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El biodiésel no es tan verde como lo pintan

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Holanda, pionera y número uno en Europa en el uso de biocombustibles, descubre ahora que con su política energética teóricamente verde ha hecho más mal que bien al planeta. El gobierno ha suspendido las subvenciones al biodiésel y va a replantear la estrategia.

En Holanda, la promoción de biocombustibles se ha centrado en el biodiésel, sustituto del gasóleo que en otros países se destina sobre todo a automóviles. En cambio, el Estado holandés ha favorecido el uso del biodiésel para generar electricidad en centrales térmicas, por las malas condiciones del país para la energía eólica o solar.

El biodiésel se puede extraer de distintas plantas oleaginosas, como la colza, que se cultiva en Europa. El que se usa en Holanda en grandes cantidades proviene de palma cultivada en Indonesia o Malasia, especie que da mucho más rendimiento que otras y cuyo aceite es el de mayor poder energético.

En teoría, las virtudes ecológicas del biodiésel y demás biocombustibles son intachables: como tienen origen vegetal, al quemarse solo liberan el carbono que antes las plantas absorbieron de la atmósfera, no el que llevaba millones de años bajo tierra, como en el caso de los combustibles fósiles. Pero el efectivo balance carbónico de los biocombustibles depende de cómo se obtengan.

Las subvenciones al biodiésel en Holanda -y, en menor medida, en otros países- han provocado un fuerte aumento de la demanda de aceite de palma en Indonesia y Malasia. En concreto, las importaciones holandesas han ido creciendo cerca del 100% anual, hasta alcanzar 1,5 millones de toneladas el año pasado. Los dos países asiáticos han respondido a la oportunidad de negocio multiplicando las plantaciones de palma. Pues bien, ahí radica el daño: la tala de bosques realizada para expandir los cultivos ha provocado emisiones de CO2 mucho mayores que las evitadas en Holanda por quemar biodiésel en vez de combustibles fósiles.

Esto ya se venía sospechando; pero un estudio publicado en diciembre pasado lo corrobora con cifras contundentes. Los autores, de la ONG Wetlands International y la consultora Delft Hydraulics, ambas de Holanda, calculan que la deforestación en Indonesia, donde la superficie dedicada a plantaciones de palma ha aumentado un 118% en los últimos ocho años, ha resultado en la emisión de unos 2.000 millones de toneladas de carbono anuales. Esa cantidad equivale al 8% del total mundial de emisiones procedentes del consumo de combustibles fósiles.

Ese desastroso balance se debe sobre todo a que para despejar grandes extensiones de selva donde plantar palma se ha recurrido al fuego. En concreto, la quema de bosques ha liberado a la atmósfera unos 1.400 millones de toneladas de carbono al año, según la estimación del estudio. Los otros 600 millones de toneladas se deben a la desecación de turberas con el mismo fin. La turba almacena gran cantidad de carbono, pero lo desprende cuando se seca o -como también se hace en Indonesia- se quema.

Se impone un replanteamiento de la política holandesa de energías renovables. En Wetlands International son partidarios de mantener la promoción del biodiésel pero con un sistema de certificaciones para asegurar que se ha producido sin daño para el medio ambiente. Otras organizaciones ecologistas, en cambio, no creen que sea posible obtener biodiésel en grandes cantidades a coste competitivo de modo «sostenible» y pagando salarios decentes en las plantaciones.

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