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Ensañamiento procreativo

publicado
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Contrapunto

El ginecólogo italiano Severino Antinori se ha hecho célebre al lograr que mujeres sexagenarias puedan tener hijos, tras ser inseminadas artificialmente. Ante las críticas que suscitan estos casos de «madres-abuelas», Antinori se declara un «perseguido»: «Me persiguen porque me bato por la vida y contra el aborto». Y, declarándose católico practicante, pide incluso la ayuda del Papa.

Pero Antinori se está vistiendo aquí con ropajes ajenos. Ciertamente, contribuir a hacer posible el deseo de maternidad es una acción positiva que contrasta con la del que pone su técnica al servicio de un gesto de muerte. Pero entre el aborto y el «ensañamiento procreativo» de Antinori hay más de un punto de contacto. De una parte, coinciden en la primacía que se da al deseo de la mujer sobre los intereses del hijo: tanto el hijo no deseado como este otro deseadísimo no son valorados en sí mismos sino por lo que significan para la madre.

Por otra parte, ni en uno ni en otro caso se puede prescindir del modo de alcanzar ese deseo. El aborto es el último recurso para escindir el sexo y la procreación, segando una vida. Y en la fecundación artificial, las técnicas de laboratorio son el instrumento para lograr la procreación sin sexo. En cualquier caso, la defensa de la vida de Juan Pablo II no justifica ni los motivos ni los métodos de Antinori. Precisamente, el día antes de que diera a luz la última paciente de Antinori, Juan Pablo II había dicho en una audiencia que la Iglesia no sostiene una «ideología de la fecundidad a toda costa». Cuando hay serios motivos para no procrear, esta opción es lícita. Pero, subrayó, «permanece el deber de realizar esta opción con criterios y métodos que respeten la verdad total del encuentro conyugal en su dimensión unitiva y procreativa, como es sabiamente regulada por la naturaleza misma en sus ritmos biológicos». Un criterio que se aplica tanto al que desea como al que no desea tener más descendencia. Y no parece que la fecundación en probeta al servicio de mujeres menopáusicas se corresponda con la verdadera unión conyugal ni con los ritmos biológicos.

Ignacio Aréchaga

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