Desde la altura de la elite vigilante

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El Príncipe de Asturias de las Letras vuelve a mirar hacia el continente americano. Philip Roth (New Yersey, 1933), uno de los grandes de la novelística estadounidense del S. XX, forma parte de una generación urbana de escritores judíos que empieza a producir a partir de la segunda guerra mundial (Bellow, Henry Roth, Malamud y Bashevis Singer, entre otros). Desde su primer libro de relatos (Adiós, Colón, 1959) ha publicado casi una treintena de novelas (la última: Némesis, 2010), algunas de ellas llevadas al cine, ha ganado repetidamente todos los premios posibles en su país (algunos varias veces) y suena cada año como candidato al Nobel. En su país existen una revista periódica y una Sociedad sobre su obra.

Es un escritor intelectual que se propone diseccionar lúcida y despiadadamente el sueño americano, removiendo agresivamente una y otra vez las tranquilas aguas de la autocomplacencia liberal. Iconoclasta de las instituciones, apoya su instinto imaginativo con frecuencia en temas cercanos a la realidad norteamericana, enmarcados generalmente en episodios históricos reales.

Escribe con un estilo contundente, sumamente eficaz cuando quiere convencer, muy apropiado a su talante de artista serio que trata asuntos graves desde su posición de élite vigilante. Adopta a menudo una perspectiva irónica y cómica. Domina la narración con un estilo vigoroso y pleno, con personajes densamente dibujados y con relaciones sólidas bien trabadas, vehículos adecuados de las ideas y emociones que quiere transmitirnos. Es brillante, inteligente y despiadado, generalmente prolijo en su modo de decir y poseedor de una prosa de innegable calidad. Su producción incluye sátiras políticas, fantasías surrealistas (El pecho, 1972), novelas autorreferenciales (ciclo de Zuckerman) y cuatro libros de no ficción.

Su raza (que no su religión), la relación con su padre y sus fracasos matrimoniales han marcado profundamente su obra. Su universo narrativo tiene elementos bien identificables: judíos (poco o nada creyentes), Nueva York (Newark), el mundo creativo (sobre todo de escritores), vidas familiares turbulentas, intensas relaciones padres-hijos, un fuerte componente sexual y, sobre todo en sus últimas novelas, el dolor y enfermedad.

Lo peor de Roth es su amarga y pesimista visión de las posibilidades del hombre. Especialmente en sus primeras novelas y en las últimas ofrece una imagen desoladora y patética. Sus últimas novelas, muy centradas en la decadencia vital, la muerte y el sexo, tienen poco interés. Abunda en un materialismo asfixiante que niega toda trascendencia y reduce la felicidad a un simplón vitalismo: la degradación física y amatoria, inevitables, desembocan en un callejón sin salida. Su tópica diatriba contra la religión (Elegía, 2006) identifica a las claras la espiritualidad con oscuridad, manipulación y estupidez.

Hay que valorar en él sobre todo la intensidad de sus historias, su fuerza, los clímax que logra, los personajes, los diálogos, su ironía, su independencia. Desconciertan su interpretación obtusa de la religión y su obsesión con el sexo. El lector que quiera encontrarse con el mejor Roth puede acudir a sus últimas novelas de Zuckerman, alter ego de Roth en edad, oficio y origen (Pastoral americana, 1997 y Me casé con un comunista, 1999) o a la más reciente La conjura contra América, 2004. Ahí está el autor en toda su lucidez, potencia narradora y profundidad, lo mejor de sus posibilidades y con sus tics algo más equilibrados. Igualmente interesante es su libro biográfico Patrimonio (1991) donde narra la muerte de su padre.

Roth es un ejemplo clásico de un potentísimo telescopio apuntando al lugar equivocado.

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