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El efecto Salinger

publicado
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Hace cincuenta años, J.D. Salinger publicó El guardián entre el centeno. Pocos libros del siglo XX han causado tanto entusiasmo sostenido como esta novela. Salinger, cumplidos los 82 años, persiste en su retiro en Cornish (New Hampshire), alejado del ojo público y la notoriedad social, y sin publicar nada nuevo desde 1959*. Una novela y 13 relatos conforman una peculiar sinfonía del desconcierto que ha convertido al escritor en un referente obligado de la narrativa de la segunda mitad del siglo XX.

Jerome David Salinger, un neoyorquino nacido el 1 de enero de 1919, publicó su única novela en 1951. The Catcher in the Ryeera una novela no muy extensa (220 páginas en edición de bolsillo) y aparentemente poco perdurable, que las enciclopedias, tan aficionadas a los compartimentos, alojan en el apartado de novelas iniciáticas, de los relatos de adolescentes indómitos.

Las primeras páginas logran imantar al lector con su comicidad. «Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles todo eso. Primero porque es una lata, y, segundo porque a mis padres las daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco».

Narración vivaz y desenfadada

El protagonista y narrador, Holden Caulfield, es un adolescente de 17 años, hijo de un abogado neoyorquino muy bien situado. Tiene dos hermanos D.B., guionista en Hollywood, y Phoebe, despierta y afectuosa chica de 10 años, alumna de un prestigioso colegio privado. Alto y delgado, con el pelo tirando a gris, Holden tiene una capacidad de fabulación asombrosa que vierte en una narración vivaz y desenfadada.

Faltan cuatro días para que finalice el primer trimestre del curso en Pencey, un prestigioso y caro colegio en Agerstown (Pennsylvania) que «se anuncia en miles de revistas siempre con un tío de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla. Debajo de la foto del tío montando a caballo siempre dice lo mismo: Desde 1888 moldeamos muchachos transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara«. Holden se fuga del colegio y emprende viaje hacia Nueva York, sin que lo sepan sus padres. Allí tendrá una serie de encuentros que le permitirán ser observador y censor de un variopinto muestrario de tipos humanos del mundo adulto.

Es llamativa la química de esta novela con las pinturas e ilustraciones de dos grandes artistas estadounidenses, Edward Hopper y Norman Rockwell, cuyas obras forman parte de la identidad norteamericana. Las desoladas escenas urbanas del primero y los retratos costumbristas del segundo constituyen una buena muestra de la posibilidad de simbiosis entre la literatura y las artes plásticas. En lo que a cine se refiere, las sofisticadas y desconcertantes high comedies tienen mucho en común con los relatos de Salinger. Baste recordar Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story, George Cukor, 1940) y Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, Blake Edwards, 1961, basada en un relato de Truman Capote).

América bajo el bisturí

La crítica literaria anglosajona coincide en vincular los relatos de Salinger con la línea abierta por Mark Twain (1835-1910) en Las aventuras de Huckleberry Finn (1885). Salinger retoma la perspectiva genuinamente norteamericana de Twain, que gusta del realismo vigoroso e irónico para retratar mundos inestables de frontera.

Ahora que El guardián entre el centeno ha cumplido 50 años, y teniendo en cuenta que Salinger publicó toda su obra (una novela y 13 relatos) entre 1948 y 1959, cabe preguntarse por las claves de su atractivo para una legión universal de lectores. Su producción soporta el paso del tiempo sin perder un ápice de interés en fondo y forma.

Salinger crece en Nueva York y acude a escuelas públicas y a una academia militar, Valley Forge (Pennsylvania), donde se gradúa en 1936. Tras una breve estancia en las Universidades de Nueva York y Columbia, se consagra a la escritura de relatos, que va publicando en algunas revistas. Entre 1942 y 1945 sirve en el Ejército. Desembarca en Utah Beach, formando parte de la 4ª División del US Army. Hasta su licencia permanece adscrito a un regimiento de infantería como agente de seguridad. A su regreso a la vida civil, escribe y publica periódicamente en la revista The New Yorker. El escritor evita los ambientes literarios y la vida pública, retirándose a Cornish, una pequeña población de New Hampshire. Esta actitud le rodea de un halo legendario, después del éxito impresionante de El guardián entre el centeno.

Desasosiego asegurado

Todos parecen convenir en que la lectura de Salinger, más allá de su extraordinario humorismo, permite una reflexión muy rica en las formas y en los contenidos. Muchos acusan un regusto a desasosiego después de compartir sobre el papel el deambular de los personajes de Salinger por el planeta americano.

Hay despego y desenfado, exentos del cinismo al uso, a la hora de acercarse a los problemas del mundo de los adultos. El lenguaje, colorista y muy matizado, cautiva por su desparpajo expresivo. Abundan las descripciones sutiles, de agudeza chispeante, embadurnadas de sentido crítico. El desarrollo de las tramas opta por la concisión y la contención. La vivacidad en los diálogos viene a ser como el sello de la casa. La frescura de las situaciones y una apabullante naturalidad permiten entrever una observación detenida y reflexiva de los tipos humanos condicionados por el entorno.

El autor juzga al desgaire, se sirve de personajes y situaciones construidas con la precisión de un mecanismo de relojería. La amargura se atempera con una mirada entrañable, que nunca degenera en ternurismo, y mueve a compartir con el narrador la indulgencia y la disculpa. Un medido sentido del ritmo no decae en medio de frecuentes demoras y digresiones generadas por la verborrea del personaje que cuenta la historia. La acelerada puesta en escena permite al lector moverse con soltura en situaciones que, en manos de otros escritores, hubieran supuesto insufribles maniobras de aproximación. Salinger se prodiga en sobreentendidos que generan complicidad con el lector.

Tipos frágiles

No es difícil encontrar muchos puntos en común con Steinbeck, del que Salinger se distancia estilísticamente por declinar el protagonismo narrativo del escritor-juez. Salinger prefiere dejar que sus historias las cuente un personaje. Y en esa opción, hay que reconocerle un gran mérito: la notable coherencia entre lo que se cuenta y el modo de ser del que lo cuenta.

Los niños y adolescentes, los adultos en ciernes o que se resisten a serlo, son cruciales en la arquitectura literaria de Salinger. Las historias suelen esconder traumas, psicosis, inadaptaciones a un mundo desquiciado que acaba desquiciando a los que no quieren claudicar ante las imposiciones circunstanciales.

Un elemento común apreciable en los tipos salingerianos es su fragilidad, que no desaparece en compañía de la desenvoltura y la jovialidad. La riqueza interior y la sensibilidad de personajes como Holden o de los protagonistas de sus relatos, destaca poderosamente porque nace y se despliega en unas situaciones marcadamente triviales. No hay artificio en las tramas, la vulgaridad de lo que se cuenta hace a los lectores más vulnerables a los demoledores efectos de la prosa de Salinger. En este último sentido, parece claro que Salinger se lee de modo muy distinto con 20 abriles que con 40 noviembres cumplidos y una buena colección de cicatrices.

Un matiz obsesivo

La temática y los argumentos de los relatos de Salinger tienen un matiz marcadamente obsesivo, recurrente. Los fantasmas flotan en las historias, que suelen estructurarse en torno a un grupo familiar. Así, la temprana y violenta muerte de Seymour y Walter Glass marca la vida de sus padres y hermanos. Miembros de esta familia neoyorquina protagonizan seis de los trece relatos publicados por Salinger. Los siete hermanos Glass, extraordinariamente inteligentes hasta el punto de protagonizar durante años el concurso radiofónico «Es un niño sabio», se ven sometidos a las pruebas de equipos de psicólogos ansiosos por aislar y estudiar la fuente del ingenio y la fantasía de los niños.

Los hijos de Les y Bessie Glass, un actor y una bailarina ya retirados, parecen haber heredado una irresistible inclinación a la actuación: hablan, escriben, gesticulan como actores de una sofisticada comedia ácida, siempre al borde del esperpento excéntrico pero también siempre en el filo de la genialidad. Los Glass, con su verborrea deslumbrante y su talento escénico, tienen al lector-espectador en el borde del asiento.

En el relato titulado Zooey encontramos una situación dialogada de una densidad argumental y estética notabilísima. Zooey, el benjamín de la familia Glass, tiene 25 años y es actor de televisión. Está tomando un baño mientras lee una larga carta de su hermano Buddy, que es lector en un internado de chicas. La madre -Bessie- entra en el cuarto de aseo tras pedir a su hijo que corra la cortina de plástico de la bañera. Bessie, vestida con un ajado kimono cargado de cigarrillos y con una redecilla en la cabeza, se sienta en una banqueta e inicia una larga conversación con Zooey, mientras repone materiales de aseo, encadena pitillos y se queda abstraída, con la vista fija en la alfombrilla azul que tiene a sus pies.

La confusión preside las parrafadas de los Glass, que en su incontinencia verbal agitan un cóctel traumático de religiosidad católica (Bessie es católica de ascendencia irlandesa y uno de sus hijos es sacerdote), hinduismo, técnicas de autodominio budista, fatalismo persa, citas y referencias de Kafka, Emily Dickinson, Baudelaire, Pascal y Dostoiesvki. Hay reproches, cinismo, ternura y angustia a raudales en esos diálogos afilados de lógica circense.

La lectura de cada relato deja una impronta de exhaustivo perfeccionismo, que puede ser el motivo principal de la exigua producción literaria de Salinger. El escritor norteamericano parece sentirse seguro en el relato corto. Quizás se ha mantenido lejos de la novela, consciente de que los ingredientes de su cocina literaria no son muy adecuados para ese género.

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* J.D. Salinger murió en Cornish el 27 de enero de 2010. (N. de la R.)


Sinfonía del desconcierto (en tres disparos)

Algunos fragmentos breves permitirán contrastar este conjunto de apreciaciones sobre el estilo de Salinger. Dicen que la naturalidad en televisión o radio no se improvisa: los textos que siguen ilustran el oficio del escritor para introducirnos en la trama con celeridad y soltura. La perfecta captación de la psicología de los personajes, la naturalidad cuidadísima de los diálogos y reflexiones revelan el trabajo de un artesano de la observación y de la palabra. Un estilista notable que va y vuelve obsesivamente sobre un mundo traumatizado de seres entrañables de extraordinario atractivo.

Una descripción

[Un adulto rememora el retrato del conductor de su autobús escolar, que en los trayectos cuenta a les niños una apasionante historia titulada «El hombre que ríe».]

Aún está patente en mi memoria la imagen del Jefe en 1928. Si los deseos hubieran sido centímetros, entre todos los comanches lo hubiéramos convertido rápidamente en gigante. Pero, siendo como son las cosas, era un tipo bajito y fornido, que mediría entre uno cincuenta y siete y uno sesenta, como máximo. Tenía el pelo renegrido, la frente muy estrecha, la nariz grande y carnosa, el torso casi tan grande como las piernas. Con la chaqueta de cuero, los hombros parecían poderosos, aunque eran estrechos y caídos. En aquel tiempo, sin embargo, para mí se combinaban en el Jefe todas las características más fotogénicas de Buck Jones, Ken Maynard y Tom Mix, perfectamente amalgamadas. («El hombre que ríe». Nueve Cuentos. Alianza. Trad. Elena Ríos.)

Un diálogo
[Boo Boo Tannebaum, de soltera Glass, es una chica delgada con el pelo corto. Tiene 25 años. Su hijo de 4 años, Lionel, ha vuelto a escaparse de casa y está solo a bordo del bote de su padre. Boo, desde el muelle, emite un extraño silbido para llamar la atención de su hijo.]

Miró hacia abajo con aire digno, hacia donde estaba Lionel, que seguía boquiabierto.

— Este toque de clarín es secreto, sólo los almirantes pueden oírlo —encendió el cigarrillo y apagó el fósforo con una teatral bocanada de humo, larga y fina—. Si alguien se entera de que te he permitido oír ese toque… —movió la cabeza y nuevamente fijó en el horizonte el sextante del ojo.

— Hazlo otra vez.

— Imposible.

— ¿Por qué?

Boo Boo se encogió de hombros.

— Demasiada oficialidad subalterna, para empezar —cambió de posición, adoptando la postura india, con las piernas cruzadas. Se subió los calcetines—. Te diré lo que voy a hacer —dijo con tono práctico—. Si me dices por qué te escapas, te haré todos los toques secretos de clarín que conozco. ¿De acuerdo?

— No.

— ¿Por qué no?

— Porque no.

— ¿Pero por qué?

— Porque no quiero —dijo Lionel, y para enfatizar tiró del timón.

(«En el bote». Nueve Cuentos. Alianza.)

Un arranque
[Así comienza uno de los mejores relatos de Salinger, protagonizado por Seymour Glass.]

«En el hotel había noventa y siete agentes de publicidad neoyorquinos. Como monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia, la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina leyó un artículo titulado «El sexo es divertido o infernal». Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó dos pelos que acababan de salirle en un lunar. Cuando por fin la operadora la llamó, estaba sentada en el alféizar de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda.

No era una chica a la que una llamada telefónica le produjera gran efecto. Se comportaba como si el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que alcanzó la pubertad.

(«Un día perfecto para el pez plátano». Nueve Cuentos. Alianza.)


Para leer a Salinger

— Novela:

El guardián entre el centeno, Alianza.

— Relatos:

Nueve Cuentos, Alianza / Edhasa

Franny y Zooey, Alianza

Levantad, carpinteros, la viga de tejado, Edhasa

Seymour: una introducción, Edhasa (ver servicio 117/98).

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