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El creciente desnivel de la escalada social

publicado
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Tras una época de creciente movilidad social y de reducción de las desigualdades, desde los años ochenta las diferencias entre los más ricos y los más pobres tienden a acentuarse. The Economist (5-XI-94) analiza el fenómeno en un artículo del que resumimos los principales datos.

En Estados Unidos y en otros países industrializados las diferencias entre los que tienen más y los que tienen menos han aumentado desde hace una o dos décadas. Un método para medir la desigualdad es ver cómo se distribuye la renta total entre diferentes partes de la población -por ejemplo, lo que corresponde al 20% más rico y al 20% más pobre- , incluyendo en el cálculo no sólo los salarios sino todas las formas de ingresos (transferencias de la Seguridad Social, rentas de capital, etc.).

En Norteamérica la desigualdad se redujo desde 1929 a 1969, pero después empezó a crecer. En 1992, el 20% más rico de los hogares obtenía 11 veces más de renta que el 20% más pobre, mientras que en 1969 la diferencia era de 7,5 veces. En consecuencia, en 1992 al 20% más rico le correspondía el 45% de la renta total neta, y al 20% más pobre, el 4%.

También en Gran Bretaña han crecido las desigualdades entre ricos y pobres: en 1977 la renta del 20% más rico era cuatro veces mayor que la del 20% más pobre; en 1991, siete veces.

La desigualdad en Norteamérica es alta también en comparación con otros países ricos. En la clasificación de la desigualdad, ocupan los primeros puestos Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Suiza; en los cuatro países el 20% más rico gana de 8,5 a 11 veces más que el 20% más pobre. Japón y Alemania están entre los más igualitarios, con proporciones de 4 a 5,5. Gran Bretaña, Canadá y Francia ocupan lugares intermedios.

Qué se entiende por pobre

La cuestión de la desigualdad suele solaparse con la de la pobreza, pero no es lo mismo. Todo depende de lo que se entienda por pobre. Si se considera pobre a la familia que gana menos de la mitad del promedio de renta del país, entonces una mayor desigualdad supone mayor pobreza. Según este criterio, el 18% de los norteamericanos son «pobres», comparados con sólo el 6-9% en Gran Bretaña, Alemania o Suecia.

Pero como Estados Unidos es el país con mayor riqueza, las comparaciones con Europa tienden a exagerar su pobreza absoluta. En un estudio publicado el año pasado por el Luxemburg Income Study, se tomó la renta que definía el umbral de pobreza en Estados Unidos, y se convirtió a otras monedas según las paridades de poder adquisitivo (para tener en cuenta las diferencias en el coste de la vida). De este modo, la tasa de pobreza americana quedaba por debajo de la de los países de Europa Occidental, incluida Suecia (24%) y Alemania (19%).

Las causas de la desigualdad

A la hora de buscar las causas del aumento de la desigualdad, se suele invocar la adopción de una política fiscal menos redistributiva en los años 80. En distintos países, los gobiernos redujeron el tipo impositivo de las ganancias más altas (en Gran Bretaña la tasa marginal pasó del 98% al 40%) y frenaron el aumento de los gastos de bienestar social. Aun así, el sistema siguió siendo fuertemente progresivo: en 1992 el 20% de los ingleses más ricos ganaron 25 veces más que el 20% más pobre, pero, después de impuestos y transferencias, la diferencia se redujo a siete veces.

Pero la causa más importante del aumento de la desigualdad ha sido una mezcla de los cambios que han tenido lugar en el mercado de trabajo y en las tendencias de la economía global. Las nuevas tecnologías y una creciente concurrencia por parte de países en desarrollo con bajos salarios han provocado en los países industrializados un descenso relativo de la demanda de mano de obra no cualificada en comparación con la de trabajadores con educación. Así, la ventaja salarial de un joven norteamericano de 25-34 años con educación universitaria respecto a otro que sólo completó la enseñanza secundaria ha crecido un 30% en la última década.

¿Por qué en Europa continental los cambios han sido mucho menores? Porque en Estados Unidos y Gran Bretaña la desregulación ha permitido que las fuerzas de mercado jugaran a fondo su papel. En cambio, en Europa continental las negociaciones laborales centralizadas y la existencia de sindicatos más fuertes y de salarios mínimos más altos han sostenido la retribución de los que ganan menos.

En Norteamérica, el segundo motivo más importante del aumento de la desigualdad ha sido el cambio en la estructura familiar. En 1950 la mayoría de los hogares contaban con dos padres, de los que sólo uno trabajaba. Ahora las diferencias sociales son mayores entre los hogares donde los dos padres trabajan y las familias monoparentales sin empleo. Entre el 20% más pobre de los hogares, la proporción de familias a cargo de una mujer sola se ha duplicado en los últimos 40 años hasta alcanzar un 35%. En cambio, el 20% más rico de los hogares está cada vez más dominado por parejas donde los dos trabajan y tienen ingresos altos.

Justicia y eficiencia

Si las diferencias de renta se consideran un reflejo de las recompensas establecidas para lograr el máximo de eficiencia económica, entonces toda acción redistributiva del gobierno perjudicará la eficiencia. Pero un pequeño aunque creciente número de economistas está poniendo en duda este dilema entre eficiencia e igualdad.

Sus estudios sugieren que, en las sociedades menos igualitarias, el temor a los conflictos sociales y políticos puede llevar al gobierno a adoptar políticas que obstaculizan el crecimiento. Otros estudios descubren que la productividad ha crecido más en sociedades más igualitarias como Japón, Alemania y Suecia. Estos autores advierten que las sociedades con mayores desigualdades tienen también más problemas sanitarios, crimen y tensiones sociales, todo lo cual es una traba al crecimiento. Pero las correlaciones estadísticas no equivalen por sí solas a una causa.

Quizá la mejor lección de estos nuevos estudios es que, si bien algunas políticas redistributivas -como los altos tipos impositivos- obstaculizan el crecimiento, puede haber otras políticas, como facilitar el acceso a una buena educación, que favorezcan tanto la equidad como el crecimiento. Aunque estas políticas no garantizan una mayor igualdad de renta, sí amplían la igualdad de oportunidades. Del mismo modo, suplementos de renta para los peor pagados (por ejemplo, a través de exenciones fiscales) son ayudas más eficaces que el salario mínimo.

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