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El catolicismo español tras la transición religiosa

publicado
DURACIÓN LECTURA: 14min.

Entre la secularización y la fe vivida
Frente al tópico de que el catolicismo en España es algo del pasado y en regresión, los datos sociológicos revelan que desde hace años el 90% de la población se declara católica y un 30% es practicante. Ninguna otra institución tiene mayor arraigo ni grado de observancia que la Iglesia católica. Sin duda, la pertenencia a la Iglesia no implica una adhesión tan firme como antes, igual que sucede con otros vínculos, y su influencia en la sociedad civil se ha debilitado. Pero si se admitiera que España ha dejado de ser católica, con mayor razón podría decirse que ha dejado de ser socialista o de ser taurina.

¿España ha dejado de ser católica? La frase de Manuel Azaña en las Cortes Constituyentes se refería a la separación radical entre la Iglesia y el Estado, no a que millones de españoles dejaran de ser creyentes por imperativo de la Constitución republicana. Pero lo que en 1931 era un intento de secularización por vía legal, sesenta años después puede ser el resultado de la cultura imperante en este país.

Un puesto en la sociedad plural

Todas las semanas, nueve millones de españoles asisten a Misa en las casi 60.000 que se celebran los domingos o festivos y sus vísperas, muchos más que los que van al estadio a ver el partido de su equipo de fútbol favorito, al cine, a los toros y no digamos a reuniones políticas. Sólo la TV tiene mayor audiencia. Las encuestas hablan de un 30% de la población española que cumple con el precepto dominical. En 1993 hubo 314.662 bautismos de un total de 383.289 nacimientos, y 148.578 matrimonios canónicos de un total de 201.463 bodas (el 77,6% se casaron por la Iglesia, frente al 22,4% que lo hicieron civilmente).

Según la encuesta que el Centro de Investigaciones sobre la Realidad Social (CIRES) realiza periódicamente desde 1990, el porcentaje de españoles que se declaran católicos está estabilizado en torno al 90%. El año pasado, el 90,54% de los españoles se declaraba de religión católica, frente al 1,58% de otras religiones y el 7,88% que dice no tener religión alguna.

Son cifras que -con excepción de Irlanda y Polonia- superan a las de cualquier otro país europeo. Una gran mayoría de los españoles se consideran católicos, y un tercio de ellos se declara practicante. Y sin embargo, la realidad social española no puede decirse impregnada por el cristianismo. «Hemos tenido que aprender a vivir -decía en septiembre pasado el vicepresidente de la Conferencia Episcopal española, Mons. Fernando Sebastián- en una sociedad culturalmente variada, rota, contradictoria, en una cultura absorbida por el espesor y la complejidad de la vida mundana y temporal, tentados de secularismo y mundanización integral, al menos en ciertas fases y momentos de la vida».

Religión del pasado y del presente

Según el análisis que hace en un libro recién publicado (1) Francisco Azcona San Martín, director de la Oficina de Estadística y Sociología de la Iglesia en España, la religión católica tiene carta de ciudadanía en este país: «La religión católica persiste con relevancia en la sociedad española. Frente al pronóstico de muchos agoreros que afirmaban que Dios había muerto, que la religión era cosa del pasado, que ya no servía en el mundo actual… el hecho es que la religión persiste y tiene su puesto en la España actual y se le augura un futuro sólido en el próximo milenio».

Para Azcona, hay dos índices que avalan su tesis: la creciente importancia de la religión en el análisis de otros hechos sociales, y la demanda de enseñanza religiosa escolar. «Ser practicante o no, tener religión o no, está influyendo decisivamente en la manera de pensar y de vivir. El hecho es que hoy marca ser creyente, configura una manera típica de estar en la sociedad».

El catolicismo -afirma Francisco Azcona- «influye en las actitudes ante la vida y la muerte, la familia, los hijos y el matrimonio, el trabajo y la diversión, ante los temas humanos y divinos, sociales y políticos, el dolor, el dinero y el sexo, ante el sentido de la vida y de la naturaleza».

Otros sociólogos, como Amando de Miguel, coinciden con esta idea: ante la secularización masiva de la sociedad española, las respuestas de los católicos practicantes son distintas a las del resto de los españoles, y las diferencias son mucho más marcadas que hace dos o tres décadas.

Lo que sin embargo está por ver -y en esto no entran los sociólogos- es que el tercio de católicos que se declaran practicantes y que, al menos cuando son consultados por los encuestadores, afirman defender los principios cristianos, en la práctica sean consecuentes con su fe.

La demanda de enseñanza de la religión

La segunda señal de que la religión no ha muerto es el interés de los padres por la enseñanza religiosa de sus hijos. Según datos de mayo de 1997, el 91,12% de los alumnos de Educación Primaria -o mejor dicho, sus padres-, optaron por la enseñanza religiosa escolar. El dato baja al 85,75% en 7º y 8º de EGB, y al 76,75% en Educación Secundaria. Estos porcentajes, afirma Azcona, han aumentado en este curso.

«Los padres españoles, aunque se sitúen algunas veces en el umbral de la religión, valoran que a sus hijos se les enseñe el amor a Dios, a los hombres y a la naturaleza, el respeto a lo sagrado, a los padres y a la vida, el uso de lo propio y de lo ajeno… que en definitiva es ‘lo que Dios manda’, sus mandamientos. Valoran también, aunque quizá menos conscientemente, que a sus hijos se les enseñe que Jesucristo es el enviado de Dios para ayudar a los hombres a vivir sin errores, que conozcan los caminos por los que se ca-naliza esa vida y las fuentes de donde brota, esto es, los Sacramentos. Valoran además que se les proporcione elementos imprescindibles para entender nuestra cultura».

Un tercio de católicos practicantes

La asistencia a la Misa dominical se considera un índice de práctica religiosa. En España, los primeros recuentos de asistencia a Misa se hicieron durante la década de los cincuenta, y desde entonces se han realizado con frecuencia. Según Jesús María Vázquez (Realidades sociorreligiosas de España), en la década de los sesenta la asistencia a Misa se situaba en torno al 40% de la población (hay encuestas que dan cifras superiores, pero según Vázquez, hay un desfase que podía llegar al 25% entre los que decían asistir a Misa y los que realmente lo hacían).

Rogelio Ducastella, en el Mapa religioso de España, un trabajo presentado a un Congreso de Sociología de la Religión, calcula en un 34% la población española que en la década de los setenta cumplía con el precepto dominical. Ya en los ochenta, la Oficina de Estadística de la Iglesia contabilizó unos nueve millones de españoles que asistían a Misa, lo que supone un 29% de la población. También entonces había un desfase, aunque menor, entre los que decían asistir y los que iban a Misa. Los jóvenes, por ejemplo, se retraían de decir que asistían a Misa. Francisco Azcona estima que en los noventa, la asistencia se ha mantenido en torno al 27-29% de la población. Significativamente, los jóvenes cumplen menos que los mayores: sólo entre el 15 y el 17 por ciento de la población juvenil va a Misa los domingos.

«Creemos que, desde el año 1984, no ha disminuido considerablemente la asistencia global a Misa. Sí que la juventud no ha recibido de los mayores la necesidad o la conveniencia de asistir a la Eucaristía dominical», concluye Azcona.

Estos datos han sido comentados por un conocido sociólogo, Amando de Miguel. «Los asistentes a la Misa dominical pueden parecer pocos, pero superan ampliamente las cifras de asistencia a todo tipo de actos políticos, sindicales o deportivos. Con distintos indicadores de práctica y de contribución económica se afirma que alrededor de un tercio de la población española mantenía al comenzar los 90 una abierta fidelidad a la Iglesia, tanto en términos de conducta pública como de creencias. Ninguna otra organización política, social o cultural puede aspirar a tal grado de observancia».

Católicos con un Credo particular

Un tercio de católicos practicantes, dos tercios de no practicantes. Este parece ser el panorama de España en el momento actual. Otra cosa es que la conciencia de ser católico vaya acompañada del conocimiento y de la aceptación de la doctrina. «La ruptura en la unidad de la fe -afirma Francisco Azcona en su libro- está en que se cree menos en Jesucristo que en Dios, en la Iglesia que en Jesucristo, en algunos dogmas relacionados con la vida eterna menos que en la misma Iglesia. Esto indica que muchos que se dicen católicos en España no creen en las verdades, creencias y valores del Credo».

Esta incoherencia entre fe y vida salta a la vista no sólo en las opiniones ante hechos moralmente tan significativos como el aborto o el matrimonio entre homosexuales, sino en la realidad cotidiana, en especial en las grandes ciudades. Según el estudio de Amando de Miguel La sociedad española 1993-94, el 40% de los españoles consideran el aborto como un derecho, el 24% como un problema que hay que tolerar, el 4% un delito y el 14% un asesinato. En este estudio aparece que incluso entre los católicos que se consideran practicantes, el aborto es admitido: mientras el 52% de los católicos lo definen como un delito o un asesinato, el 48% restante, no. Aunque también es posible rechazar el aborto aunque uno no lo identifique con un delito o un asesinato.

La bajada del listón ético

Otros datos objetivos revelan los efectos de la secularización de los últimos años. El número de matrimonios civiles ha ido creciendo paulatinamente, hasta alcanzar el 22,7% del total (1994). Si bien hay que tener en cuenta que en ese porcentaje se incluyen no sólo los primeros matrimonios sino también los de divorciados que ya no pueden casarse por la Iglesia. Los divorcios y separaciones -el paso previo al divorcio- rozan ya los 90.000 al año (82.557 en 1995: 49.371 separaciones y 33.104 divorcios). Y en 1994, por cada diez bodas hubo cuatro divorcios o separaciones: 199.731 matrimonios frente a 79.161 rupturas.

De todos modos, la tasa de divorcios española sigue siendo una de las más bajas de Europa: casi cinco veces inferior a la británica, un tercio de la de Bélgica y bastante menos de la mitad de la de Francia. Pero la señal de alarma se enciende cuando la comparamos con la italiana. Según Eurostat, España tiene una tasa de divorcios superior a la de Italia, 0,7 por mil habitantes frente a 0,4 de este país.

El número de abortos legales linda los 50.000 al año (49.367 en 1995). Las situaciones son muy diferentes según las zonas del país: en Madrid, por ejemplo, hubo 8.147 abortos, casi el doble que en toda Andalucía, aunque al parecer parte de los abortos realizados en la autonomía madrileña son de mujeres procedentes de otras regiones. Cataluña está a la cabeza de esta trágica clasificación, con 11.362 abortos en 1995, y cada vez hay más francesas que vienen a abortar a Barcelona porque la práctica del aborto es menos rigurosa que en su país. La natalidad ha descendido vertiginosamente, y España se ha puesto a la cola de los países del mundo con menor índice de hijos por mujer en edad de procrear (1,2).

Neopaganismo

Son síntomas de esa enfermedad que, ya hace seis años, Juan Pablo II -con frase que molestó mucho a la izquierda española- definía como «neopaganismo». Decía el Papa a los obispos españoles en visita ad limina que se trata de «un preocupante fenómeno de descristianización», cuyas graves consecuencias son un ambiente «en el que el bienestar económico y el consumismo inspira y sostiene una existencia vivida como si no hubiera Dios».

Para salir de esta situación, Juan Pablo II pedía un esfuerzo evangelizador que sepa crear una nueva síntesis cultural, que «con la fuerza del Evangelio» transforme «los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida». En una palabra, hay que dar a luz una nueva cultura.

El núcleo fuerte del catolicismo en EspañaSeleccionamos algunos párrafos del libro de Francisco Azcona.

El 90% de la población española se declara católica. (…) En su conjunto podemos apreciar que existe un núcleo cohesionado de personas que intentan vivir con seriedad su religión. Se sitúa aproximadamente en torno al 29% o 30%. Son los practicantes, los que creen en el Dios de Jesucristo, los que se comprometen con su fe. (…)

Que el 29% o 30% tomen muy en serio su fe, es considerado por algunos como que la religión es algo minoritario, decadente, a extinguir. Pero, siguiendo el análisis que hace Amando de Miguel (La sociedad española 1996-97, capítulo 6 B), leemos: «Vayamos por partes. No mezclemos la imagen estática con la dinámica. Cierto que la ‘fotografía’ religiosa nos muestra poco más de la cuarta parte de los españoles comprometidos con la fe cristiana. Pero son muchos más los que se consideran católicos no practicantes y los que creen en un Dios más o menos indefinido o inefable. En otros varios aspectos de la sociedad (la militancia política o sindical, por ejemplo) se da ese mismo fenómeno de ‘simpatizantes que no militan’ o de ‘militantes que no cotizan’ o que no asisten a las reuniones periódicamente. Por otra parte, el aspecto dinámico señala que, con el paso del tiempo, muchos adolescentes pierden su fe, pero otros muchos adultos la recobran al hacerse mayores. Luego el balance no es como para imaginar el desplome del catolicismo en España, ni siquiera su erosión fundamental. Otra cosa es que el mensaje evangélico vaya presentando nuevas caras.

«Cabe una ulterior interpretación de los porcentajes, sin que podamos mirar con escepticismo ese porcentaje de españoles adultos que se consideran católicos de modo estricto. Pero ese porcentaje supera, con mucho, cualquier otro que indique la pertenencia voluntaria a sindicatos, partidos, clubes de fútbol o asociaciones de cualquier otro tipo. Entre las que descuellan, por cierto, muchas de inspiración religiosa, como las tradicionales cofradías de Semana Santa. Ahora se añaden las varias organizaciones no gubernamentales, algunas de ellas inspiradas por la Iglesia católica. Se mire como se mire, la Iglesia católica en España (dejando aparte las otras confesiones, ciertamente minúsculas) supera cualquier otra forma de vinculación asociativa. Y no nos referimos al dato del bautismo, sino a la identificación voluntaria como católicos creyentes o practicantes».

Aplicando la teoría de los círculos concéntricos, ese casi 30% de la población sería el núcleo central y sólido de la religión católica en España. Estaría compuesto por aquellos católicos que se encuadran dentro de asociaciones cristianas vivas, que llevan a cabo actividades parroquiales o se integran en los movimientos de la Iglesia, ya sean nuevos o antiguos renovados. Viven el concepto de Iglesia en su auténtico sentido de comunidad y de fe, dedican su tiempo y sus bienes a la evangelización y cumplen un importante papel para la renovación católica. Estarían también los buenos católicos de toda la vida, los que cumplen sus deberes religiosos, ayudan al prójimo, pero no están comprometidos con asociaciones religiosas. Fueron formados para ser fieles más que protagonistas.

En torno a este núcleo se sitúa otro círculo formado por los que se consideran católicos, desean para sí y los suyos la boda por la Iglesia y los funerales; creen en un Dios que entra en su razón, viven la religión a su manera, pero no asisten los domingos a Misa ni mantienen la unidad de la fe, la integridad de la doctrina o la pertenencia a la Iglesia. No toman muy en serio su religión.

En esta situación descrita, la Iglesia afronta el reto del tercer milenio sin complejo de inferioridad ante el secularismo. Aunque tendrá que sacudir el complejo de inferioridad de algunos católicos que no se atreven a dar testimonio de su fe. Hay demasiados intereses que tratan de imponer a la sociedad el estereotipo de un progresismo para el cual lo religioso aparece como inferior, como inadaptado al mundo actual. A esto se une la contestación intraeclesial, remitida en los últimos años, cacareada por motivos extraeclesiales. La Iglesia necesita reforzar, en torno a ese núcleo comprometido y consciente, el sentido de pertenencia e identidad.

Miguel Castellví_________________________(1) Seguidores de Jesús en el umbral del 2000. Diagnóstico del catolicismo español. EDIBESA. Madrid (1997). 75 págs. 1.000 ptas.

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