El declive de los adivinos económicos

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La economía es el asunto predominante en el debate político de muchos países. También es el campo en el que se realizan más previsiones, expuestas con gran seguridad. Sin embargo, en pocas actividades hay menos certezas, dice Robert Samuelson en Newsweek (13-II-95).

Tras dedicarme durante varias décadas a la información económica, he llegado a la conclusión de que los economistas saben mucho menos de lo que piensan. ¿Por qué? Lo que llamamos «la economía» no es más que el resultado colectivo de millones de gastos diarios, ahorros y decisiones de inversión, que constantemente varían bajo la influencia de nuevas ideas, instituciones y condiciones sociales. El proceso no está nunca inmóvil -y nunca lo estará-, por lo cual los intentos de los economistas de captar cómo opera son inevitablemente incompletos y van con retraso.

Los economistas pueden hacer estimaciones basadas en estadísticas buenas pero imperfectas. Pueden detectar tendencias generales. Pero esto es todo. En un reciente ensayo titulado «El final de la economía tal como la conocemos», el economista Herbert Stein, del American Enterprise Institute, llegaba a una conclusión similar. Los economistas, escribe, han mostrado más confianza en sí mismos que nadie en la historia. Pero esta confianza estaba fuera de lugar, ya que no pueden resolver por completo los dos mayores problemas económicos de nuestro tiempo: evitar los altibajos de la economía y elevar el índice de crecimiento económico a largo plazo.

Hace sólo un año, la Reserva Federal de Estados Unidos preveía (…) que en 1994 el crecimiento económico estaría entre el 3% y el 3,25%, la inflación en torno al 3% y el índice de desempleo entre el 6,5% y 6,75%. En realidad, la economía creció el 4%, la inflación fue sólo el 2,7% y el paro bajó al 5,6%. (…)

No es que los de la Reserva sean tontos o que elevar las tasas de interés sea un patinazo evidente. Personalmente, estoy de acuerdo: creo que hay que acabar con la inflación antes de que crezca visiblemente. La cuestión está en que esto se basa en conjeturas, porque la información es imperfecta y la gente falible. Para controlar el ciclo económico -para prevenir la depresión y la inflación-, la Reserva tendría que predecir perfectamente la evolución de la economía: así sabría cuándo hay que cambiar de política. Por tanto, tendría que saber exactamente a qué ritmo habría de crecer la economía. Y, finalmente, tendría que tener los medios necesarios para que la economía obedeciera a sus deseos. Pero la Reserva no llega a tanto en ninguno de esos aspectos. (…)

En cuanto al potencial de crecimiento económico, la estimación común es hoy un 2,5%, del que un 1% correspondería al crecimiento del número de trabajadores y un 1,5% a mejoras en la productividad (producción por trabajador). Pero el crecimiento de la productividad puede ser mayor o menor, porque depende de muchos factores, desde la tecnología a las prácticas empresariales. Finalmente, aunque la Reserva supiera todas estas cosas, no podría controlar el ciclo económico. La Reserva establece sólo las tasas de interés a corto plazo, y estas tasas son sólo uno de los factores que influyen en los gastos de particulares y empresas. (…)

La lección más importante es que la sabiduría económica no ha progresado hasta el punto de que los cambios deseables puedan ser servidos a la carta. El problema es que muchos americanos piensan que sí, y cuando la economía va mal creen que les han estafado unos políticos incompetentes. Pues los economistas de todas las tendencias han fomentado la desilusión popular al exagerar el poder de sus ideas. Y los economistas que no actúan así, no cuentan desde el punto de vista político, ya que los políticos buscan consejeros con respuestas netas a los problemas urgentes.

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