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El victimismo, un medio de conseguir poder

Fuente: Spiked Review
publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

La ética de las emociones, tan ligada a la cultura terapéutica dominante en la actualidad, “termina socavando la razón y la habilidad para participar en el discurso civil con base en la razón”. Así lo cree James Nolan, profesor de sociología en el Williams College, de Massachusetts, y autor de The Therapeutic State: Justifying Government at Century’s End (1998).

La periodista Ella Whelan le ha entrevistado para Spiked Review casi veinte años después de publicada su obra, para la que previamente había estado tomando nota del cambio de perspectiva del gobierno estadounidense –de lo punitivo a lo curativo– en su respuesta a fenómenos como la criminalidad asociada a las drogas.

Para Nolan, es falsa la dicotomía entre lo terapéutico y lo punitivo. El investigador lo ilustra con un ejemplo citado en dos obras posteriores, Reinventing Justice (2001) y Legal Accents, Legal Borrowing (2009), acerca de la difusión en EE.UU. de los tribunales que atienden casos por delitos no graves, como los relacionados con prostitución, drogas y robos de menor cuantía. “El tribunal de drogas adoptaba frecuentemente una perspectiva terapéutica, encaminada a ayudar al drogadicto. En la superficie, el programa parece tener (…) una orientación de ayuda ligera, aunque probablemente puede ser más punitivo e intervencionista que un proceso de sentencia judicial”.

Respecto a cuán abrumadora podía ser la intervención del gobierno en la vida de la gente en el momento en que escribió El Estado terapéutico, Nolan la califica de “muy abrumadora”, y refiere haber constatado su influencia en varias esferas: la escuela pública, el derecho civil y el penal, las políticas de bienestar y la retórica política.

“Es importante notar, sin embargo, que no es solo el Estado el que emplea un lenguaje terapéutico para justificar su implicación en distintas áreas de la vida social. Es también algo que la propia sociedad le reclama al Estado. Este es un tema que el sociólogo italiano Gianfranco Poggi argumenta en su trabajo sobre el Estado moderno: no es solo que el Estado crece y avanza (…); el caso es que también la sociedad le hace demandas al Estado”.

En este punto, Nolan recuerda que, tras la victoria del republicano Donald Trump en los comicios de 2016, muchos estudiantes que protestaban en una universidad portaban pancartas en las que reclamaban a la administración del centro que les ofreciera terapia a los estudiantes, “como si esa fuera la respuesta al resultado de las elecciones: ‘¡Necesitamos más terapia!’. Es un ejemplo del modo en que la sociedad invita a la intervención terapéutica, y no solo que el Estado adopte una perspectiva terapéutica para expandir su autoridad”.

Whelan se interesa además por si hay relación entre el Estado terapéutico y lo que algunos han denominado “cultura del victimismo”. Para el investigador, la mentalidad de víctima es una de las características más notables de la cultura terapéutica. “Es la narrativa central en el lenguaje terapéutico: que uno se perciba a sí mismo como víctima de su enfermedad, de su patología, adicción o desorden”.

Según Nolan, este discurso se puede encontrar en la narrativa de las políticas identitarias, en las que la gente se percibe como víctima de opresión por un grupo dominante, aunque también se da en grupos que nunca han sido oprimidos. La que Trump ha denominado la “desamparada clase trabajadora blanca de EE.UU.” serviría como muestra. “Se perciben –dice– como víctimas de discriminación por parte de los medios y de otras élites culturales”.

“De modo rimbombante, quizás contraintuitivamente, la mentalidad de víctima se utiliza como un medio para afirmar el poder. Si uno puede reivindicar su credencial como víctima, ello le da cierto tipo de autoridad. Es interesante que al reclamar ser víctima, uno reciba poder. Este parece ser el modo en el que la invocación del victimismo se ha puesto en práctica”.

Por otra parte, Nolan señala, en el contexto de la cultura terapéutica, el crecimiento de la demanda de antidepresivos y otros psicofármacos, entre estos el que se emplea para paliar el denominado Trastorno de Hiperactividad y Déficit de Atención (THDA). El número de estadounidenses con dicho diagnóstico ha pasado de 3 millones a finales de los 90 a 16,3 millones, y el medicamente que se emplea para atenuarlo, el Adderall, más que prescrito por los médicos es directamente reclamado por los interesados. “En algunos campus universitarios, más del 50% de los estudiantes utilizan uno de esos medicamentos”.

Según Nolan, antes las personas solían tener otras explicaciones para las dificultades de la vida y el sufrimiento. “El instinto no era culpar a otro por las dificultades de uno y buscar un remedio terapéutico. Primaba el supuesto de que el sufrimiento era parte de la vida, no una experiencia inusual o inesperada (…). Creo que el cambio en la comprensión cultural de la persona y del sufrimiento explican en parte” el fenómeno del victimismo.

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