El diálogo con los lefebvrianos queda estancado

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Hacía tiempo que no se hablaba de la Fraternidad Sacerdotal san Pío X (FSSPX), fundada por Marcel Lefebvre, ni siquiera con motivo del relevo del superior general el pasado verano. Tampoco ha habido muchos comentarios tras la decisión de suprimir la comisión Ecclesia Dei, instituida en 1988 para tratar de reintegrar a los lefebvrianos a la plena comunión con la Iglesia. Probablemente, la razón es la ausencia de novedades en cuanto al fondo del asunto, en el que no se han visto progresos en siete años.

 

El anterior superior general de la FSSPX, Mons. Bernard Fellay, ilícitamente ordenado obispo en su día, fue sustituido por Davide Pagliarani. Este sacerdote cuenta muchos años de trabajo en la organización. En particular, fue rector del seminario de La Reja (Argentina) durante casi seis años.

La Fraternidad de San Pío X sigue rechazando la doctrina del Concilio sobre la libertad religiosa, el ecumenismo y la colegialidad

Del mes pasado es el motu proprio en que el Papa Francisco, a propuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), suprime la comisión pontificia Ecclesia Dei y traslada sus funciones a la misma CDF. Se constituirá una sección especial que continúe el trabajo realizado hasta ahora. La comisión, creada por Juan Pablo II en 1988 y reorganizada por Benedicto XVI en 2009, logró importantes avances en cuestiones litúrgicas y disciplinares. Ahora, explica el motu proprio, solo quedan diferencias doctrinales, que pueden ser tratadas directamente por la Congregación.

Un problema teológico

Se confirma así la naturaleza profunda del problema. La cuestión no era canónica –una fórmula jurídica que permitiera conservar las propias tradiciones espirituales y litúrgicas, en plena comunión con el Papa– sino teológica: la aceptación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, como requisito para la reintegración de los lefebvrianos a la Iglesia católica.

Mons. Fernando Ocáriz escribió en L’Osservatore Romano (ver Aceprensa, 5-12-2011), que la intención pastoral del Concilio no excluía la importancia de los contenidos doctrinales. El hecho de no definir ningún dogma “no significa que pueda considerarse ‘falible’, en el sentido de que transmita una ‘doctrina provisional’ o bien ‘opiniones autorizadas’. Toda expresión de Magisterio auténtico hay que recibirla como lo que verdaderamente es: una enseñanza dada por los Pastores que, en la sucesión apostólica, hablan con el ‘carisma de la verdad’ (Dei Verbum, n. 8), ‘revestidos de la autoridad de Cristo’ (Lumen gentium, n. 25), ‘a la luz del Espíritu Santo’ (ibid.)”. En todo caso, como reiteró Benedicto XVI, la interpretación de posibles novedades “ debe afirmar la hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad ” (ver Aceprensa, 28-12-2005). Así ha sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia.

Los esfuerzos de Benedicto XVI

Benedicto XVI dio un paso importante en 2009, al levantar la pena de excomunión que pesaba sobre cuatro obispos ordenados por el arzobispo Marcel Lefebvre. Atendió por razones pastorales una petición del superior general de la FSSPX. Estuvo a punto de estropearlo todo uno de ellos, Richard Williamson, ante la difusión de las declaraciones negacionistas que hizo a finales de 2008, pero más conocidas por el reportaje de la televisión sueca en enero de 2009. Aunque ganó luego la apelación, un tribunal de Ratisbona le condenó a una multa por haber negado la existencia de cámaras de gas y criticado el número de judíos muertos en los campos de concentración. Provocó un buen escándalo, especialmente en Alemania. De hecho, en el libro-entrevista Luz del mundo, Benedicto XVI llegó a afirmar que habría tomado otra decisión de haber conocido antes las declaraciones de Williamson. Antiguo anglicano, fue creciendo en radicalidad, hasta el punto de ser expulsado de la Fraternidad en 2012.

Desde octubre de 2009 se celebraron ocho reuniones, la última el 14 de septiembre de 2011, bajo la presidencia del entonces prefecto de la CDF, Card. William Joseph Levada. En aquellas sesiones se expusieron y analizaron a fondo las dificultades doctrinales esenciales sobre temas controvertidos, y se perfilaron las posturas y sus motivos, hondamente teológicos y no sólo litúrgicos. De hecho, Benedicto XVI había promulgado en 2007 el motu proprio Summorum Pontificum, que extendía a la Iglesia universal la posibilidad de usar la forma extraordinaria del rito romano.

La clave, el Vaticano II

La clave estaba –sigue estando– en la aceptación del magisterio del Concilio Vaticano II, que, para los integristas, supondría una ruptura con la Tradición, particularmente en algunas materias. Por eso, la CDF consideró que la reconciliación plena con la Sede Apostólica exigía aceptar el Preámbulo doctrinal entregado en la sesión del 14 de septiembre de 2011: contiene principios y criterios de interpretación necesarios para garantizar la fidelidad al Magisterio de la Iglesia, dejando abiertos a una discusión legítima el estudio y la explicación teológica de expresiones o formulaciones particulares de los documentos del Concilio Vaticano II y del Magisterio posterior.

Desde entonces, las escasas declaraciones de Bernard Fellay mostraron exiguos avances. Los puntos de fractura entre Roma y Écône se mantienen. Libertad religiosa, ecumenismo y colegialidad, tres aspectos recibidos con enorme satisfacción en su día en el orbe católico, aunque hayan conocido altibajos en su aplicación práctica, seguían siendo considerados por Fellay como “el corazón de la crisis que sacude a la Iglesia”.

Consciente de la gravedad del problema, la comisión Ecclesia Dei hizo pública en octubre de 2012 una declaración en que ampliaba el plazo para que la Fraternidad reconsiderase su posición. A comienzos de septiembre, los lefebvrianos habían indicado a Roma que necesitaban “un tiempo suplementario, de reflexión y de estudio, para preparar su respuesta a las últimas iniciativas de la Santa Sede”. Fue la primera respuesta formal al texto presentado por la comisión en junio de 2012, con una declaración doctrinal acompañada de una propuesta de regularización canónica de su estado en la Iglesia católica. En todo caso, Roma manifestaba su disposición a “tener paciencia, serenidad, perseverancia y confianza”.

Hacia la ruptura de las conversaciones

Ese tiempo era necesario también para superar las resistencias dentro de la Fraternidad. Se comprobó en 2013, ante el anuncio de la canonización de Juan XXIII, rechazado en puntos nucleares como la apertura al mundo, el ecumenismo, o la reforma litúrgica. Luego, paradójicamente, valoraron injustamente la insistencia del papa Francisco en la misericordia y el perdón, como si se inspirase en el modernismo condenado por san Pío X. Se agudizaron entonces las diferencias, y en el verano de 2013 se especuló con la posibilidad de que el anterior prefecto de la CDF, Card. Müller, cancelara definitivamente el diálogo con los lefebvrianos. Pero la apertura de corazón del pontífice le llevó a conceder plena validez al sacramento de la confesión impartido por sacerdotes de la Fraternidad, primero durante el año de la misericordia, y luego con carácter general (ver Aceprensa, 21-11-2016).

La cuestión es la aceptación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, como requisito para la reintegración de los lefebvrianos a la Iglesia católica

En esa línea de comprensión y diálogo se situó la decisión del arzobispo de Buenos Aires, Card. Mario Poli, de intervenir positivamente en 2015 ante el gobierno argentino para el reconocimiento civil de la FSSPX como asociación católica. Era un requisito necesario para la inscripción en el registro oficial de entidades religiosas. Mons. Guido Pozzo, secretario de la comisión Ecclesia Dei, se mostró satisfecho de la solución encontrada en Argentina, pero precisó que “no compromete a la Santa Sede”, pues “no se trata de un reconocimiento jurídico de la Fraternidad San Pío X como sociedad canónica. La cuestión de la legitimidad del ejercicio del ministerio sacerdotal de sus sacerdotes sigue abierta. El arzobispo de Buenos Aires ha reconocido que sus miembros son católicos, aunque no estén hoy por hoy en plena comunión con Roma”.

El problema seguía siendo la acepción del Preámbulo doctrinal, para recuperar la comunión con el sucesor de Pedro. El Card. Müller insistía entonces en que “las condiciones para una plena comunión con Roma son las mismas para todos los bautizados: la fe, los sacramentos, el reconocimiento de la autoridad del Papa”. Y advertía, a propósito del Preámbulo, que no es negociable.

Las últimas reacciones

Las divisiones internas volvieron a plantearse en Francia con ocasión del documento vaticano de 2017 que reconocía plena validez al sacramento del matrimonio celebrado ante sacerdotes de la Fraternidad. Se produjo un buen escándalo por la oposición pública del párroco de San Nicolás de Chardonnet, iglesia emblemática del centro de París, ocupada por los tradicionalistas desde 1977. Fue relevado de sus funciones por los superiores de la Fraternidad, junto con otros seis sacerdotes. Según La Croix, el problema se circunscribía a una minoría de Francia. En Alemania, Suiza o Estados Unidos observaban con esperanza la posibilidad del retorno a Roma. De hecho, una petición lanzada a mediados de mayo en varios idiomas, contra el acuerdo con Roma, sólo recogió 500 adhesiones en el mundo.

La actitud de Davide Pagliarani –recibido por el actual prefecto de la CDF, Card. Luis Ladaria, el pasado mes de noviembre– se presenta especialmente crítica con las canonizaciones de los últimos pontífices, que valora como un intento de “canonizar” en cierta manera el Concilio Vaticano II, “la nueva concepción de la Iglesia y de la vida cristiana que el Concilio ha establecido y que todos los papas recientes han promovido”.

Unas palabras de Pagliarani, en una entrevista publicada en diciembre pasado, resumen a mi juicio el núcleo de la cuestión: “La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X está profundamente vinculada al Sucesor de Pedro, incluso cuando se opone a los errores del Concilio Vaticano II”. Por esto, insiste en que “Roma no nos considera cismáticos, sino ‘irregulares’. En cualquier caso, si no tuviera la certeza de trabajar en la Iglesia católica romana y para ella, dejaría la Fraternidad inmediatamente”.

Después de años de conversaciones y gestos prácticos, no hay avance: la Fraternidad está en la posición de la que partió en su día Marcel Lefebvre.

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