El Vaticano intenta sostener la presencia cristiana en Oriente Próximo

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Desde hace varios años la Santa Sede está tratando de evitar el desarraigo de los católicos de Oriente Próximo, pues la incertidumbre ante el avance del islam está facilitando su éxodo a Occidente. Este es uno de los objetivos que se ha fijado el Sínodo sobre el Líbano, cuya preparación, iniciada en 1991, debería culminar a finales de este año en Roma.

El Vaticano está dando cada vez más margen de maniobra a las jerarquías de la región, de manera que los cristianos se consideren más asentados en sus tierras. Desde hace tres años, los patriarcas católicos orientales se dirigen habitualmente a sus fieles a través de cartas pastorales. En esas cartas, los patriarcas les invitan a reencontrar sus valores tradicionales, a replantear el sentido de su presencia en Oriente Próximo, de manera que se sientan plenamente integrados en las sociedades árabes a las que pertenecen.

De paso, las cartas también interpelan a judíos y musulmanes sobre sus concepciones de la vida pública y la vida privada, y su responsabilidad en el trato que dan a los cristianos. Los obispos subrayan a menudo que no basta dar libertad para practicar el culto privada o públicamente, sino que es necesario que los cristianos puedan intervenir en la vida civil sin ninguna discriminación.

El deseo de la Santa Sede de que los católicos no se sientan marginados y participen en el desarrollo de la sociedad se manifestó explícitamente con el nombramiento de Michel Sabbah como patriarca latino de Jerusalén. Desde la restauración del patriarcado, en 1847, es el primer árabe que accede a esta sede. Además, Mons. Sabbah nació en Nazareth, lo que supone una manifestación de especial atención hacia los palestinos católicos.

No obstante, los esfuerzos de la Curia vaticana para dialogar con los gobiernos árabes no han sido muy fructuosos. Según señala la revista Le Temps de l’Église (junio 1995), en los últimos años la situación pública de los cristianos no ha mejorado significativamente en ningún Estado musulmán. Respecto al Líbano, la Santa Sede ha preconizado el diálogo con el islam para salir de la crisis, y siempre ha condenado el recurso a la resistencia armada por parte de los cristianos o la idea de formar confederaciones que dividan a la población en función de la religión.

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