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Dios en la Literatura infantil y juvenil

publicado
DURACIÓN LECTURA: 14min.

Cuando los relatos de literatura infantil y juvenil actual incluyen referencias a Dios y a lo religioso no hay que pedirles más de lo que pueden dar. Si algunos escritores tropiezan en este punto, normalmente se debe a que se atribuyen un papel educador que no les compete, o a que pierden de vista que la profesionalidad dicta no saltarse las reglas que la literatura impone y, por supuesto, no ir más lejos de los conocimientos que uno tiene.

La literatura refleja que vivimos en una sociedad en la que, para muchos, sólo quedan restos inconexos de conocimientos cristianos. Esta idea la menciona Douglas Coupland en «La vida después de Dios», cuando su narrador se plantea por qué grietas circula el impulso religioso en un mundo sin religión, o cuando señala cómo sus protagonistas, que perciben la necesidad que los hombres tienen de Dios, no encuentran sentido en las referencias religiosas que permanecen fosilizadas en su cultura.

Pero la misión de una ficción no es dar explicaciones respecto a nada, sino narrar los comportamientos y hechos concretos de una historia. Por tanto, en ella no debe haber más lecciones que las que puedan desprenderse legítimamente de lo que se cuenta. Es decir, debe hablar o no de Dios según lo requieran el argumento y la personalidad de los protagonistas, y «lo religioso» no tiene por qué verse ni mucho ni poco sino lo necesario. Por tanto, a la hora de mostrar conceptos sobre Dios y formas de práctica religiosa, en las novelas aparecerán enfoques distintos, los de ayer como se tenían ayer, los de hoy como se tienen hoy.

Esto se ve bien en relatos realistas de calidad reconocida, en los que se muestran personajes que no saben cómo rezar pero hacen lo que pueden, o algunos que lo comprenden equivocadamente pero que se comportan de acuerdo con lo que son y lo que saben. Estas narraciones, que nos ayudan a comprender los pensamientos de sus protagonistas y a simpatizar con ellos, pueden causar problemas a algunos lectores; pero, en esos casos, un lector hará suyas o no las conclusiones que saquen los protagonistas según haya sido y sea su entorno y su formación, aclaración de interés para quienes estén tentados de atribuir a los libros la culpa de que algún chico piense así.

Igual que la demás literatura

Las cosas que no se ven, o se ven borrosamente, en la LIJ, normalmente son aquellas a las que les ocurre algo parecido en la literatura general, pues ambas están afectadas por las mismas tendencias de pensamiento y pedagógicas que, respecto a estos temas, dominan nuestro contexto cultural actual. También en la LIJ, por tanto, hay ficciones que llevan el silencio acerca de Dios al punto de lo antinatural, como cuando se presentan situaciones duras de gran sufrimiento que se sobrellevan sin ninguna reacción o que se intentan resolver cogiendo una térmica en plan poético. Y tampoco faltan las que minusvaloran o muestran una clara incomprensión de lo religioso y, como corresponde a la sociedad en la que vivimos, de lo cristiano.

De todos modos, cuando uno encuentra ficciones que no presentan de modo positivo a Dios o a la religión, suele suceder que no son tanto ataques a Dios o a la religión como arremetidas contra un fantasma, la imagen que se han hecho de Dios o de la religión los protagonistas de la historia, con frecuencia personajes interpuestos del autor.

Esto es obvio en relatos con acentos autobiográficos rencorosos hacia la educación religiosa recibida. Sin duda no es malo recordar los errores del pasado, en especial los cometidos en nombre de Dios o de la religión, que quizá sean los más graves. Pero para poder abordar cuestiones tan serias con madurez, en su contexto y sin generalizaciones injustas, se requiere no estar afectado de ciertas «enfermedades biográficas». Por ejemplo, la de quien fue mordido por un perro siendo pequeño y sostiene que todos los perros son iguales y además pretende imponer unas restricciones excesivas a quien desea tenerlos. O, más aún, la de quien tiene un trauma de infancia no real sino reconstruido, con sufrimientos «a posteriori» sobre cosas que nunca fueron un verdadero problema.

Un espejo de dimensiones reducidas

Conviene no perder de vista que la LIJ es un espejo de dimensiones reducidas y, por tanto, hay panoramas que no puede ni pretende abarcar. Para ello se requerirían una madurez humana y una experiencia lectora propias de quien ha dejado tiempo atrás los años jóvenes. Ni todas las cuestiones se pueden abordar por medio de una novela, ni todos los posibles temas novelescos se pueden enfocar con los recursos de la LIJ, pues el fondo del mensaje está irremediablemente ligado a la forma que se emplea. Por eso, decir que las ficciones son insuficientes para dar cuenta de toda la realidad no es un desprestigio para las ficciones, y decir que la LIJ nunca podrá llegar a donde llega «Guerra y Paz» no es un desdoro para la LIJ.

Así, es difícil pensar que un relato de LIJ pueda entrar a fondo en la dificultad que muchas personas tienen hoy en ver a Dios como padre, en parte porque carecen en sus vidas de las referencias apropiadas, e incluso porque ellos mismos han sido malos padres, al modo y con la crudeza que lo hace Russell Banks en «Como en otro mundo». En esa novela, varias personas ofrecen diferentes perspectivas del desgraciado accidente de un autobús escolar y de las consecuencias que tuvo en sus vidas. Uno de los afectados, padre de dos niños fallecidos, no acepta ninguna clase de consuelo religioso, para él «otra solapada negativa de los hechos».

Y, al rememorar su propia infancia y su misma irresponsabilidad como padre joven, es cuando resulta obvia su incapacidad de comprender: «No disponíamos de los diversos medios que muchos de nuestros vecinos y parientes tenían para amortiguar el golpe. Yo no, al menos. La cháchara de los cristianos sobre la voluntad de Dios y todo eso, no hacía sino enfurecerme». Cuenta que no fue a funerales excepto a uno, y en él se indignó porque quien predicaba «pretendía hacernos creer que Dios era como un padre que se había llevado consigo a nuestros hijos. Menudo padre. El único padre que yo conocía era el que había abandonado a otros el cuidado de sus hijos» (1).

Si temas como el anterior nadie se atreve a tratarlos en relatos sencillos, hay otros en los que sus autores se pronuncian con rotundidad contraproducente. Por ejemplo, algunas aseguran que el infierno no existe, tal vez porque, debido a experiencias tristes del pasado, desean evitar cualquier pedagogía basada en la intimidación. Así, con el buen deseo de no asustar innecesariamente a los niños, se olvida la verdad básica de que algunos errores vitales no se arreglan con «un leñador que pasaba por allí». Pero una cosa es no atemorizar a los niños con el infierno, y otra que no sepan la razón por la cual los cristianos sostenemos su existencia: porque lo ha dicho Jesucristo y porque creemos que Jesucristo es Dios, algo independiente de que nos parezca bien o mal.

En relación a esto, y para ver de nuevo que tratar con profundidad algunas cuestiones desborda los límites de comprensión que normalmente asignamos a la LIJ, es luminoso el duro relato de Flannery O’Connor titulado www.bienvenidosalafiesta.com«>»Los lisiados serán los primeros». En él se muestra qué trágico resulta, no tanto eludir los interrogantes infantiles sobre la otra vida, como que un adulto se atribuya respuestas salvadoras. La escritora norteamericana viene a decir que, ante algo tan serio, es necesaria una gran sinceridad personal y, si alguien no cree ni en el cielo ni en el infierno no debe cerrar la puerta a otros y actuar como quien derriba la escalera por la que él no puede subir (2).

Lo que cabe pedir al autor

Por tanto, a un autor se le ha de pedir que muestre con honradez lo que piensan o hacen sus seres de ficción. Pero, si se ha documentado bien acerca de los ambientes y vidas que refleja, nadie identificará la ignorancia que dejan al descubierto los comentarios y las vidas de sus personajes con la suya propia. Así, que un personaje no sepa lo que significa rezar no debería dejar patente, a un lector informado, que tampoco el escritor tiene mucha idea de qué habla.

De igual modo que si una novela sobre agentes de bolsa es imprecisa en sus descripciones de los mercados de valores, merece ser calificada como mala por más que tenga otras cualidades, el mismo juicio merecerán las ficciones que traten sobre Dios y lo religioso sin tener en cuenta datos históricos y culturales básicos, algo que se puede aplicar a no pocos relatos de aventuras fantásticas de los que se publican hoy.

Una cosa es que un personaje piense que, básicamente, todos hablamos de lo mismo cuando nos referimos a Dios, y otra bien distinta es que un escritor de nuestro entorno no sepa que Dios, para los cristianos, no tiene nada que ver con las figuras humano-sobrehumanas de los dioses griegos, ni se parece al Alá de los musulmanes, ni es el Ser Supremo del que hablan los filósofos, ni tampoco el «Ser-que-es-todo-vida» propio de las religiones de la India, ni la «Sabiduría del acontecer» descrita por el taoísmo (3). Tampoco indica mucha lógica que, a través de un personaje sensato, un autor presente como iguales todas las religiones, algo que la historia y la realidad desmienten (4).

No solo sentimientos

Además, no debería ignorar que lo que los cristianos conocemos acerca de quién y cómo es Dios, nos viene a través de las palabras y la persona de Jesucristo, y que Jesucristo no predica una religión entre otras pues no se presenta como un mensajero más sino como Dios mismo encarnado. Y eso tiene como consecuencia, según decía Romano Guardini, que «el cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica» (5).

De igual modo, un personaje puede considerar lo religioso como algo irracional o como algo que depende del sentimiento. Pero un autor debería tener claro, en concreto, que la religión católica no se apoya ni en afirmaciones gratuitas ni sobre los sentimientos. Merece crédito porque se sustenta sobre unos acontecimientos históricos y porque su cuerpo de doctrina es razonable y de ahí que los sentimientos de tipo religioso que puede tener un católico no son autónomos ni válidos por sí mismos.

La confusión respecto a lo anterior se aprecia, por ejemplo, en tantos relatos blandos sobre la Navidad, una fecha que si es la fiesta de los regalos, es justo porque conmemora la venida de Jesucristo al mundo, el mayor regalo que ha recibido la humanidad. Es decir, hay unas realidades sobrenaturales ciertas, y unas realidades sobrenaturales folklóricas o literarias, tradiciones que pueden ser cristianas pero de las que ahora, para muchos, sólo queda la cáscara: y la cuestión es que si un personaje tiene una cáscara entre las manos su autor al menos debe saberlo.

Profesionalidad y silencio

La profesionalidad con la que debe trabajar un escritor comienza por el sensato consejo que daba Stevenson de «guardar silencio cuando uno sospecha que no comprende algo cabalmente» (6). Continúa con el cuidado del material novelesco que maneja y, en lo que se refiere a este tema, no perder de vista que un Dios que verdaderamente lo sea no entra dentro de ninguna fantasía humana.

Cuando alguien intenta meter en su creación literaria algo que, en la vida real, es sobrenatural y que, como esa misma expresión indica, no se abarca o no se comprende del todo -un ser como Dios o una realidad como la oración-, el resultado es, como mínimo, confuso y, normalmente, ridículo. Pues, ¿qué posición ocupa Dios en una ficción de fantasía? ¿Es el rey de todos los animales mitológicos y de todos los seres de ficción? ¿Tiene algo que ver ese ser con el Dios real? O bien, ¿en qué consiste la oración en ese ambiente?: ¿en invocar a un mago?, ¿en blandir la varita mágica y decir «¡Patronus!»? ¿Tienen esas actuaciones algo que ver con la oración comprendida como relación entre Dios y el hombre? ¿Se parece, siquiera mínimamente, a la oración comprendida como el descubrimiento y la identificación o aceptación de la voluntad de Dios, tal como se reza en el Padrenuestro?

Es evidente, por otra parte, que cuando algo se comprende mal la culpa no es siempre de quien lo cuenta: el lector ha de poner su parte, sobre todo en las historias en las que todo se ve a través de puntos de vista peculiares.

Por ejemplo, he comprobado que algunos lectores se sobresaltan con las sorprendentes explicaciones sobre Dios que da el protagonista (un joven autista) de «El curioso incidente del perro a medianoche», de Mark Haddon, un relato que se distingue por la coherencia en el uso del punto de vista narrativo. A esos lectores se les puede hacer notar que, si no hacen caso de otras opiniones del narrador, tampoco deberían verse afectados por las que se refieren a Dios. También, esos lectores deben preguntarse si han comprendido que toda la novela trata sobre qué ocurre cuando uno actúa conforme a certezas que no son verdad. Al margen, habría que añadir que si esas fueran las ideas del escritor sobre Dios, que no sé cuáles son ni ahora importa, lo más probable es que no se le ocurriría usar un personaje desequilibrado para transmitirlas (7).

La honradez del autor, o su sentido de responsabilidad, si se quiere, se ha de notar en su cuidado a la hora de evitar cualquier maniqueísmo a la hora de presentar a las personas concretas. Así, crear personajes repulsivos para movilizar las antipatías del lector puede ser un recurso aceptable en historias caricaturescas divertidas, pero es manipulador cuando se usa en un relato de tintes realistas (8).

Un respeto al lector joven

En definitiva, y al igual que los educadores, los escritores han de respetar la inteligencia y la libertad y la personalidad del lector joven, y procurar que sus historias le ayuden a encontrar su propio camino, sin dogmatismos ni dirigismos manipuladores. Entre otras cosas, eso quiere decir que se han de tomar en serio los interrogantes que formulan los niños y los jóvenes. Sin duda, un adulto puede mantener un cierto silencio sobre Dios y sobre lo religioso que se corresponda con su propia situación vital. Pero no es honrado responder con el silencio, y mucho menos con la frivolidad, acerca de las preguntas básicas de la vida. Calvin tiene razón cuando interrumpe a su profesora para preguntar «¿cuál es el sentido de la existencia humana?» y, al indicar su profesora que esa no es una pregunta sobre la lección del día, exclama: «Francamente, me gustaría averiguarlo antes de seguir malgastando energía» (9).

Luis Daniel GonzálezLuis Daniel González es autor de «Bienvenidos a la fiesta», diccionario-guía de autores y obras de Literatura infantil y juvenil.www.bienvenidosalafiesta.com__________________1 Russell Banks. «Como en otro mundo» («The Sweet Hereafter», 1991). Anagrama. Barcelona (1994).2 Flannery O’Connor. www.bienvenidosalafiesta.com«>»Los lisiados serán los primeros» («The Lame Shall Enter First», 1962). Relato incluido en «Cuentos completos». Lumen. Barcelona (2005).3 Romano Guardini. «El Señor» («Der Herr», 1937). Cristiandad. Madrid (2002).4 En «El mar de los trolls», de Nancy Farmer, un sabio bardo transmite al espabilado protagonista que las distintas religiones son todas parecidas, aunque a la vez le deja claro que conectarse y fusionarse con la «energía vital» es la religión básica. De todos modos, en esa misma historia se aprecia que la escritora no está de acuerdo con que todas las religiones son parecidas pues bien que procura presentar algunas creencias cristianas como absurdas, según muestra el comportamiento rígidamente fanático y estúpido de un personaje.Nancy Farmer. «El mar de los trolls» («The Sea of Trolls», 2004). Destino. Barcelona (2006).5 Cita tomada del libro ya citado de Romano Guardini, «El Señor».6 R.L. Stevenson. «Ensayos literarios». Hiperión. Madrid (1988).7 Mark Haddon. «El curioso incidente del perro a medianoche» («The Curious Incident of the Dog in the Night-time», 2003). Salamandra. Barcelona (2004).8 Es el caso de «Los comefuegos», donde se presenta un profesor salvaje que, después de pegar y humillar a los chicos de clase, termina diciendo «rezaremos el Padrenuestro».David Almond. «Los comefuegos» («The Fire-Eaters», 2003). Roca. Barcelona (2004).9 Bill Watterson. «Calvin y Hobbes» («Calvin and Hobbes», 1985), en «Cada cosa a su tiempo» («The Days Are Just Packed», 1996). Ediciones B. Barcelona (1999).

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