El poder de cambiar

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Jesse Jackson, que fue aspirante demócrata a la presidencia norteamericana, dirigió un discurso a los encarcelados en la prisión de Cook County (Chicago) con motivo de la Navidad. William Raspberry da cuenta de ello en el International Herald Tribune (3-I-95).

(…) «Vuestro comportamiento, o un cambio fundamental de vuestro comportamiento, determinará gran parte del futuro de América. Vosotros tenéis ese poder».

Por supuesto, no era lo que los presidiarios estaban acostumbrados a oír. Generalmente se les desprecia como parásitos de la sociedad, aptos sólo para encerrarlos o exterminarlos; o bien se les compadece por ser víctimas de fuerzas sociales que apenas pueden controlar. (…)

«¿Cuántos de vosotros tenéis esposas e hijos en casa que viven de los subsidios estatales? Tu hijo no necesita asistencia pública ni un orfanato; tu hijo necesita tener un padre y una madre en casa».

«Podéis acabar con la violencia y el crimen con sólo cambiar vuestro modo de pensar y actuar. Podéis cambiar el mercado de armas, el tráfico de drogas, la estructura familiar americana. Podéis salvar a vuestros hijos».

(…) «La llave del cambio está en vuestra mente, en vuestro corazón. Malcolm convirtió su celda en una clase. No esperó a que cambiara el racismo, ni la situación laboral, ni la policía. Cambió él».

Este mensaje es importante: no porque un discurso en el día de Navidad vaya a cambiar muchas vidas, sino porque los jóvenes necesitan que se les enseñe y se les recuerde el poder que tienen sobre sus propias vidas.

Y eso hacen los que tienen autoridad. Uno de los fenómenos destacables de nuestro tiempo es que las autoridades continúan creyendo que pueden forzar a la gente a comportarse honradamente a base de amenazar con penas suficientemente duras. El resultado más visible de esta política no es una sociedad más segura, sino la dedicación de más y más dinero público a construir prisiones.

Seguimos creyendo que el problema es que la juventud no está suficientemente intimidada. Y así, endurecemos las penas hasta el punto de ser el país con el porcentaje de población reclusa más alto del mundo occidental. El verdadero problema es, como recordó Jackson en su visita a la prisión de Cook County, que a los jóvenes les falta esperanza.

No se dan cuenta de que la discriminación y las dificultades económicas no condicionan sus vidas más que las de los héroes de los años sesenta. No comprenden que pueden, incluso después de un comienzo desastroso, hacer algo por ellos mismos. No alcanzan a darse cuenta de que poseen los medios para transformar no sólo su vida, sino la sociedad. Pero pueden: esa es la verdad.

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