El Papa sale en defensa de los obispos austriacos

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Juan Pablo II manifestó públicamente su cercanía y solidaridad con el episcopado austriaco ante las acusaciones infamantes de que está siendo objeto en los últimos meses. El Papa se refirió a esa y a otras «duras pruebas» en una carta personal dirigida a los 16 obispos del país. En ese mensaje, fechado el 8 de septiembre y divulgado el 14, el Papa expresa su convicción de que esos ataques contra la Iglesia responden a la misma estrategia de la que Jesús ya había alertado a sus discípulos: «Golpearé a los pastores para dispersar la grey».

La carta fue difundida el mismo día en que se anunció el nombramiento de monseñor Christoph Schönborn, dominico de 50 años, como nuevo arzobispo de Viena. Sustituye en el cargo al cardenal Hans Hermann Groër, quien había presentado su dimisión el 13 de octubre de 1994, al cumplir 75 años. Monseñor Schönborn era obispo auxiliar desde 1991 y arzobispo coadjutor (con derecho a sucesión) desde el pasado 13 de abril; en el ámbito internacional es conocido, sobre todo, porque fue secretario de la comisión que preparó el Catecismo de la Iglesia Católica.

Este cambio en la guía de la diócesis más importante del país se produce en un momento delicado para la Iglesia en Austria. El 26 de marzo, se acusó al cardenal Groër de que hace veinte años cometió abusos sexuales con alumnos del seminario. El 1 de agosto, un grupo de gays y lesbianas acusaron a otros cuatro obispos de tener «inclinaciones homosexuales». Las acusaciones tuvieron amplio eco en la prensa internacional, a pesar de que no presentaron ni pruebas ni testigos, y de que era notorio que todo formaba parte de una campaña de presión para cambiar la legislación austriaca en la materia (ver servicio 58/95).

El Papa afirma en su carta que esas noticias le provocan «no poco dolor», especialmente «los violentos ataques a la dignidad de algunos de vosotros. Primero el venerado arzobispo de Viena y después otros obispos, han sido acusados públicamente, sin tener en cuenta no ya su dignidad eclesial, sino ni siquiera su dignidad humana». El Papa recuerda que ante estos sufrimiento muchos fieles se han puesto al lado de los obispos y que, «en este momento de prueba, también el sucesor de Pedro, atento al bien de todas las Iglesias particulares, siente el deber de estar cerca de vosotros para expresaros sus sentimientos de solidaridad y aseguraros su constante oración».

El Santo Padre se refiere también, sin mencionarlos explícitamente, a los recientes movimientos de opinión organizados con los que una minoría desea cambiar puntos esenciales de la doctrina católica.

Se trata de iniciativas que traslucen una visión de la Iglesia como mera institución humana que se debe acomodar a las modas del momento. Así, el movimiento «Pueblo de la Iglesia» inició en junio la recogida de firmas para promover cuestiones como el acceso de la mujer al sacerdocio y el celibato opcional (ver servicio 96/95). Según algunos observadores, más que confiar en conseguir cambios efectivos, los promotores están explotando el golpe emocional provocado por las acusaciones contra la jerarquía.

«Con la disminución del espíritu de fe -afirma el Papa-, también la Iglesia de Cristo se ve como una sociedad sólo terrena, sujeta a las libres decisiones de sus miembros. Desde ese punto de vista, todo lo que en un momento dado agrada a la mayoría se convierte en norma que hay que seguir. No se considera ya a la Iglesia como sociedad que debe tratar de realizar en la historia la voluntad de Cristo, sino como aquella que debe seguir los variables vientos de la doctrina de hombres particulares».

Ante ese panorama de hostilidad, amplificado por bastantes medios informativos, el Papa comenta que Cristo mismo había predicho los golpes que la Iglesia debería sufrir. «Es difícil juzgar en qué medida ha tenido éxito la estrategia de golpear a los pastores. Si Cristo ha pronunciado estas palabras ante la prueba definitiva que le esperaba en Jerusalén, ha querido así ayudarnos en previsión de situaciones actuales y análogas».

Es cierto que, en un primer momento, a la condena y pasión de Jesucristo siguió la «dispersión de la grey», añade el Papa, pero no podemos olvidar que luego vino la Resurrección, con la que se inició la Iglesia y el crecimiento del cristianismo en todo el mundo. «En el caso de la Iglesia en Austria, espero que el intento de destrucción no tenga éxito, pues la mayor parte de los fieles austriacos sabe apreciar el trabajo generoso desarrollado por sus propios pastores y no permitirá, por tanto, que prevalezca la cizaña de la sospecha, de la crítica y de la discordia».

En todo caso, concluye, «sabéis bien que a los sucesores de los Apóstoles no han sido nunca ahorrada las pruebas. Cristo dijo a los Apóstoles en la Última Cena: ‘El siervo no es mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros’. Os debe confortar también la otra promesa que hizo a continuación: ‘si han observado mi palabra, también observarán la vuestra'».

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