El fin de la «Nueva Política Económica» cubana

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En 1921, el motín de la flota en Kronstadt hizo ver a Lenin que su régimen se hundiría si combatía a la vez a todos cuantos consideraba enemigos. El colectivismo había fracasado, así que Lenin decidió tomarse un respiro y permitir la propiedad privada. No era más que volver al pasado, pero el rimbombante nombre de «Nueva Política Económica» (NEP) daba incluso una idea de progreso. Stalin se encargó de acabar con las apariencias. También Cuba, tras la desaparición de la URSS en 1991, se vio contra las cuerdas, y Fidel Castro estableció su particular «NEP». Ahora, el petróleo venezolano y los créditos chinos han insuflado nuevas fuerzas al Estado y Fidel ha decidido liquidar la iniciativa económica privada.

El 20 de junio, el gobierno de Cuba ordenó el cierre de los puestos callejeros de venta de alimentos para reemplazarlos por instalaciones estatales. Los quioscos en los que se vendía desde pizza hasta pasteles de guayaba fueron «asumidos por la gastronomía popular», según la terminología del semanario «Tribuna», que titulaba la medida «reordenan trabajo por cuenta propia». La gente podrá seguir vendiendo, pero ya no en las calles, sino en sus casas. Y no es que antes faltaran trabas para lograr el título de «cuentapropista»: se requerían entrevistas personales, demostración de aptitudes y una investigación sobre la procedencia de las materias primas con que se elaboraban los alimentos.

El gobierno cubano ha ido desmantelando la apertura a la iniciativa privada a medida que se aliviaba la crisis económica. Desde la firma del «Acuerdo de Caracas» en octubre de 2000, Venezuela suministra diariamente 53.000 barriles de crudo a Cuba a precio reducido. China, por su parte, proporciona créditos blandos. El Estado ha vuelto a sentirse fuerte, y ya en 2004 suprimió la concesión de nuevas licencias para trabajadores por cuenta propia en 40 de las 170 categorías de negocios autorizados, que abarcan desde los taxistas a los pequeños restaurantes, peluquerías, cosmética, electricistas, fontaneros… Entre las categorías eliminadas se contaban las de magos, animadores de fiestas infantiles, restaurantes familiares y fabricantes de coronas de flores. Poco antes del recién anunciado cierre de los puestos de venta de alimentos, se anularon los permisos de dos mil trabajadores del ramo en La Habana. Y a los vendedores de objetos de artesanía para turistas se les advirtió que se revocarían sus licencias si se descubría que las materias primas usadas no procedían de tiendas estatales.

Así, los negocios privados han ido disminuyendo. En Cuba llegó a haber, hacia 1995, unos 240.000 «cuentapropistas» que suplían la incapacidad del Estado para atender bienes y servicios elementales. En 2001 quedaban menos de 140.000, y los supervivientes están «agobiados por altos impuestos y frecuentes inspecciones estatales», según la agencia Notimex. El Estado controla ya el 90% de la economía y afirma sin tapujos que abrir la mano a la iniciativa privada fue un «mal necesario».

A principios de 2005, Fidel Castro declaró oficialmente terminada la crisis de la era postsoviética. Los inversores han tomado nota y, según «The Economist» (25-06-05), la mitad de las 800 compañías extranjeras registradas en 2002 han abandonado la isla, y apenas quedan 300 de las 700 empresas mixtas creadas en sectores considerados por el Estado como «estratégicos»: turismo, energía, tabaco, telecomunicaciones, minas y biotecnología. Entre las empresas que se han ido se cuenta la española Peñasanta, uno de cuyos gerentes afirmaba al semanario británico que es imposible hacer negocios en Cuba por la caótica situación económica: revaluación del peso cubano frente al dólar, aumento de las inspecciones ministeriales, cambios en los reglamentos y supresión de la autonomía de las empresas estatales en asuntos de comercio y finanzas. Un caos que, según diplomáticos citados por la misma fuente, no es casual, sino motivado por el «miedo oficial a que tales empresas sean demasiado exitosas».

Santiago Mata

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