéticas existentes entre los hominoideos del Mioceno y tanto los grandes simios como los homínidos actuales».

Aunque el registro fósil es cada vez más rico, sigue en el aire cuál fue el hominoideo miocénico que dio lugar a la familia homínida, máxime cuando los biólogos moleculares calculan que la separación entre gorilas, chimpancés y homínidos debió de suceder hace unos 8 m.a. y los paleontólogos opinan que pudo remontarse a unos 13 m.a.

Carlos A. Marmelada___________________(1) S. Moyà, M. Köheler et al. «Pierolapithecus catalaunicus, a new Middle Miocene great ape from Spain». Science 306, pp. 1339-1344, 19-11-2004.(2) Robert Boyd & Joan B. Silk. Cómo evolucionaron los humanos. Ariel. Barcelona (2001) p. 286.(3) David R. Begun. «Primates del Mioceno». Investigación y Ciencia 325, octubre 2003, p. 72.(4) F. Ayala y C.J. de Cela Conde. Senderos de la evolución humana. Alianza, Madrid (2001) pp. 169-170.

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