El Gran Duque de Luxemburgo y su conciencia

Fuente: La Gaceta
publicado
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Rafael Navarro-Valls, catedrático de Derecho de la Universidad Complutense, a propósito de la renuncia de Enrique de Luxemburgo a firmar una ley de eutanasia, reflexiona sobre lo que de verdad se dilucida en los conflictos entre norma y conciencia. Recogemos un fragmento del artículo.

En política -como en la vida- abundan las voluntades débiles que no encuentran la energía necesaria para ponerse de parte de su conciencia. Junto a ellas, otras resuelven el drama interior que implica el choque entre norma y conciencia individual optando por la segunda.

Hay veces en que la “conciencia común de la sociedad”, aquella que cristaliza en leyes, golpea a la conciencia de individuos singulares creando un conflicto moral y jurídico. Con dolor y sin soberbia, el desenlace del drama es una sencilla afirmación: “No puedo hacerlo contra mi conciencia”. Es la confirmación de que “la historia se escribe no sólo con los acontecimientos que se suceden desde fuera, sino que está escrita antes que nada desde dentro; es la historia de la conciencia humana y de las victorias o de las derrotas morales”.

Algunos se ponen tensos ante estas afirmaciones, como si tras ellas se ocultara la amenaza de un “apocalipsis jurídico”. En realidad, el Derecho es tan flexible que suele adaptarse sabiamente a las necesidades sociales sin grandes terremotos. Un sistema jurídico maduro -como los buenos juristas- sabe tener la solidez de una roca en sus convicciones junto a la flexibilidad de un junco en sus aplicaciones.

Bélgica supo encontrar la fórmula para mantener la ley de aborto y reponer a Balduino en su trono (…). Luxemburgo busca con sutiles fórmulas defender la conciencia de Enrique y promulgar la ley, si se aprueba en segunda lectura. Incluso en la hipótesis de que un concreto precepto legal provocara una oposición masiva de ciudadanos en ejercicio de su libertad de conciencia, el legislador habría de reflexionar, más allá de la objeción de conciencia, sobre la justicia misma de una ley que desencadena un rechazo social de amplias proporciones. (…)

Es verdad que Enrique de Luxemburgo no está solo con su conciencia frente a todos. La ley tiene a la clase médica en contra y -hecho insólito en la vida política del pequeño país- una gran parte del pueblo también en contra. Por encima de las legítimas reacciones favorables (por ejemplo, un grupo de parlamentarios franceses ha emitido un comunicado solidarizándose con el Gran Duque) o adversas (el partido de los verdes, impulsor de la ley, amenaza con una crisis constitucional), lo que aquí se dilucida es una cuestión más grave: la de la propia noción de derecho y justicia.

Hoy soplan vientos que impulsan un concepto de justicia en el que el derecho no se agota en la ley, ni toda ley es, de por sí, justa. Comienza a recuperarse la función ética que, en la teoría clásica de la justicia, correspondía a la conciencia singular del individuo. Muy especialmente la libertad de conciencia, que es, como dijo hace más de 60 años el Tribunal Supremo norteamericano, “la gran estrella fija en nuestra constelación constitucional”.

(Ver artículo original La Gaceta, 16-12-2008)

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