El Jubileo propicia la mayor celebración ecuménica de los últimos tiempos

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Roma. Si la temperatura de las relaciones ecuménicas se mide con el termómetro de los pequeños gestos, es muy posible que el momento actual se caracterice por un saludable incremento de cordialidad que contrasta con las frialdades de los últimos años. Cabe interpretar así el hecho de que a la ceremonia de apertura de la puerta santa de la basílica de San Pablo Extramuros asistieran delegados de veintidós confesiones cristianas: el mayor número incluso desde tiempos del Concilio Vaticano II. Traduciéndolo en cifras, estaban representados más del 85% de los cristianos.

Tan grande participación es aún más significativa si se tiene en cuenta que el rito de la puerta santa es una peculiaridad católica y que todo lo relacionado con las indulgencias, que va unido a la celebración del Jubileo, provoca cierto sobresalto en algunas tradiciones cristianas, como las nacidas de la Reforma de Lutero. Pero el carácter eminentemente ecuménico que, desde el inicio, el Papa ha querido dar al Gran Jubileo ha ayudado a superar algunas dificultades.

El punto central del mensaje del Papa fue la necesidad del perdón para alcanzar la unidad entre los cristianos, que solo se podrá realizar gracias a un don divino. Para ello, es precisa la conversión del corazón y la santidad de vida. Añadió que en el «año de gracia» que supone el Jubileo hay que dirigir una súplica más intensa al Espíritu Santo con el fin de que «en un futuro no lejano» los cristianos puedan alcanzar esa reconciliación. Y levantando los ojos de los folios escritos, el Papa recordó con emoción el clamor -«¡unidad, unidad!»- que se elevó de la multitud de fieles en un momento de su visita a Bucarest (ver servicio 69/99): «Que también nosotros podamos salir hoy de esta basílica gritando como ellos unitate, unità, unité, united».

Naturalmente, queda mucho camino por recorrer. Pero aun entre los representantes de confesiones que no se adhirieron a la invitación del Papa el tono de las intervenciones públicas en las que explicaban su postura fue bastante correcto. Lo que se advierte, en algunos casos, es el peso de la ignorancia: por ejemplo, algunos mencionaron las indulgencias en un contexto un tanto estereotipado, que casi daba a entender que desconocían cuál es la doctrina católica al respecto.

Sorprende también que uno de los representantes de la Federación de las Iglesias evangélicas italianas manifestara su asombro al «oír que se desea incluir a Martin Luther King entre los mártires católicos: es decir, al pastor baptista Martin Luther King». Si por un lado se comprende el deseo de la pequeña comunidad protestante italiana de subrayar su visibilidad, se entiende menos que ignore que lo que pretende el Papa es rendir homenaje a todos los cristianos que dieron testimonio de su fe con la sangre durante el siglo XX. El acto, de gran significado ecuménico, tendrá lugar el 7 de mayo en el Coliseo.

Son pequeños detalles que muestran que todavía existe falta de entendimiento pero que, al mismo tiempo, destacan también el clima de cordialidad general que hoy predomina entre las distintas confesiones cristianas: una comprensión que ya quisieran para sí, por ejemplo, los partidos políticos de cualquier país democrático, los mismos que a veces tildan a las religiones de ser origen de conflictos. Si en política es normal negar lo bueno del otro, sorprende ver cómo lo normal aquí es subrayar lo positivo, lo que une.

La puerta santa de la basílica de S. Pablo se abrió el 18 de enero con el empujón del Papa y de dos representantes de sendas confesiones cristianas. Pero las pesadas hojas no cedieron al primer envite: hizo falta repetir la operación tres veces antes de que Juan Pablo II, el primado anglicano, George Carey, y el metropolita Athanasios, delegado del patriarca ortodoxo de Constantinopla, se arrodillaran para orar unos momentos en el umbral. Aunque ese movimiento duró solo unos segundos, algunos han visto en ello un emblema de lo que son las relaciones entre los cristianos: una tarea que necesita voluntad común, esfuerzo y constancia. Y, como recordó el cardenal Etchegaray, presidente del Comité del Gran Jubileo, citando unas palabras del teólogo Yves Congar, «la puerta del ecumenismo no se atraviesa sino de rodillas».

Diego Contreras

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