El Papa en Egipto, tras las huellas de Moisés

publicado
DURACIÓN LECTURA: 7min.

Si hubiera que sintetizarlos en un rasgo, los primeros pasos de la peregrinación de Juan Pablo II por los lugares vinculados con la historia de la salvación se han caracterizado por su llamamiento a favor de la unidad de los cristianos. Aunque ya lo había anunciado en la carta donde explicó el sentido de su viaje, ha sorprendido el tono, casi de urgencia, empleado por el Papa en esta ocasión.

Con su estancia en Egipto, del 24 al 26 de febrero, el Santo Padre ha emprendido uno de los proyectos más anhelados de su pontificado: seguir las huellas de Abraham, de Moisés y de Cristo con ocasión del año jubilar. La primera etapa de esa peregrinación –la visita a Ur de Caldea, tierra natal de Abraham– no fue posible, como consecuencia del bloqueo internacional a Irak: una enrevesada situación ante la que nada pudo la actividad diplomática de la Santa Sede.

Sin embargo, el Papa ha demostrado ingenio para evidenciar que también se puede peregrinar espiritualmente. Y así, el miércoles 23 de febrero, el aula Pablo VI del Vaticano fue escenario de una ceremonia única en su género en la que la escenografía, la iluminación y la proyección de imágenes documentales ayudaron a recrear un ambiente propicio para conmemorar la figura del gran patriarca, «padre común» de cristianos, hebreos y musulmanes.

Diálogo interreligioso

Al día siguiente de esa peregrinación «virtual», como la calificó algún periódico, el Papa emprendió la segunda etapa de su viaje, respetando así la cronología bíblica: la meta central fue el monte Sinaí, donde Moisés recibió las Tablas de la Ley, con los Diez Mandamientos. La tercera etapa tendrá lugar en Tierra Santa, del 20 al 26 de marzo. Todo parece indicar que, aunque no existe una declaración oficial, tampoco podrá realizarse una posible cuarta etapa de la peregrinación: las ciudades de Damasco y Atenas, ligadas a la memoria del apóstol San Pablo y a la primera difusión del cristianismo.

Volviendo a Egipto, el Papa hubiera deseado encontrarse en el monte Sinaí con representantes hebreos y musulmanes, como manifestación de la voluntad común de mejorar el entendimiento recíproco. Aunque esa aspiración no se pudo realizar, la visita tuvo también una evidente dimensión interreligiosa: fue muy significativo su encuentro con Mohamed Sayed Tantawi, la mayor autoridad musulmana del país, máximo responsable de la Universidad Al Azhar, de El Cairo, que con sus 130.000 estudiantes es uno de los centros culturales más importantes del islam suní, de talante moderado.

Vitalidad de los coptos católicos

Egipto cuenta con 66 millones de habitantes, de los cuales casi el 90% son musulmanes. El mensaje del Papa tuvo dos puntos de especial interés para la convivencia pacífica en este país. Recordó, en primer lugar, que la religión no puede ser nunca causa de conflictos: «Promover el enfrentamiento y la violencia en nombre de la religión es una terrible contradicción y una gran ofensa a Dios». En los últimos tiempos se han producido enfrentamientos entre cristianos y musulmanes, los más graves el pasado mes de enero.

El Santo Padre dijo también que musulmanes y cristianos deben contribuir de igual modo a la construcción de la vida social, a todos los niveles. Aunque no lo expresó así, el Papa dio a entender que los cristianos son tan ciudadanos como los demás, entre otras cosas porque la presencia cristiana en Egipto se remonta a tiempos apostólicos: es muy anterior, por tanto, a la llegada de los musulmanes.

Los cristianos coptos, que suponen el 10% de la población, se quejan de discriminaciones en la vida social y política. Los católicos, por su parte, son una minoría, aunque muy activa: 222.000 fieles, agrupados en siete ritos distintos y muy presentes en el campo de la enseñanza. Manifestación de la vitalidad católica en el país es que veinte mil fieles asistieron a la misa que celebró el Papa en un estadio cubierto de El Cairo.

El primado del Papa, un servicio

Paradójicamente, las relaciones del Papa con los musulmanes se presentaban en la víspera casi menos problemáticas que con los cristianos coptos. Nacida del cisma monofisita del año 451, la Iglesia copta no sostiene en la actualidad planteamientos doctrinales que la separen sustancialmente de Roma, salvo el Primado de Pedro y algunas cuestiones eclesiológicas. De hecho, el propio Papa Shenouda III (de 77 años, elegido en 1971) firmó en 1973 una «Declaración cristológica común» con Pablo VI. El diálogo, sin embargo, pareció congelarse desde entonces.

En ese contexto se entiende el grito del Papa a propósito de que «no hay tiempo que perder» y su insistencia en que se estudien conjuntamente formas nuevas de actuación del Primado de Pedro, un tema ya abordado en la encíclica Ut unum sint (1994). «Pido al Espíritu Santo -afirmó el Papa en el acto ecuménico que tuvo lugar en El Cairo- que ilumine a todos los pastores y teólogos de nuestras Iglesias, para que podamos buscar juntos la forma en que este ministerio pueda realizar un servicio de amor reconocido por unos y otros».

El Papa subrayó que es preciso conocerse para vencer los prejuicios y anunció que en los próximos meses recomenzarán las conversaciones formales bilaterales. El Papa encontró incluso lazos comunes entre Roma y la Iglesia copta, que tiene sus raíces en la predicación del evangelista Marcos: Marcos, dijo el Papa, fue discípulo predilecto de Pedro y Pablo, y escribió su Evangelio para los fieles de Roma. «Aquí me siento en casa», exclamó.

Algunos comentaristas destacaron la fría corrección con que Shenouda III acogió a Juan Pablo II: por ejemplo, fue la única autoridad de relieve que no acudió al aeropuerto a recibirle; tampoco asistió a la misa del Papa. Pero, según declaró al Corriere della Sera Meled Hanna, un intelectual copto, Shenouda III en realidad sí ha captado el mensaje de reconciliación que le ha llevado Juan Pablo II. Y se verán los frutos, según afirma Hanna, que es amigo de la infancia del Papa copto y compartió con él los años de cárcel (por orden de Anwar Sadat).

Como ya ha ocurrido en otros lugares, parece que es el pueblo sencillo quien comprende mejor la importancia de la unidad entre los cristianos. Según ha relatado el patriarca copto católico Stephanos II Ghattas al diario Avvenire, hace dos meses, cuando inauguró el año santo en la catedral católica, teniendo como invitado a Shenouda III, los fieles, al verlos juntos, aplaudieron y gritaron: «¡la separación se ha terminado, nos hemos unido!». El patriarca relató que tuvo que «calmarles y explicarles que todavía se necesita tiempo… Se habían llenado de entusiasmo solo al ver a sus pastores juntos».

La actualidad del Decálogo

Al margen de los actos de la capital, el punto central de la peregrinación fue la visita al monasterio ortodoxo de Santa Catalina, situado a los pies del monte Sinaí. Allí el Papa rezó en solitario en el lugar donde, según la tradición, estaba la zarza ardiente desde la que Dios habló a Moisés. El Papa centró su intervención en el sentido de los Diez Mandamientos, que reflejan los preceptos fundamentales de la ley natural y que son algo así como el «libro de instrucciones» que debe seguir el hombre para ser feliz. «El Decálogo marca el camino para una vida plenamente humana. Fuera de él no hay futuro de serenidad y de paz para las personas, las familias, las naciones».

También allí se puso de manifiesto que el camino ecuménico es largo y que es preciso salvar muchas incomprensiones cristalizadas en largos años de historia. A pesar de que el clima de acogida fue cordial, el «egumeno» del monasterio saludó al Papa con el título de «presidente de la Iglesia católica». Ni él ni sus monjes estuvieron presentes cuando el Papa dirigió una liturgia de la palabra. Eso no impidió que el Papa, una vez en Roma, volviera a agradecerles su hospitalidad durante la habitual alocución que precedió al Angelus del domingo 27 de febrero.

Después de este comienzo, parece más claro que la peregrinación del Papa no tiene solo la dimensión de satisfacer un anhelo personal o la de impulsar las relaciones interreligiosas y ecuménicas. Como ha recordado el escritor Vittorio Messori, con su visita a los lugares más significativos de la historia de la salvación, Juan Pablo II está poniendo delante de los ojos, para quien lo quiera ver, que el cristianismo no es un catálogo de buenos sentimientos, sino que tiene su origen en la intervención de Dios mismo en la historia humana: una presencia que ha dejado sus huellas visibles en la tierra.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.