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Desinformados sin trama rusa

publicado
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Las noticias falsas se han convertido en la bestia negra de las democracias: el peligro ante el cual todo lector informado debe estar en guardia, sobre todo en tiempo de elecciones. La insistencia en este enfoque, sin embargo, puede llevarnos a pasar por alto la desinformación de andar por casa. Un informe del Pew Research Center revela que uno de cada cuatro estadounidenses no sabe distinguir entre afirmaciones de hecho y opiniones.

En el actual panorama informativo, marcado por la producción y el consumo acelerados de noticias, es más fácil que los lectores cambien la lectura a fondo por el picoteo de titulares y sumarios servidos por múltiples canales. A los riesgos de fatiga mental y pérdida de matices, se suma el de la desinformación: ¿cómo enterarme bien de una noticia de la que solo leo un tuit o una notificación que salta de pronto en mi pantalla?

El Pew es consciente de este problema. Y decidió encuestar a algo más de 5.000 adultos de Estados Unidos para ver si, ante una serie de afirmaciones sin contexto, eran capaces de distinguir entre aquellas que se basan en hechos y las que responden a opiniones. A cada participante le presentaron cinco de cada tipo, para que las identificaran con independencia de que les parecieran exactas o no (en el primer caso) o de que estuvieran de acuerdo o no (en el segundo).

Dos ejemplos de afirmaciones de hecho son: “El presidente Barack Obama nació en EE.UU.” y “los costes sanitarios por persona en EE.UU. son los más elevados del mundo desarrollado”. Opiniones son: “El aborto debería ser legal en la mayoría de los casos” y “el gobierno casi siempre derrocha y es ineficiente”.

Aunque la mayoría de los encuestados logra identificar correctamente al menos tres de cada grupo, lo llamativo es que un 28% solo acierta dos o menos afirmaciones de hecho; y un 22%, dos o menos opiniones. Dicho en términos crudos: en torno a un cuarto de la población no necesita de tramas rusas para estar mal informada.

El sesgo ideológico

Una conclusión interesante es que el problema afecta tanto a la izquierda como a la derecha, hasta el punto de que el Pew no considera la afiliación política una variable significativa. Aunque la mayoría de los que se declaran republicanos y demócratas aprueban holgadamente el examen, unos y otros tienen más facilidad que sus adversarios para identificar correctamente como afirmaciones de hecho las que confirman sus posturas.

Por ejemplo, un 65% de demócratas acierta al considerar que la frase “los inmigrantes sin papeles en EE.UU. tienen algunos derechos reconocidos por la Constitución” es una afirmación fáctica, frente al 43% de republicanos que piensan lo mismo. Y al revés, un 63% de republicanos sostienen de forma correcta que la frase “el gasto en Seguridad Social, Medicare y Medicaid representa la partida más grande del presupuesto federal de EE.UU.” es una afirmación de hecho, frente al 54% de demócratas.

El sesgo también se observa en la tendencia a considerar –esta vez de forma incorrecta– las opiniones con las que cada cual está de acuerdo como afirmaciones de hecho. Así le ocurre al 50% de republicanos con la frase “los inmigrantes sin papeles en EE.UU. son un gran problema hoy día para el país”, frente al 19% de demócratas. Y al 37% de demócratas con la frase “elevar el salario mínimo federal a 15 dólares por hora es esencial para la salud de la economía estadounidense”, frente al 17% de republicanos.

Una mezcla explosiva

Para el Pew, hay tres rasgos personales que son más decisivos que la afiliación política, lo que no excluye otras variables. Puntúan mejor los que siguen de cerca la actualidad política (aunque, de hecho, este sondeo no mide el nivel de conocimientos); los que confían más en los medios periodísticos; y los que usan Internet de forma habitual. En realidad, este último dato no aclara mucho, pues nada dice acerca de sus hábitos lectores; pero, al menos, hay que descartar que los más expuestos a los bulos digitales sean necesariamente más vulnerables a la desinformación que el resto.

En cualquier caso, más que la injerencia extranjera, al Pew parece preocuparle la mezcla explosiva de ese cuarto de la sociedad que no sabe distinguir entre hechos y opiniones con las peculiaridades de un ecosistema caracterizado cada vez más por la prisa y el ruido.

De ahí que cabeceras de prestigio como The New York Times o The Guardian insistan en presentarse más como medios capaces de aportar sentido en la avalancha informativa que como cosechadores de clics. Una decisión que no solo guarda relación con su modelo de negocio, basado principalmente en las suscripciones: para sus editores, tiene que ver sobre todo con la misión del periodismo en la sociedad actual.

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