El retorno del muro Norte-Sur

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Tras las crisis asiática y rusa, la huida de capitales hacia lugares más seguros puede hacer más difícil el despegue de los países en desarrollo, reforzando así la división Norte-Sur. Este es el diagnóstico que hace Erik Izraelewicz en Le Monde (2-IX-98).

Las crisis de pagos sucesivas de algunos tigres asiáticos, hace poco más de un año, y del oso ruso ahora son acontecimientos que ponen en cuestión todo el dinamismo del crecimiento mundial de los últimos quince años. Este crecimiento había sido favorecido, especialmente, por la constitución de un mercado mundial del ahorro: la globalización financiera. Este sistema financiero global había contribuido al nacimiento de lo que los economistas llamaban «los mercados emergentes», para designar a los nuevos países en despegue.

Salidos del «Sur», estos países, comprometidos en un proceso de liberalización económica, habían experimentado un crecimiento a veces espectacular. (…) Los países del Sur se han beneficiado de importantes flujos de capitales provenientes de países del Norte (créditos bancarios, inversiones en acciones, inversiones directas y, naturalmente, inversiones más especulativas). Durante todo un período, el mercado financiero mundial ha desempeñado así, con verdadera eficacia, su papel de asignación de recursos: a grandes rasgos, el ahorro de los países ricos y viejos (Japón y Europa, sobre todo) ha servido para financiar el desarrollo de los países pobres y jóvenes (esos «mercados emergentes»).

Con las crisis asiática y rusa, la máquina de reciclar el ahorro se ha estropeado. (…) Desde hace un año, los capitales se refugian en los lugares seguros, en los países desarrollados, con preferencia en bonos del Estado. Al comienzo de 1997, el Sudeste asiático tenía entradas netas de capitales al ritmo anual de 100.000 millones de dólares. Al comienzo de 1998, ¡sufría salidas netas de capitales a ese mismo ritmo! La miopía y el carácter borreguil de los mercados hacen el resto. Asustados, los operadores tienden a proceder por asimilación y a medir a todos los países con el mismo rasero, como si Polonia fuera una próxima Corea, Brasil una próxima Rusia…, por más que estos países proclamen que sus economías son mucho más sanas.

(…) Otra vez el dinero será de difícil acceso para los países pobres, que deberán pagar una «prima de riesgo» cada vez más elevada para atraer los medios de financiación. El muro del dinero se vuelve a levantar, y con él la oposición Norte-Sur.

(…) Aunque en gran parte sean responsables de sus dificultades -tanto Corea del Sur como Rusia-, los países que sufren la tempestad tienen a menudo el sentimiento de ser las víctimas de un complot de inspiración norteamericana. Esta impresión está muy extendida, sobre todo en el Sudeste asiático. (…) La crisis social que sigue en los países afectados por la quiebra económica y financiera, conduce, tanto a la población como a las elites, a un rechazo creciente de la economía de mercado y del mercado mundial. (…)

¿Cómo evitar la reconstitución de un mundo dividido por dos muros, financiero e ideológico, que agravarían las desigualdades entre los pueblos y las tensiones entre las naciones? Ciertamente, los capitales privados de los países desarrollados se mueven por lógicas distintas de las exigencias geopolíticas de la estabilidad mundial; no volverán a financiar a los países pobres hasta que se recupere la confianza. Así, los grandes países occidentales no deben contar con la sola fuerza del mercado ni tampoco con la amnesia de los operadores. Es hora de que imaginen, como en julio de 1944 en Breton Woods, mecanismos de regulación públicos que favorezcan, en una situación en que la inestabilidad es a partir de ahora la norma, una reorientación de los flujos de ahorro hacia los países pobres.

Las turbulencias financieras están llevando a que incluso órganos de prensa conocidos por su liberalismo se planteen la necesidad de establecer ciertas formas de control de los movimientos de capitales.

El británico Financial Times (1-IX-98) estima en un editorial que es necesario «plantearse la hipótesis, aunque nos parezca muy incómoda, de que una de las soluciones menos malas sería establecer controles sobre los movimientos de capitales, en ciertos casos y bajo ciertas condiciones».

Bajo el título «Replantearse el capitalismo», The Washington Post (8-IX-98) escribe que «lo preocupante de los problemas económicos mundiales es que las reglas que pensábamos que funcionaban no parecen aplicables ahora. Hasta hace pocos meses creíamos saber lo que tenía que hacer un país en desarrollo para unirse a los ricos». Ahora, «las certezas de hace un año parecen poco acertadas». (…) «Es un tiempo para la humildad. La doctrinaria oposición del Fondo Monetario Internacional a cualquier control de capital, incluso en los movimientos a corto plazo, puede haber sido errónea».

Sin embargo, el Post recalca que «mucho de lo que Asia ha hecho en los últimos 30 años -invertir en sanidad y en educación básica, permitir la entrada de capital extranjero, erradicar la pobreza- era correcto y, probablemente, será duradero. Mucho de lo que han hecho los países de Europa Central y Oriental en pocos años ha sido no sólo heroico sino absolutamente adecuado. Si los errores cometidos tuvieron algo en común fue el énfasis en las soluciones económicas por encima de las políticas». Su conclusión es que «es preciso un profundo replanteamiento. Pero muchas de las metas y principios eran los correctos, y no deberían tirarse por la borda en medio del pánico».

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