El “Informe sobre la esperanza” del Card. Müller

publicado
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Con el título de Informe sobre la esperanza (1) –que recuerda el famoso libro con las conversaciones entre Vittorio Messori y Joseph Ratzinger, Informe sobre la fe (1985)–, la Biblioteca de Autores Cristianos acaba de publicar una larga entrevista al cardenal Müller, realizada por el teólogo y director general de la editorial, Carlos Granados.

Profesor de Teología Dogmática y obispo de Ratisbona hasta que en 2012 Benedicto XVI lo llama a Roma para encargarle la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Ludwig Müller era conocido sobre todo por haber dirigido la publicación de las Obras completas de Joseph Ratzinger. Después de que el Papa emérito lo eligiera para dirigir el organismo del que él mismo fue prefecto durante un cuarto de siglo, el Papa Francisco lo confirmó en el cargo.

Müller, dice el entrevistador en la presentación del libro, “es una de las figuras más descollantes de la teología actual. Es un teólogo, es decir, un creyente que trata de expresar la respuesta de Dios a las preguntas del hombre. Es el prefecto de la Fe y, por tanto, alguien que tiene un punto de vista privilegiado sobre las situaciones, los horizontes y los interrogantes que se abren ante nosotros”.

Según Granados, el hombre de hoy no percibe su falta de fe como una tragedia, pero sí le inquieta profundamente la falta de esperanza. “La cuestión clave es, por ello, la cuestión de la esperanza. Y nuestros coetáneos se preguntan si hay una esperanza para el ‘ahora’; si la pueden encontrar en el cristianismo; y sobre todo, ¿cuál es el fundamento de la esperanza cristiana?”.

Por esta razón, la entrevista al Card. Müller ha tomado como tema fundamental el de la esperanza, e intenta responder a estas preguntas: ¿Qué podemos esperar de Cristo, de la Iglesia, de la familia, de la sociedad? Por último, se aborda el tema de la misericordia en el marco del presente año jubilar. Los extractos reunidos abajo tocan algunos de los muchos asuntos de interés que aparecen en el libro.

(1) Gerhard Ludwig Müller, Carlos Granados, Informe sobre la esperanza. Diálogo con el cardenal Gerhard Ludwig Müller, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid (2016), 238 págs., 14 €. 

  

La misión de los pastores

La pastoral no es solo una técnica para organizar algo, para entretener a la gente, para atraer o distraer. La pastoral viene de Jesús, que es el Buen Pastor. La pastoral debe partir siempre de Él y debe, por tanto, tomar en serio a las personas y su búsqueda de la verdad y del bien.

Las acciones pastorales que propone el pastor son, prioritariamente, los sacramentos y muy en particular, la Eucaristía. No es un organizador de acontecimientos para entretener a la gente en su tiempo libre o un psicopedagogo que debe proponer actividades que diviertan y entretengan a los niños y a los jóvenes que van a la catequesis semanal. Imitando al Buen Pastor, entra en el tejido de la vida de las personas, en sus dramas y en sus dificultades concretas, en las familias, en el trabajo, en las relaciones. Habiendo recibido la responsabilidad de la cura de las almas, sabe que es allí donde se pone en juego la vida entera de las personas, porque la Eucaristía es la misma vida ofrecida toda ella como sacrificio que se une al de Cristo “por todos los hombres”.

Un pastor maduro y responsable sabe que, sobre todo, debe cuidar y mimar la preparación de la Santa Misa. Especialmente el decoro de la celebración y la predicación de la misa dominical, que debe proporcionar un verdadero alimento y no teorías teológicas o exegéticas quizás deslumbrantes en apariencia, pero que realmente a pocos interesan, aparte del predicador. El buen pastor predica a Cristo y lo ofrece, con la máxima dignidad, en el sacrificio incruento de la Misa. Este debe ser constantemente el punto de referencia de toda pastoral y el criterio basilar que debería inspirar la especial vigilancia que incumbe a los Obispos sobre la acción pastoral desarrollada en su diócesis.

Natalidad

Las políticas antinatalistas no son sino otra propuesta ideológica que esconde algo inconfesable: el intento de mantener de modo injusto el status de privilegio de unos pocos, a costa de impedir el acceso a la riqueza a amplias capas de la población. En realidad, sabemos que el hambre en el mundo no es ni mucho menos la consecuencia de una superpoblación o que el aborto no sirve para contener el crecimiento de la población, sino para dar satisfacción a nuestro hedonismo.

Las familias numerosas expresan la sobreabundancia del amor. Son un gran sí a la vida. Varios hijos no son solo un gran don para sus padres, sino también para la Iglesia y para toda la sociedad.

“La confesión sacramental es el gesto más paradigmático de la misericordia de Dios”

Al respecto, nunca he entendido cómo los países occidentales, con tasas negativas de crecimiento de la población y con tasas cada vez más altas de esperanza de vida, no reconocen y sostienen la voluntad de aquellos pocos que, de forma generosa, están dispuestos a formar una familia numerosa. Por el contrario, de modo irracional, los que deberían ser objeto de nuestra admiración y respeto son tratados con crítica burlona o se les discrimina con injustas cargas sociales indirectas, cuando deberían ser mimados con políticas sociales especiales, pues, incluso desde el punto de vista del interés, aquellos hijos son nuestro futuro, los que sostendrán a los ancianos del mañana con su contribución económica.

Debo precisar, para evitar toda errónea interpretación, que sería una conclusión superficial decir que el matrimonio está para aportar a la sociedad elementos humanos bien formados (…). El Magisterio, por el contrario, ha enseñado siempre que no se trata simplemente de una cuestión de utilidad social: los hijos son un bien en sí mismos y hacen más buenos a los padres, dilatando su corazón, fortaleciendo su unión y generando en ellos una nueva plenitud, precisamente porque se convierten en el objeto de sus preocupaciones y atenciones. Los hijos son, para sus padres, sus maestros en generosidad. ¡Una familia numerosa es una gran escuela de gratuidad!

Misericordia

La confesión sacramental es el gesto más paradigmático de la misericordia de Dios. Este signo de gracia nos permite comprender cómo es la mirada del Señor sobre nuestros pecados. En este sacramento nos contagiamos de su modo de mirarnos, de esa mirada justa y buena al mismo tiempo, esa mirada que no nos abandona en el lodazal de nuestras miserias; es mirada que, por otra parte, conlleva el tomarnos en serio, pues si bien Dios nos da mucho, también exige mucho de nosotros, al saber que podemos dar mucho si recibimos tanto de Él. Sí: Dios nos toma en serio, pero lo hace como un padre bueno que sabe ser paciente con sus hijos, que no se cansa nunca de acompañarlos y que, sobre todo, no los abandona nunca.

“Las familias numerosas expresan la sobreabundancia del amor. Varios hijos no son solo un gran don para sus padres, sino también para la Iglesia y para toda la sociedad”

Hoy sería muy importante comprender que tanto la misericordia como la justicia derivan de la bondad divina como de una misma fuente. Cierta comprensión actual de la realidad en la que hay una inflación de lo afectivo y de los sentimental, pretende convencernos de que la misericordia y la justicia son antagónicas. Sin embargo, “la justicia y la misericordia se han abrazado” (Sal 85, 11), es decir, para Dios, decir justicia es decir misericordia, sin oposición.

La justicia de Dios es la que nos hace justos por su misericordia, manifestada en el amor crucificado del sacrificio de Cristo en el Gólgota. (…) Por pura gratuidad, la justicia de Dios nos hace justos y santos si acogemos tan gran don. La misericordia se convierte así en la faceta interna de la justicia, en la otra cara de la moneda de la bondad divina: Dios, por su bondad misericordiosa, nos justifica.

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